Después de 70 días de confinamiento, la novedad de esta semana es que una parte de la sociedad argentina empezó a cuestionar la rigidez y la extensión de la cuarentena. Y sobre todo, lo que muchos empezamos a advertir: la falta de planificación. Ese "vamos viendo", tan argentino que nos ha llevado a los peores lugares.
La verdad es que nadie sabe cómo y de qué manera saldremos de esto. Quiero explicarme bien: es muy elogioso que la Argentina no haya actuado con la irresponsabilidad y falta de sensibilidad de los Trump o los Bolsonaro, donde la pandemiacausó miles de muertes. No se trata de eso.
Se trata de darnos cuenta de que la dirigencia argentina se enamora de soluciones transitorias y las convierte en permanentes y el remedio termina siendo peor que la enfermedad. Sucedió, por ejemplo, con la convertibilidad, que terminó en el estallido de 2001.
Sin embargo, hay miedo a cuestionar la estrategia del Gobierno sobre la cuarentena porque este debate ha entrado en el terreno del fanatismo religioso, de la guerra religiosa, como suele suceder en la política argentina. La defensa de la cuarentena se ha 'kirchnerizado'.
¿Sabés por qué me doy cuenta? Porque hay miedo a plantear dudas, e incluso preguntas. Porque volvieron los escraches, el modus operandi más oscuro y violento del kirchnerismo, como le sucedió a Javier Milei esta semana. Cuando la discusión es "cuarentena o muerte" entramos en un clima político peligroso.
Me doy cuenta de que entramos en un clima político peligroso porque yo misma tenía miedo de plantear, en este editorial, las dudas que tengo y tenemos frente al rumbo y la forma que está tomando el confinamiento.
Economistas, periodistas, académicos, juristas, un sector de la ciudadanía independiente, la oposición corre el riesgo de ser atacada y escrachada por los militantes de la causa "cuarentena o muerte".
El miedo es un indicador inconfundible de la presencia del abuso de poder, como sucede en las familias. Cuando hay algún tema del que no se puede hablar, con libertad y respeto, estamos ante una familia autoritaria. Lo mismo pasa en un país.
También estamos frente a un relato muy eficaz, que clausura la discusión, tal como venimos planteando aquí en La trama del poder hace varios programas. Como dijo uno de los expertos que asesora al Gobierno: "Los que dicen que la cuarentena es mala, que prueben con la muerte".
Aquí viene una parte del problema: el Presidente está diseñando la estrategia frente a la pandemia solo en base al punto de vista de los epidemiólogos. Un grupo de expertos muy prestigioso, pero al que nadie votó. Los argentinos votamos a políticos, no a epidemiólogos.
El problema es que, cuando las decisiones se toman entre pocos y en base a un solo punto de vista, siempre salen mal. Es como si tuviéramos múltiples enfermedades –como tiene la Argentina- y le consultáramos solo a un especialista, en lugar de ver a un médico generalista. O a varios.
Lo que estamos cuestionando acá es cómo el Gobierno está tomando decisiones sobre un asunto gravísimo, que no solo pone en jaque nuestra vida, sino también el diseño que tendrá la Argentina después de la pandemia.
La democracia constitucional en la que elegimos vivir no solo es un tecnicismo: tiene un protocolo, igual que la medicina. Este "protocolo" tiene tres reglas de oro:
1. Control: el Presidente no puede tomar decisiones solo, debe ser controlado por otros poderes
2. Consenso: el Congreso tiene que intervenir en las decisiones que se toman
3. Legitimidad: lo cual surge de haber respetado este protocolo
Esto todo lo contrario a lo que sucede.
Ahora, ¿no es lógico que nos hagamos preguntas sobre la falta de planificación de la cuarentena, en un país que tiene un 50% de pobres, un 50% de inflación y que no crece desde hace diez años? ¿No es obvio que la Argentina ha llegado a este estado, precisamente, porque su dirigencia política, votada por esta sociedad, tomó malas decisiones?
¿No hubiera sido más lógico, desde el comienzo, armar un equipo multidisciplinario, que convoque a la oposición en su conjunto y a especialistas diversos, como economistas, sociólogos, profesionales de la salud mental y juristas, para armar entre todos un plan integral, con el Congreso activo?
¿No hubiera sido más racional ir de un modo más gradual, cerrando primero las fronteras y preservando a los sectores más vulnerables, pero sin apelar al confinamiento más duro de arranque? ¿No estamos haciendo al revés las cosas hablando de flexibilizar, justo cuando viene el pico más alto de contagios?
Y algo de lo que se habla poco: ¿es legal la restricción de derechos y libertades que impone la cuarentena? Los juristas dicen que no. Al no declararse el estado de sitio, todas las limitaciones de derechos en nuestra democracia tienen que hacerse a través de leyes. El Presidente ha firmado DNU, que algunos fueron refrendados por el Congreso, pero otros no.
Es por eso que salió a hablar esta semana el expresidente de la Corte Ricardo Lorenzetti, que tiene simpatías con el actual Gobierno: la cuarentena tiene que tener un límite temporal, dijo.
Muchos se preguntan si sirve cerrar un barrio popular como Villa Azul. Pero la pregunta también debería ser si es legal. El jurista Roberto Gargarella afirma, por ejemplo, que es inconstitucional por discriminatorio y estigmatizante, y argumenta que "la lógica del cierre es: ‘No nos contagien a nosotros, contágiense entre ustedes’.
Para Gargarella, garantizar los derechos de los barrios más vulnerables, donde no hay espacio para moverse (a diferencia de los countries y barrios cerrados), sería trasladarlos a lugares más abiertos, no encerrarlos más.
Parece obvio decirlo, pero el gobernador Axel Kicillof parece no tenerlo en cuenta cuando propone cuarentenas comunitarias indistintamente para villas o countries: la cuarentena no es igual para los que viven en casillas que para los que viven en departamentos o casas con varios ambientes.
Sin embargo, de todo esto se ha vuelto difícil hablar en la Argentina porque, como dice el nuevo y falso eslogan: "Los que dicen que la cuarentena es mala, que prueben con la muerte".
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