Coronavirus en la Argentina: la cuarentena invisible del corazón del conurbano
Hace cuatro años que Gladys vende panchos en un puesto frente a la estación de Laferrere, en La Matanza. "Uno por 40 pesos, dos por 70, en ningún lado conseguís este precio", dice con orgullo parada detrás de un plástico transparente que recubre su carrito. Lleva guantes y barbijo. En un día normal, en el centro comercial que se despliega sobre la Avenida Luro, Gladys vendía más de 60 panchos. Por la cuarentena, su puesto estuvo cerrado hasta mayo y, una vez que pudo abrir, la poca circulación de gente le complicó el negocio. En el último mes vendió entre 6 y 8 panchos por jornada.
Hoy tiene la esperanza de poder vender más: es día de pago del IFE y todos los bancos cercanos tienen una fila que serpentea sobre la vereda y se extiende por más de una cuadra. Las calles de Laferrere están activas. Si todos se quitaran las máscaras y los barbijos podría resultar una mañana de pre pandemia de coronavirus.
En la puerta de los bancos, mujeres con pechera de la municipalidad rocían de alcohol las manos de quienes ingresan a cobrar. También caminan entre la fila y reniegan para lograr que la gente cumpla con el distanciamiento social. "Los separo y enseguida se amontonan de nuevo", se queja una de ellas. Alrededor, algunos manteros despliegan mercadería. Venden anteojos, carteras, medias. Buscan, como Gladys, tener un poco de suerte.
Definitivamente es un panorama mucho más concurrido que el que vio LA NACION cuando visitó la misma zona hace tres meses, al comienzo de la cuarentena. Entonces, en plena fase 1, solo circulaban colectivos; las calles estaban vacías y los únicos comercios abiertos eran los esenciales.
Hoy, sin embargo, la actividad no se traslada al interior de los locales. Está afuera, en las filas en los bancos y en torno a verdulerías o carnicerías, pero adentro de los locales el movimiento es mínimo. La gente está en la calle pero no entra a comprar.
La provincia de Buenos Aires acumula más de 23.000 contagiados por coronavirus. La Matanza, el municipio más populoso del conurbano, reportó hasta el comienzo de esta semana 3.180. Es el municipio con más casos, aunque en tasa de contagios cada 100.000 habitantes (139) está por debajo de, por ejemplo, Avellaneda (426) o San Martín (225).
Sin embargo, este martes, después de una reunión con infectólogos, el intendenteFernando Espinoza reconoció que el movimiento en la calle está potenciando los contagios. "Vemos que un gran porcentaje importante de vecinos sale a la calle y no cumple con el aislamiento social, que es la única vacuna que hoy tenemos contra la pandemia", dijo entonces.
Muchas persianas bajas
"Estuvimos un mes cerrados y ahora volvimos a abrir pero solo medio día. Mantuvimos los precios igual e incluso los bajamos para atraer clientes, pero estamos vendiendo poco más de la mitad que antes", cuenta Alan, dueño de una artística que atiende junto a su novia y a una empleada. "Si tenemos que volver a la fase uno, directamente no puedo laburar. Puedo tener entrega a domicilio, pero no me alcanza. No se qué voy a hacer" contesta anticipándose a un eventual endurecimiento del aislamiento. Para cumplir con el protocolo, Alan tiene una soga cruzada en la puerta para que nadie pase y la cortina metálica del local subida hasta la mitad.
En las principales arterias de Laferrere los locales comerciales se dividen en dos: aquellos con las persianas cerradas definitivamente y otros que tienen carteles escritos a mano con marcador en las vidrieras con las instrucciones para seguir los protocolos de seguridad o para comprar a través de Facebook o Instagram. En varios la leyenda "liquidación por cierre" busca atraer a potenciales compradores con ofertas finales.
"Apenas cerramos el dueño armó un Instagram y empezamos a vender por ahí. Gracias a eso seguimos cobrando. Ahora que pudimos abrir, la gente viene, mira, pero no compra mucho. Estamos vendiendo un 40% de lo que hacíamos antes", explica Rosario, que trabaja en una tienda de ropa. "Esperamos que el dueño no tenga que cerrar porque acá en la cuadra hay muchísimos locales que se están yendo. Locales que tenían 20 años abiertos", dice.
Unas calles más adentro, Miguel limpia el mostrador del bodegón en el que trabaja. El lugar está vacío y todas las sillas están sobre las mesas. El menú está desplegado en pizarrones distribuidos en todo el lugar: sirven chivito, ancas de rana y hasta carne de yacaré, pero con la llegada de la pandemia solo venden pizzas y empanadas a domicilio. "Hay más gente caminando que en marzo, pero estamos vendiendo el 10% de lo que hacíamos", explica Miguel. Ante la pregunta de si espera que lentamente vuelva todo a la normalidad se encoge de hombros. "No creo que venga mucha gente con la malaria que hay".
Fotos: Santiago Filipuzzi y Rodrigo Néspolo
Edición fotográfica: Fernanda Corbani
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