Los traumas de un gobierno en emergencia, resignado al aislamiento
La normalidad no volverá hasta que haya una vacuna contra el coronavirus o hasta que al menos la mitad de la población haya pasado la enfermedad. La calle será un lugar restringido durante meses, por mucho que la cuarentena se extienda en cuotas y con ajustes.
La meta del 26 de abril se moverá, de una manera u otra. El gobierno de Alberto Fernández vive atrapado en el vértigo de lo impredecible, cuando todavía no había llegado a asentarse en el poder ni a ajustar una dinámica de funcionamiento eficaz. La sensación inicial de que corría delante de los acontecimientos se esfuma a medida que quedan expuestas esas deficiencias.
A Fernández se le escapa a menudo el control de la agenda. Algo que lo irrita como pocas cosas. Al viernes negro de los jubilados apiñados en los bancos le siguió el escándalo de la compra estatal de alimentos a precios estratosféricos, la torpe definición de la ministra de Seguridad sobre el patrullaje en redes sociales para controlar el humor social y el malestar entre empresarios, comerciantes y hasta sindicalistas por la falta de señales claras ante la depresión económica que ya empieza a sentirse.
En el entorno presidencial admiten que la sensación triunfalista que llegó a embriagar a un sector del Gobierno -¿y al mismo Fernández?- cede paso a una inquietud creciente. Los que se ilusionaban con una apertura mayor del confinamiento y un gradual regreso de la actividad se toparon con un freno drástico: ni el Presidente ni los gobernadores aceptan asumir el riesgo de cargar en su conciencia con los muertos que sobrevendrían a una relajación de las medidas contra la propagación del virus.
Les pasa a los líderes en todo el mundo. Hay razones básicas de política -la mayoría de la población apoya la cuarentena en estas circunstancias- y también argumentos científicos. La propia Organización Mundial de la Salud (OMS) advirtió que terminar demasiado rápido con el confinamiento "puede llevar a un repunte mortal" de los contagios.
La velocidad de la apertura está atada principalmente a la baja de la tasa de contagios a niveles seguros; esto es reducir a 1 o menos la cantidad promedio de personas a la que un infectado le transmite el virus. Semejante hito requiere aislamiento, pero también detección temprana de casos. La escasez de testeos es el gran tabú del Gobierno; el gráfico que Fernández evitó mostrar en la clase magistral que dictó en Olivos para anunciar la tercera fase de la cuarentena. En el oficialismo admiten que la demora en comprar reactivos persiste como el gran fallo inicial del "comandante" Ginés González García.
Con información muy parcial, la lógica indiscutible de "salvar vidas" lleva directo a asumir un confinamiento muy prolongado y por consiguiente a un golpe durísimo en la economía.
"No hay ningún motivo para ser optimistas", le dijo esta semana el ministro de Economía, Martín Guzmán, a un interlocutor habitual. El mundo está patas arriba y la Argentina, que ya era un paciente de riesgo antes de la pandemia, se enfrenta a un desafío inimaginable.
Las imperfecciones de origen en la conformación del Gobierno agravan el problema. Mientras en la batalla sanitaria se armó un consejo de expertos y –al menos de cara al público- centralizó la gestión en González García, en el manejo de la crisis económica sufre la decisión inicial de dividir la gestión, sin un mando claro más allá del presidencial. Un error calcado de la era Mauricio Macri.
La carencia de un programa económico de emergencia es la mayor preocupación por estas horas en el sector empresarial y también (aunque no lo digan) de los sindicalistas
Guzmán trabaja en el acomodo de la deuda; Miguel Pesce se encarga de administrar oxígeno desde el sector financiero; el auxilio a las empresas se cocina en las oficinas de Matías Kulfas y de Cecilia Todesca, mientras en el Congreso el kirchnerismo duro propone impuestos extraordinarios, que después a Fernández no le queda más remedio que bendecir. Los síntomas se agravan cuando el loteo de poder se revela también en el interior de cada ministerio, como saltó a la luz con el escándalo de las compras de alimentos en Desarrollo Social.
La carencia de un programa económico de emergencia es la mayor preocupación por estas horas en el sector empresarial y también (aunque no lo digan) de los sindicalistas. "Hay un revoleo de medidas, controles de precios y mucho voluntarismo, pero nadie sabe a dónde estamos yendo", señala una fuente del mundo industrial que participó de diálogos con el Presidente durante estos días.
El sesgo antiempresarial que se distingue en las palabras de los referentes oficialistas –acentuado desde que Fernández tildó de "miserables" a los que despiden trabajadores- también reavivó sutilmente la grieta.
Los opositores salieron de la foto de los anuncios relevantes. Los que tienen gobiernos a cargo –sobre todo Horacio Rodríguez Larreta- mantendrán el tono conciliador, pero con la idea de disociar bien claramente entre la política sanitaria y el resto.
El drama de los sueldos
La sequía de la caja unifica a todos: empresas, comercios, gobiernos provinciales, municipios, sindicatos. Abril pasará entero sin actividad y pagar los salarios a principios de mayo aparece en el horizonte como un desafío acuciante. El regreso de las cuasimonedas ya se discute con naturalidad en la cima del poder.
Fernández a todo les promete ayuda, pero todavía no está claro cómo. Las buenas intenciones compiten con la burocracia. No solo en las compras públicas. Infinidad de pequeños empresarios siguen esperando la reglamentación del decreto de fines de marzo que estableció el nuevo Repro, el programa destinado a ayudar desde el Estado al pago de sueldos durante la emergencia.
En el propio oficialismo hay voces que piden retomar la idea de un gran pacto económico y social. "Todos tienen más incentivos a aceptar cambios que antes parecían imposibles -señala un gobernador peronista-. Hay gremios que se negaban a mencionar siquiera una reforma laboral y ahora negocian reducción de salarios. También los empresarios aceptan que tendrán que ganar menos. Pero alguien tiene que juntarlos y hablar sensatamente".
La respuesta provisional ha sido emisión monetaria y el sueño recurrente de inventar impuestos. En el propio gobierno saben que no es sustentable (y de ahí las tensiones entre Guzmán, Pesce y Kulfas). Hoy la atención prioritaria del Presidente sigue siendo evitar el desborde sanitaria. "Lo único que no tiene arreglo es la muerte", repite. Sigue con obsesión el número de camas disponibles para atender la emergencia (hay 8500 de terapia intensiva y no dormirá tranquilo hasta tener 10.000) y respira cada día al constatar que la curva de contagios no se dispara. La obra pública se reactivará en gran medida para construir hospitales.
Los intendentes y el ministro del Interior, Wado De Pedro, son sus termómetros del clima en los barrios pobres del área metropolitana, tanto por las carencias económicas como por la forma en que se cumple el distanciamiento social. El miedo al desborde (social y sanitario) no cede.
Fernández vivió la conferencia del viernes en Olivos como una reivindicación a su velocidad para decretar el aislamiento. A los gobernadores que le pedían flexibilizar (incluso algunos con provincias muy afectadas por el virus, como Jorge Capitanich) los contentó con la sectorización. Pero advierten en la Casa Rosada que serán restrictivos con los permisos para "liberar" pueblos y actividades.
La gran incógnita es hasta cuándo podrá resistir las presiones para abrir más las puertas. Les pasa a todos. España, con 16.000 muertos registrados, retoma el lunes el trabajo en industrias no esenciales, a riesgo de malograr una incipiente baja de fallecimientos.
Lo impredecible de la crisis complica cualquier predicción. Por ahora la política de Estado más consistente es el "vamos viendo".
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