Coronavirus: afloran las tensiones en la era del deshielo de la cuarentena
La era del deshielo ya llegó y las tensiones empiezan a aflorar. El mundo congelado del que hablaba hasta hace poco Alberto Fernández comenzó a salir de ese freezer imaginado.
La nueva etapa llega, en parte, por decisión y conveniencia del Gobierno. En parte, por las presiones que iban acumulándose y la hacían inevitable. Y, en parte, por acción de los demás actores del espacio público, que empiezan a sentir la necesidad y a encontrar la oportunidad de marcar algunas diferencias.
La estrategia de Fernández para la próxima etapa de la cuarentena quedó expuesta anteayer y confirmó los presupuestos (o sospechas) de la mayoría de la dirigencia que no integra el gobierno nacional.
Coronavirus hoy en la Argentina y el mundo: minuto a minuto y las novedades
Más allá de nobles propósitos y razonables decisiones, la conclusión es que se acaba de ingresar en la fase alta de la socialización de los riesgos y la concentración y maximización de los beneficios. Justo cuando los costos comenzarán a multiplicarse y las rentas tenderán a reducirse hasta niveles aún impredecibles.
A partir de ahora, los crudos efectos de la epidemia se harán cada día más palpables en la realidad cotidiana y personal, como ya lo han anunciado los especialistas de la salud y de la economía. No hará falta mirar cifras en los medios, en las redes sociales ni en los power points que exhiban los funcionarios. Ni hace falta agregar el impacto de otros factores de riesgo presentes, como un probable default que nadie se atreve a descartar.
Por eso, la casualidad está ausente en la inquietud transversal que comenzó a gestarse anteanoche en buena parte de los gobiernos subnacionales. Era de esperar. Algunos de los anuncios hechos el sábado por el Presidente no fueron el resultado de consultas con gobernadores o intendentes, a pesar del impacto que tendrán en sus jurisdicciones. Y son esos mandatarios quienes deberán ejecutar, administrar y lidiar con las consecuencias de la "cuarentena de segmentación geográfica", como la llamó la creativa oficina nomencladora oficial. Puro riesgo para ellos.
El Poder Ejecutivo Nacional se reserva la llave para cerrar lo que otros deben arriesgarse a abrir, si es que la apertura no funciona o se desborda. No hay premios. Y ningún gobernador o intendente puede descartar un inevitable castigo (a su imágen) por haber calculado mal o por no haber manejado bien la flexibilización. Ni siquiera cuentan con una hoja de ruta detallada para resolver cuestiones operativas o burocráticas. La ausencia de precisiones sobre la reanudación de algunas actividades productivas se torna más elocuente y preocupante tanto para los funcionarios locales como para los actores económicos.
La reticencia o el liso y llano rechazo de varios jefes distritales a la habilitación de actividades recreativas, incluida la salida al espacio público de los menores, fue la primera muestra de tensión que ya emergió. Pero lejos está de ser la única. Se sumará a las que ya venían germinando y que empezarán a tomar altura desde mañana.
Los opositores de Juntos por el Cambio, cuyos gobiernos provinciales han venido acompañando por convicción, obligación y conveniencia al Presidente, ya comenzaron a advertir la necesidad de empezar a marcar algunas diferencias. Pero no hay coincidencias ni certezas en los cálculos realizados respecto de las operaciones de desacople. El momento y la magnitud de su distanciamiento preventivo son motivo de debate. Al margen de las diferenciaciones que pudieron marcar en cuestiones institucionales (gracias a las ofrendas que le hicieron algunos excesos, desvaríos e impudicias del cristinismo), radicales y macristas comenzarán a distinguirse con acciones propositivas. No es tiempo de empezar con la confrontación a cielo abierto. También por eso empezarán por el Congreso.
