Control cambiario para pagarles a los bonistas
En su visita a la Bolsa de Comercio, la presidenta Cristina Fernández no se refirió a la recomendación pública que hizo en su última visita a esa institución, hace un año. Con el ya habitual tono de una maestra que se dirige a sus alumnos, aconsejó entonces a los financistas presentes y a quienes la siguieron por televisión (eran días de campaña electoral) vender dólares y comprar acciones. Quien hubiera seguido su consejo tendría hoy un 40% menos de ahorros, al tipo de cambio oficial.
Debería haberlo mencionado, ya que aquella recomendación estaba íntimamente ligada con el anuncio por el pago de la última cuota del Boden 2012.
La preocupación oficial por la fuga de divisas (70.000 millones de dólares durante la gestión Fernández) quedaba de manifiesto en aquel consejo, necesariamente amigable durante la campaña para la reelección y que mutó después en la prohibición de comprar dólares, una vez asegurado el 54% de los votos. Es que el argumento favorito de los funcionarios que defienden estos controles es, precisamente, "necesitamos los dólares para pagar la deuda", por ejemplo el Boden 2012.
No creo que exista país en el mundo que para afrontar un pago de deuda del 0,4% del PBI empuje a su economía al filo de la recesión.
Pues bien, esto es lo que ha logrado el Gobierno con este control de cambios "para pagarles a los bonistas".
Según los propios datos disponibles del Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec), el Estimador Mensual de Actividad Económica, que crecía a una tasa anual de 9,1% inmediatamente antes de los controles de Guillermo Moreno, pasó a caer un 0,5% interanual en su última medición de mayo.
Ningún país del mundo desaceleró tanto su tasa de crecimiento en los últimos 9 meses como la Argentina. Según este indicador amplio del Indec, la Argentina ya crece menos que el mundo y mucho menos que sus vecinos. Si el mundo se nos hubiera caído encima, entonces, quizás estaríamos creciendo, no en recesión.
Los platos rotos
El foco del anuncio fue que el gobierno kirchnerista paga las deudas y los platos rotos de administraciones anteriores. Una vez más la épica de que gracias a los Kirchner estamos mejor que con cualquier otro. Otra vez la ficción del relato lejano a la verdad.
La realidad es que en la última cuota del Boden 2012 que vence hoy se mezclan tres conceptos: el corralito del gobierno de Fernando de la Rúa, la pesificación asimétrica de Eduardo Duhalde y las primeras emisiones de deuda de Néstor Kirchner.
Del total de Boden 2012 nominales, 12.194 millones de dólares fueron emitidos por gobiernos anteriores y 5219 millones de dólares fueron emitidos por Néstor Kirchner. Casi la totalidad de esos Boden 2012 emitidos por Kirchner fueron comprados por su amigo Hugo Chávez. Deberían haberlo invitado a la Bolsa de Comercio al comandante. Después de todo, tiene casi tanto para festejar como Cristina –y nada para reprocharle, ya que seguramente no siguió su consejo de un año atrás–.
En su largo relato tampoco mencionó nunca la inflación –justamente lo que hace que los pobres sean todavía más pobres– y nos llenó de cifras nominales que en un período de años inflacionarios pierden sentido.
Pero todo vale a la hora de adornar las bondades de un modelo económico que registra una creciente vulnerabilidad y una alarmante falta de reacción por parte de las autoridades.
Una última curiosidad de la magia del desendeudamiento: si sumamos los pagos por Boden 2012 emitidos por Néstor Kirchner más los pagos por cupones del PBI de su "exitosa renegociación de la deuda" (US$ 10.029 millones, incluido el pago garantizado a fin de este año) llegamos a la suma de US$ 15.249 millones, un valor casi idéntico a la suma de todas las series de Boden emitidas para atender las consecuencias de la crisis de 2001.
Podrán decir que el cupón del PBI es parte de la herencia, pero eso es falso. No había ninguna necesidad de otorgar semejante regalo a los bonistas que hoy ya recuperaron cerca de la mitad de la verdadera quita gracias al mal diseño de esta generosidad.
Por supuesto, la Presidenta tampoco hizo referencia a estos incómodos números. Seguramente nadie de su entorno se animó a mencionárselos siquiera.
Por lo menos esta vez no se tratará de un ocultamiento, sino de mera ignorancia. Moralmente, quizá sea un avance.
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