Coronavirus en la Argentina. Los adolescentes y el síndrome del pijama: ¿comodidad o expresión de angustia?
Entre que trasnochan más de lo habitual y no tienen horarios por la disrupción de la vida cotidiana que impuso la cuarentena, los adolescentes se la pasan todo el día vestidos de forma tal que no se sabe si se van a dormir o se acaban de despertar. Lo que podría denominarse el síndrome del pijama. "Está todo el día con la misma ropa. Se levanta y se va dormir igual. Mateo pasa de la cama al sillón del living y del sillón del living a la silla del comedor diario para jugar a la play. Esos son sus movimientos en la casa. Después del primer mes de cuarentena habíamos logrado acomodar un poco las rutinas y las actividades, pero desde hace algunas semanas todo se volvió a descontrolar. Se acuesta de madrugada y almuerza a las 5 de la tarde, y le cuesta cada vez más responder a las tareas del colegio", confiesa Luciana Armada, que además de Mateo, que está en 3° año del secundario, es madre de Nicolás, que estudia Economía en la UBA, y de Catalina, que tiene 13 años.
La energía adolescente se fue consumiendo durante los más de cien días que lleva el confinamiento, que los dejó sin la posibilidad de ver a sus amigos desde el 16 de marzo pasado, cuando se suspendieron las clases. La semana próxima cumplirán cuatro meses de encierro, y los psicólogos que continúan en contacto con ellos en sesiones virtuales dicen que ya advierten algunas señales más afines a estados depresivos.
"Resistieron gracias al entrenamiento que tienen para circular navegando por la virtualidad, pero con las reiteradas postergaciones de la cuarentena las reservas adolescentes ya no son las mismas. Los humores se irritaron, la ansiedad creció y se sintomatizó. La potencia adolescente pide oxígeno, y con la mirada de los padres híperpresentes, con su afecto, sus presiones, reclamos y quejas, los chicos ya no saben dónde esconderse; y los padres tampoco", reflexiona la psicoanalista Susana Kuras Mauer, especialista en niñez y adolescencia.
"Este encierro me tiró para abajo". "Lloro por todo". "Mi vida está en pausa". Las frases están apuntadas en una libreta de Kuras Mauer, y son de algunos de sus pacientes, que tienen entre 12 y 17 años.
Soledad Arellano es la madre de Bianca, que está en séptimo grado, y hace una semana descubrió que su hija lloraba todas las noches. "Me quedé helada cuando me enteré. Cada vez que alguien me preguntaba cómo estaba llevando Bianca todo esto yo respondía que ‘bastante bien a pesar de todo’. Me senté a charlar con ella y me dijo que no sabía bien por qué lloraba, pero que sentía que se estaba quedando sin amigos. Siempre dicen que los adolescentes son los que mejor la pueden pilotear porque están acostumbrados a conectarse por las redes sociales, pero hay muchos que ya están hartos de las videollamadas y los zoom. Bianca les tiene fobia. También me dijo que a la mayoría de sus amigas le pasaba lo mismo", revela Arellano.
"Mami, me duele acá"
Los especialistas explican que los cambios de humor repentino, el llanto aparentemente sin motivos o el ensimismamiento exacerbado son algunos de los modos de presentación del ánimo adolescente en cuarentena. Otros están desmotivados, echados gran parte del día y sin fuerza. "La sintomatización silenciosa de los adolescentes tiene efectos psíquicos de desestabilización que no debemos desestimar. El cuerpo mismo es el blanco donde últimamente se manifiestan alergias, dolores poco reconocibles, bruxismo, ansiedades hipocondríacas con las que imaginan estar gravemente enfermos", señala Kuras Mauer.
Y refuerza: "El cuerpo en la adolescencia necesita estar investido libidinalmente para estar saludable, con experiencias de encuentro afectivo, de placer, de ternura, de seducción, que hoy se ven amenazadas por barbijos que no solo los protegen, también tapan, callan y anestesian".
La semana pasada, Constanza Brass llevó a su hija de 15 años a la guardia porque ella estaba convencida de que tenía apendicitis, aunque todas las noches decía que le dolía en un lugar distinto. "Mami me duele acá, y acá también. Primero era la ingle derecha, después la panza, un poco más arriba. Al otro día le dolía del lado izquierdo. Yo estaba segura de que no tenía nada, pero estaba dolorida y preocupada, y finalmente la charla con la médica la tranquilizó", cuenta Brass.
Habitaciones convertidas en trincheras
En la casa de los Echevarría, las habitaciones de los chicos se convirtieron en trincheras. Cada uno encerrado en su cuarto. Todo el día. "El más grande cierra la puerta, el menor la deja abierta, pero no salen de ahí más que para ir al baño y comer. Juegan a la play, chatean, tienen las clases por zoom. Todo el tiempo están encerrados entre cuatro paredes –cuenta Carla, madre de Pedro y Lolo-. Ninguno de los dos usa pijama, pero siempre están con el mismo jogging. Lo tienen tatuado".
Para la psicóloga Ileana Berman, especialista en crianza y familia, los adolescentes están viviendo lo que ella denomina la cuarentena de la cuarentena. "Se meten muy para adentro, y se aíslan del resto de su familia dentro de su propia casa. La adolescencia es una etapa de relación con los pares, de otros que tengan un mismo código. Lo único que quieren es irse de su casa y ahora están atrapados. Hay muchos chicos que hoy no quieren salir de su cuarto, y padres que están asustados. Las consultas son permanentes, no saben qué hacer; si hay que dejarlos, si conviene obligarlos a levantarse más temprano, o que se vistan y se saquen el pijama. Lo importante es estar atentos y saber si se están relacionando con otros, qué sucede en ese tiempo durante la madrugada en el que se quedan despiertos, por ejemplo. Si uno pasa y los escucha jugando en red o hablando con amigos es un buen indicio. Si los padres notan que cada vez están más desganados, echados todo el día y sin hablar con nadie es un signo de alerta. Pueden ser síntomas de una depresión solapada, relacionada tal vez con el contexto pandemia, o puede haber algo más".
Juan Eduardo Tesone es médico psiquiatra y docente de gran trayectoria en la Universidad de París XII, y cree que es importante respetar esa actitud de repliegue. "En este momento es esperable que la necesidad de vivir a contra turno del resto de los habitantes de la casa se intensifique. Sería utópico exigir que la familia funcione sin roces. En sí mismo no es inconveniente mayor, al menos que esta alteración de los ciclos revele otro tipo de conflicto más profundo, que sea una expresión de angustia intensa o comportamiento depresivo".
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