La reunión de hoy que el interbloque cambiemita tendrá con el presidente de la Cámara de Diputados, Sergio Massa, será el punto de partida. Le presentarán una lista de temas por tratar en la reanudación, aún incierta, pero ahora menos lejana, de la actividad legislativa. El cómo y el cuándo del deshielo parlamentario es otro foco de tensión. La mayoría de los temas son de orden económico y tributario para asistir a los sectores productivos. Será la contracara del único asunto que le interesa tratar al cristinismo en el Congreso: el impuesto especial a la riqueza, que tantos ruidos genera hacia adentro de la coalición opositora. El dilema es aparecer como defensores de los poderosos, tal el rótulo peyorativo que le asignan con astucia desde el oficialismo, o avalar un tributo de poco beneficio concreto para el fisco y mucho rédito político solo para los seguidores de Cristina y Máximo Kirchner.
Los jefes de bloques de las fuerzas que componen Juntos por el Cambio serán, de hecho, el meridiano que atravesará buena parte de la estrategia opositora. Un punto de intersección para las diferentes posiciones que conviven en esa alianza, en cuyos extremos se encuentran, por un lado, los macristas puros (y, sobre todo, duros) sin responsabilidades ejecutivas ni cargos legislativos, y por el otro, los gobernadores e intendentes. La moderación de estos es fácil de explicar. Obligaciones funcionales crecientes (sanitarias, económicas o de seguridad), demandas en alza de los habitantes de sus distritos y recursos cada día más escasos son elementos que desalientan las actitudes temerarias y los afanes de autonomía del gobierno nacional.
La situación de Horacio Rodríguez Larreta es paradigmática de la que viven sus colegas, aunque potenciada hasta el exceso. Antes de la pandemia pesaba sobre él la espada de una reducción de la coparticipación que Cristina Kirchner quería llevar hasta los límites de la asfixia. Ahora cualquier recorte podría superar esa frontera. No solo el porteño es el segundo distrito con más contagiados y muertos por el nuevo coronavirus, sino que sobre su sistema de salud recaerá, como es ya habitual, la demanda de los habitantes de la mayor y más afectada provincia, la vecina Buenos Aires. Para agravar la situación, su figura acaba de sufrir por primera vez desde 2007 años un impacto severo. Pago de sobreprecios y contrataciones polémicas, más un error no forzado que lo enfrentó con los adultos mayores le hicieron un rayón inocultable a la imagen de administrador eficiente y político astuto que construyó en los 13 años que lleva transitando en los primeros planos de la política porteña. Su equipo tampoco ya suena como una sinfónica y se escuchan algunos ruidos.
Podrían agregarse a sus flamantes desventuras, el eventual costo por haber estado en la cabecera de la mesa, al lado del Presidente, en la presentación del proyecto de reestructuración de la deuda, como avalándolo sin haber sido anoticiado antes de las características del plan. En derecho, como en política, nadie puede alegar su propia torpeza para defenderse.
Por todo eso, el plan de desacople de Larreta es objeto de un obsesivo estudio en su laboratorio político, donde incorporan infinitas variables y simulan múltiples escenarios. El margen es estrecho. Hasta acá ha sacado réditos del acompañamiento al gobierno nacional y de sus propias decisiones en la administración de la pandemia, de la mano de su cada vez más reconocido y expuesto ministro de Salud, Fernán Quirós. Hasta hace una semana la imagen del jefe de gobierno porteño no dejaba de trepar en las encuestas, siguiéndole los pasos a Fernández, el único que lo supera (por amplio margen). Pero lo bueno no dura para siempre.
También el hipersuperpresidencialismo que gestó y parió la pandemia del Covid-19 en la Argentina empieza a exhibir algunos signos de fatiga. Una declinación de siete puntos en la evaluación del gobierno nacional mostró el último monitoreo sobre el impacto en la opinión pública de la pandemia que viene realizando Poliarquía y fue difundido anteayer. No es la única señal de alerta. En el Gobierno toman nota.
La presentación anteanoche de la nueva etapa de la cuarentena se realizó sin conferencia de prensa, aunque Fernández simulara un diálogo con supuestos presentes. La decisión de no exponerse Fernández a preguntas incómodas y a tropiezos discursivos como los ya cometidos fue algo más que una novedad en la comunicación presidencial desde que comenzó el abordaje de la epidemia. Signos de los tiempos que corren. Nuevas normalidades.
El futuro empieza a llegar y las amenazas a convertirse en hechos. El deshielo llega. Las tensiones, también.
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