Coronavirus en la Argentina: la pregunta molesta que inquieta a Alberto Fernández
En alerta por una amenaza que percibe tremendamente peligrosa, el organismo de muchos adultos infectados por coronavirus lanza una respuesta inmunológica extrema. Esa "tormenta defensiva" termina a menudo por ser más grave que la enfermedad y puede incluso provocar la muerte del paciente.
El mundo de la política se enfrenta a un dilema análogo: cuánta artillería usar para combatir la epidemia sin crear a la larga un daño mayor. Lo truculento de la situación es que se trata de una decisión racional, no una reacción de la naturaleza, y el cálculo de los resultados se asemeja a un acto de fe.
A oídos del presidente Alberto Fernández llegan cada vez más las quejas de quienes sostienen que para frenar los contagios se consintió destruir la economía, mediante la imposición de la cuarentena obligatoria en una fase muy temprana del brote en el país.
El Presidente exhibe su peor cara de fastidio ante un reproche de ese calibre, que refuta la actitud previsora de sus medidas sanitarias hasta ahora tan ponderadas por la opinión pública, según el consenso de las encuestas. "¿Con qué autoridad moral hablan así?", reaccionó esta semana ante una crítica sin eufemismos del exministro Alfonso Prat-Gay. Le achacó "mala intención" y enfatizó: "Salir en los términos que reclaman es llevar a la muerte a miles de argentinos".
Pero más allá de la reacción defensiva, dentro del oficialismo florece una pregunta repetitiva y dolorosa: ¿habremos exagerado? La parálisis económica prolongada condena a la Argentina a un año desastroso, con caídas récord en todos los indicadores, una dramática fragilidad social y perspectivas inciertas de recuperación. Que el mundo entero esté en shock no parece consuelo.
La euforia de Fernández y su entorno por los impactantes números de aprobación que les trajo el manejo de la pandemia empieza a diluirse. Al fin y al cabo, los datos de imagen positiva en un año no electoral son apenas alimento para el ego. Y cuando responden a un salto repentino llevan la marca de lo efímero.
Los ajedrecistas del poder que anticipan jugadas con la mira en octubre de 2021 no tienen dudas de que la salud de la economía marcará la suerte del proyecto personal del Presidente
Una muestra gratis de ese peligro pudo experimentarla el Gobierno con la protesta que desató su actitud (como mínimo) indiferente ante la salida de presos peligrosos de las cárceles. El drástico giro en el discurso y la acción oficial en ese tema refleja cuánto le interesa a Fernández cuidar su momento dorado en los sondeos.
La hora de la verdad
El nudo de la gestión reside en cómo gestione la salida del aislamiento obligatorio y el regreso a la vida económica. La política es así de ingrata: a Fernández se lo va a juzgar en las urnas por primera vez dentro de un año y medio, cuando la Argentina esté en plena travesía para emerger de la catástrofe global de la coronacrisis.
Volverá entonces la pregunta que acaso marque esa campaña: ¿quién arruinó la economía? La recesión que viene, ¿habrá sido una herida autoinflingida por este gobierno al decidir la respuesta más drástica posible ante la emergencia de la enfermedad? ¿O, como Fernández les reprocha en público a los pocos opositores que eligen criticarlo en estas horas, el responsable fue Mauricio Macri durante el paréntesis que significó su gobierno en la larga era kirchnerista? Lo mismo corre para la cuestión de la deuda. ¿De quién será la culpa si la negociación no termina en un acuerdo sino en otro default argentino?
Los ajedrecistas del poder que anticipan jugadas con la mira en octubre de 2021 no tienen dudas de que la salud de la economía marcará la suerte del proyecto personal del Presidente. Acaso un reflejo de autopreservación explique su mayor predisposición de estos días a flexibilizar la cuarentena, mientras que Horacio Rodríguez Larreta o Axel Kicillof, a quienes nadie señalará por el tamaño de la recesión en el país, se aferran a la prioridad de mantener achatada la curva de contagios.
La dosis correcta de encierro para evitar un desastre sanitario no la conoce nadie. Pero el argumento de que estamos ante un dilema entre la vida y la economía tiene fecha de vencimiento.
Abrir la puerta es una operación compleja que requiere gestión inteligente. Lo ingrato del caso es que la calle nos encontrará más pobres, psicológicamente agotados y con la angustia que trae la incertidumbre económica. Y lo peor de todo: la amenaza de un reguero de muertes por Covid-19 sigue ahí fuera, casi como el primer día.
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