Contrastes que anticipan la campaña
El enojo parece exponer el carisma de Mauricio Macri . Ayer, mostró una manera de decir que no había aparecido nunca en él, tal vez llevado antes por la timidez o por la estrategia de confrontar la serenidad con el enfrentamiento (él o Cristina). Con un final que hizo recordar a no pocos los finales épicos de los discursos de Raúl Alfonsín , el Presidente inauguró las sesiones ordinarias del Congreso y, sobre todo, la campaña que concluirá con su reelección o con la elección de otro presidente . Fue un discurso con tono y contenido de campaña electoral.
El adversario está claramente elegido: es el cristinismo , aunque también, pero más vagamente, el peronismo en general.
En el único momento en que no hizo distinción entre los peronismos fue cuando defendió su decreto de necesidad y urgencia sobre la extinción de dominio de los bienes adquiridos con dinero de la corrupción. Ese DNU fue rechazado por la comisión parlamentaria que supervisa esos decretos por una ínfima mayoría peronista. Ahora debe ser tratado por los plenarios de los cuerpos de Diputados y el Senado. En aquella mayoría en la comisión se anotaron cristinistas, massistas y peronistas alternativos. "Digan con quiénes están", los desafió el Presidente. El cajoneo parlamentario de un viejo proyecto sobre extinción de dominio y el reciente rechazo del DNU sobre el mismo tema en una comisión, exhiben a un peronismo con inconfundibles rasgos de defensa corporativa. Los argumentos expuestos para no aprobar esa iniciativa indican la intención de que los corruptos se queden, aunque vayan a la cárcel, con el dinero que robaron. Macri aprovechó bien esa debilidad del peronismo, sujetado como está este por los compromisos del pasado reciente (es decir, por Cristina) y desafiado al mismo tiempo a cambiar para sobrevivir.
El cristinismo se olvidó hace rato de los modos y las obligaciones institucionales. Es una tradición de la democracia que el jefe del Ejecutivo inauguré cada año el período parlamentario de sesiones ordinarias con un discurso propio y en un clima sereno. Cada presidente decía lo suyo. Los legisladores propios lo aplaudían; los opositores no lo hacían, pero se quedaban callados. Las disidencias, en todo caso, se comentaban fuera del recinto en declaraciones periodísticas. El rito comenzó a cambiar en tiempos de Cristina Kirchner, cuando esta utilizó esa oportunidad para llenar el Congreso de militantes propios, que la ungían como santa patrona de los cristinistas. Impedidos de tener ahora a su líder en la cima del estrado, el cristinismo se ocupa de interrumpir e insultar al presidente que habla. Es Cristina o no es nadie. Otra vez. El cristinismo no abandonó nunca el asambleísmo universitario de los años 70 y así se comporta donde fuere que está. Macri debió interrumpir varias veces su discurso para dirigirse a la bancada cristinista: "Los insultos hablan de ustedes, no de mí", intentó frenarlos. Imposible. Empezaron con carteles pegados a sus bancas ("Hay otro camino"), siguieron con las interrupciones y terminaron con gritos e insultos.
Aunque aceptó el "dolor y la angustia" que existe ahora en muchos sectores sociales por la situación económica, Macri desplegó una película, no solo una foto, de la realidad argentina. Nunca antes había hecho tanta referencia al año 2015, cuando él asumió, y eso explica, quizás, el desquicio en la bancada cristinista. Por primera vez, también, hizo alusión explícita a la causa de los cuadernos como una de las razones que explican la crisis cambiaria del año pasado que terminó con un acuerdo con el Fondo Monetario. Habló de la salida de capitales de los mercados emergentes (aunque no explicó que fue por las decisiones económicas del presidente norteamericano, Donald Trump) y de lo que calificó como la peor sequía en 50 años. Pero la causa de los cuadernos nunca había sido señalada formalmente como una de las causas de la crisis. En verdad, no fue la causa la que provocó la huida de los capitales financieros, sino la percepción de que esos cuadernos podían desencadenar en la Argentina un proceso judicial parecido al brasileño Lava Jato. Políticos y empresarios de primera línea estaban comprometidos en las prolijas anotaciones del chofer Oscar Centeno. En Brasil significó una fuerte recesión de la economía que duró tres años. El error de los capitales financieros fue la comparación, ciertamente inexacta, con el proceso brasileño. En Brasil cayeron funcionarios y legisladores destacados del partido que entonces estaba en el gobierno. Los cuadernos de Centeno delataban, en cambio, a exfuncionarios de un partido que ya estaba en la oposición. Son los decisivos matices políticos que los brokers de Wall Street (o de Buenos Aires) no saben distinguir.
