Coronavirus en la Argentina: en las villas bonaerenses se dificulta seguir con la cuarentena estricta
Claudia Carabajal se sobresaltó. Eran las 2.30 y le tocaban el timbre. Aturdida por el sueño interrumpido, abrió de par en par y se encontró con el policía del barrio. El uniformado le avisó que habían entrado a robar en el local partidario donde montó un comedor para darle el almuerzo a unas 302 personas, en Villa Hidalgo (San Martín). En el medio de la noche, habían forzado la puerta y se habían llevado las dos ollas y todos los alimentos para el día siguiente.
"Fue traumático. Hoy no sé si le estoy sirviendo un plato a la persona que me robó. Pero lo entiendo, porque la mano está muy complicada", dice Claudia, que no pierde el buen humor a pesar del mal trago. Histórica referente del barrio, hoy convive con su nuera y sus nietos porque su hijo contrajo coronavirus. Para que no lo trasladaran, él se aisló en su casa y mudó a su familia.
Hidalgo fue una de las primeras villas del conurbano con circulación de Covid-19. El operativo DetectAR de búsqueda activa de casos hizo un recorrido hace quince días y entrevistó a 1977 personas, pero no encontró casos sospechosos. Los vecinos aseguran que suman 53 los casos en el barrio. La municipalidad de San Martín, uno de los distrito con mayor tasa de testeo, intenta por protocolo trasladar a los contagiados a alguno de los cuatro centros de aislamiento del municipio. Pero, en la práctica, muchas personas se resisten a dejar su casa. La situación se repite, idéntica, en distintos barrios vulnerables del conurbano.
LA NACION pudo realizar una recorrida desde La Matanza hasta San Martín junto a Fernando "Chino" Navarro, secretario de Relaciones Políticas y Parlamentarias de la Jefatura de Gabinete y el diputado Leonardo Grosso (Frente de Todos), ambos referentes del Movimiento Evita. Con oficina en Casa Rosada y llegada directa a Alberto Fernández, Navarro le transmite al Presidente el termómetro de la cuarentena estricta en el cordón más crítico del país. Una de las mayores preocupaciones del Gobierno es que la crisis sanitaria no derive en un desborde social.
En medio de una cuarentena de "shock", en los barrios vulnerables el riesgo del coronavirus hoy se vive como una elemento más de un problema de fondo económico y habitacional. Los vecinos se cuidan, pero parece casi imposible sostener un confinamiento total en lugares donde la vida social tiene a la calle como escenario principal.
Las mujeres de los comedores se convirtieron en la columna vertebral que sostiene a los barrios en cuarentena. Changarines, mujeres del servicio doméstico y cartoneros que perdieron sus ingresos dependen enteramente de ellas para asegurar un plato caliente.
"Antes los veíamos tomar el colectivo para ir a trabajar, ahora hacen la fila acá, muchos tienen vergüenza de venir por primera vez", comenta Claudia.
Los barrios populares reciben asistencia del Estado y tienen redes de organizaciones sociales muy extendidas pero a todos nos da la sensación que eso no alcanza
Al fondo del barrio, cerca del Camino del Buen Ayre, Pamela y sus hermanas apuran un guiso de arroz en el comedor "Los Pichones de Hidalgo". Y a unas pocas cuadras Verónica, Silvia y otras colaboradoras, cocinan pollo en una olla altísima en la Capilla Nuestra Señora de Luján. Ambas trabajaban por separado, pero por el virus decidieron compartir la cocina y aunar esfuerzos, con equipos rotativos para dispersar el riesgo de contagio. Según anotaron en sus cuadernos, en marzo entregaban 90 viandas y hoy reparten 243.
A tres meses y medio del inicio del confinamiento, llegaron a un importante nivel de organización interna: si Claudia da el almuerzo, Verónica, Silvia y Pamela entregan merienda y cena. "Necesitamos que salga la ley Ramona", comenta Verónica en alusión al proyecto que impulsa un bono de $5000 para las trabajadoras de los comedores.
Contagios y asistencia
Según datos del Ministerio de Desarrollo Social, en las primeras semanas de la cuarentena se registró un salto en la demanda alimentaria, de 8 a 11 millones de personas. La cartera que conduce Daniel Arroyo inició la gestión con 3000 comedores certificados y hoy va hacia la oficialización de unos 5000, que reciben fondos directos para la compra descentralizada de alimentos. A ese número hay que agregarle cientos de centros y de ollas populares no registradas, que se nutren de alimentos provistos por los municipios, las organizaciones sociales, las entidades religiosas y las donaciones particulares. En abril, Nación transfirió $500 millones a provincias y municipios. Hoy ese monto asciende a $2000 millones. Frente a la parálisis total de la economía informal, la ayuda corre desde atrás.
"La mayor dificultad es económica. Los barrios populares reciben asistencia del Estado y tienen redes de organizaciones sociales muy extendidas pero a todos nos da la sensación que eso no alcanza", comenta Grosso.
Los contagios también comenzaron a dificultar la asistencia alimentaria. En el barrio 30 de Agosto, Lomas de Zamora, por ejemplo, el comedor de Damián Altamirano daba almuerzo y merienda a buena parte de los vecinos, pero comenzaron los contagios y debió cerrar. Pasó a un esquema de reparto de bolsones de comida cada 15 días.
DetectAR
En Las Antenas (La Matanza), Ezequiel Morán espera bajo un gazebo azul, enfundado en un overol blanco, con un termómetro digital en la mano. Vecino del lugar, comenzó a trabajar en el programa "El barrio cuida al barrio". Hace prevención sanitaria de 9 a 16 y le pagan $7500. "Yo perdí la changa que tenía porque ya no puedo ir a Capital Federal, por eso empecé este trabajo. Me cuido mucho porque no quiero contagiar a las nenas", dice, en alusión a sus cuatro hijas.
La pandemia colocó a la Argentina patas para arriba y pudimos ver lo que estaba abajo de la mesa
Ezequiel serpentea por los pasillos, estrechísimos, que tiene el asentamiento y frena en su casilla. Su familia duerme en un espacio de unos dos metros cuadrados. De otro lado de una cortina hay otra familia, de once integrantes. Todos comparten el baño. Parece imposible, pero, por la cuarentena, los niños se quedan adentro.
"La pandemia colocó a la Argentina patas para arriba y pudimos ver lo que estaba abajo de la mesa", comenta Navarro.
El cumplimiento de la cuarentena estricta en Las Antenas es dispar. "Al principio todos se cuidaban mucho. Pero ahora algunos empiezan a decir que no saben si es tan grave. Muchos pibes andan sin barbijo y ya hacen juntas", comenta Noemí, que montó una olla en el pequeño patio de su casa, en el medio del asentamiento. Se llama "Comedor Siempre Feliz".
Hasta la llegada de la cuarentena, ella trabajaba en un geriátrico y su marido, Diego, en un taller de calzado, como buena parte de los vecinos del barrio.
Hoy, Diego es uno de los que acompaña a los promotores del operativo DetectAR en el barrio. Asegura que sin la presencia de un referente barrial, es muy difícil que los vecinos abran la puerta a los empleados públicos.
Avanza la tarde y Ezequiel y Diego vuelven al gazebo azul, en la entrada del barrio. El turno de hoy ya terminó. Ya pueden sacarse el uniforme y, como el resto de sus vecinos, volver a perderse en los pasillos.
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