Los momentos de más tensión entre el Presidente y la bancada cristinista sucedieron cuando el mandatario se refirió a la independencia de la Justicia y a la relación con Irán y Venezuela de Cristina Kirchner, aunque sin nombrarla a ella. Macri marcó un claro contraste institucional y político con su antecesora. El clima político, las libertades y el respeto institucional son distintos, sin duda. Pero el cristinismo no podía dejar pasar esa referencia del Presidente a la Justicia sin el riesgo de carecer de argumentos para defenderse del tsunami de denuncias de corrupción que se abatió sobre la expresidenta y muchos de sus seguidores. De hecho, Cristina Kirchner nunca habla de las cosas concretas que la acusan; prefiere mostrarse como un Mandela argentino, perseguida por un poder imperial y arbitrario. La operación en su contra fue diseñada, según ella, en la oficina de Macri. La aseveración es increíble a todas luces, porque la unanimidad de las referencias indica que los jueces no saben qué quiere Macri y que este tampoco se preocupa por hacerles llegar su opinión. Hasta un hermano del Presidente, Gianfranco Macri, fue citado a declarar en la causa de los cuadernos. Macri aseguró ayer que la Justicia llegará hasta donde tenga que llegar, incluida su familia y él mismo.
Si hay otro contraste que Macri puede mostrar legítimamente es el de la política exterior. En la mayor parte de los años de Cristina Kirchner, la Argentina fue un país aislado. Macri convocó hace tres meses en Buenos Aires a los principales líderes del mundo en la cumbre anual del G-20. Además, el acuerdo con el FMI fue el resultado de un amplio apoyo de los principales países del mundo, empezando por los Estados Unidos, aunque también incluyó a Alemania, China y Rusia. La estrategia del Presidente de encerrar en este momento al cristinismo con Irán y Venezuela no fue inocente. Irán quedó otra vez aislado (acaba de renunciar el canciller que había conseguido un acuerdo con Estados Unidos, la Unión Europea, Rusia y China por su programa nuclear) y es el país que siempre estará vinculado aquí con los atentados criminales contra la AMIA y la embajada de Israel. El fiscal que más avanzó en la inculpación de varios altos jerarcas iraníes en el ataque contra la AMIA que provocó 85 muertes inocentes, Alberto Nisman, fue asesinado después de una severa acusación contra Cristina Kirchner. La Justicia investiga dos expedientes relacionados con Irán: el acuerdo firmado por el gobierno de Cristina Kirchner con Teherán para levantar las ordenes internacionales de detención contra jerarcas iraníes y el crimen de Nisman.
La asociación con Venezuela en estos días es lluvia ácida sobre el cristinismo. La crisis humanitaria, política, social y económica que se abate sobre ese país es el ejemplo más claro del fracaso de los populismos cuando se quedan sin plata. Y la confirmación de la teoría de que los populismos son viables solo con una poderosa chequera habilitada. Macri no se privó siquiera de recordar que Nicolás Maduro había sido condecorado aquí por Cristina Kirchner cuando ya se sabía que era un político predemocrático, aspirante fallido a dictador eterno. El desenlace del colapso venezolano puede impactar en la campaña argentina, según el momento en que ocurra. Es difícil que Maduro salga de esta crisis con vida política, pero su capacidad de resistencia podría alargar su final hasta los meses finales de la campaña local. Es el peor escenario para la cristinismo, que, cuando lo piensa con pragmatismo, quiere que las cosas terminen cuanto antes en Caracas.
Extraña situación: empezó el trabajo de un Congreso que trabajará poco, absorbido por el ajetreo electoral. Pero empezó, al menos en los dos principales bloques de la política argentina (macrismo y cristinismo), la campaña que renovará a Macri en la presidencia o lo suplantará.
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