Consumo: la merma en la actividad pone en jaque a los pequeños negocios en los barrios medios
La ubicación en la cuadra, la fidelidad de los clientes, y cierta espalda para solventar pérdidas a la hora de reponer la mercadería se tornan vitales para hacerle frente a una inflación que atenta contra las ventas
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Mónica Baldi lleva un cuarto de siglo vendiendo fiambre, profesión que, junto con los proveedores, heredó de su madre. Los mejores clientes, los más “fieles”, los tuvo en una feria del partido de San Martín, pero el cese que impuso la pandemia y la necesidad de seguir la arrinconaron en su hogar de Villa Ballester, a pocas cuadras del asentamiento La Rana, donde le hizo lugar a su negocio que amplío en almacén general.
“Ese precio es en efectivo y al contado”, le suelta a una clienta que renuncia al queso fresco en oferta por no poder pagar con la tarjeta. Ya en retirada, casi en el umbral de la puerta, hurgando en un bolso profundo, la señora encuentra un billete de mil pesos. “Siii –celebra, dándose vuelta–. Deme un cuarto”.
Este miércoles, el Indec dio a conocer los datos de enero, los cuales enseñaron una inflación mensual del 20,6% –“horrorosa”, la calificó el presidente Javier Milei–. El dato tuvo un revés que despertó distintas lecturas: la desaceleración con respecto a diciembre (25,5%). “Si vos no coordinar expectativas, el costo de bajar la inflación es altísimo”, señaló, por caso, el también economista Martín Lousteau, en alusión al freno en la demanda. El senador es uno de los radicales más refractarios al oficialismo, quién, sin embargo, –sin dejar de reparar en el “costo”– pronosticó un “ordenamiento” en los precios.
El de Baldi en Villa Ballester es uno de los muchos pequeños comercios del conurbano en los que resuenan a escala barrial los números que atestiguan un recorte en el consumo. La Cámara Argentina de la Mediana Empresa (CAME), por caso, registró una caída del 6% en el último mes y un 28% con respecto a enero del año pasado. En el rubro de Baldi, el de los alimentos y las bebidas, la retracción interanual fue de un 37%, y la del último mes un 13%.
“Ya venía mal desde diciembre. Se movió un poco por las fiestas, pero no mucho más”, explica Baldi, que este año dejó de vender bondiola, pastrón y cheddar. “Y, en realidad, –agrega– desde el 2018 que no levanta. El que diga lo contrario es que no entiende de comercio”, sentencia.
La ubicación en la cuadra, la fidelidad de los clientes, y cierta espalda para solventar pérdidas a la hora de reponer mercadería, son variables que cobran enorme peso en un contexto con señales recesivas y números inflacionarios solo comparables a la híper de 1991. Especialmente para los pequeños comercios, como el de Baldi o el de Gustavo Araujo.
“La mano viene mal, pero la estamos piloteando”, explica Araujo en el interior de una verdulería de esquina a pocas cuadras del negocio de Baldi, en una zona levemente más transitada. Trabaja junto a su tío, quien en 2001 se puso al frente de un negocio que ya en aquel año contaba con buen envión. “Todavía tenemos trabajo porque siempre hubo verdulería en esta esquina. Son muchos años en el barrio”, explica.
Día por medio se abastecen en el Mercado Central y, en ocasiones, relata Araujo, al reponer la mercadería, pierden dinero. “Lo importante es poder mantener los clientes”, señala, justo antes de que le pregunten por qué tiene tan magullados unos morrones que vende a mil pesos los dos kilos.
Cierres
“Veo que muchos negocios de la zona bajaron sus persianas”, señala. “Uno piensa ‘se habrán ido de vacaciones’. Pero hace más de dos meses que están de vacaciones”, dice, inclinando la cabeza.
Rubén, jubilado hace pocos años, maneja el último de los almacenes que queda sobre la calle Ramallo, en el partido de Avellaneda. La aparición de las grandes cadenas, en primer lugar, y la proliferación de las distribuidoras de bebidas, en segundo término, fueron recortando las posibilidades de los pequeños comercios en la zona, según explica.
“El consumo es un desastre. Ya no sirve tener esto”, dice señalando con su mano el desguarnecido local a sus espaldas. La merma en el consumo y la suba de impuestos –que enlista con desánimo, junto con los Gobiernos que se sucedieron en los 40 años que mantuvo el comercio– lo empujaron a tomar la decisión. “No sirve. Ya hablé con dos personas para que vengan a buscar la balanza y las heladeras. Cierro a fin de mes”, cuenta con pesar. Trabajó, asegura, todos los sábados y domingos, todas las navidades y años nuevos. “No sirve. No sirvió. Comeré una vez al día, pero voy a dedicarle tiempo a mis nietos. El que no pude dedicarle a mis hijos”, afirma el jubilado, que prefiere mantener su nombre en reserva.
“Ya no se vende como antes”, compara Rogelio al frente hace casi cuatro años de una verdulería en Bernal. Su referencia temporal, sin embargo, son apenas unos pocos meses atrás. “La gente llevaba por kilos, hoy te piden dos bananas o dos papas”, ejemplifica. La dimensión de su negocio no justifica la ida al Mercado Central –”es muy caro”, subraya– por lo que busca precios por la zona y se corre solo hasta Berazategui. “La gente tiene muy poco, solo para el día”, asegura. El aumento en los remedios es la queja más recurrente entre su clientes.
La segmentación diaria en la compra de alimentos no es exclusiva de los comercios de cercanía. “Ya son pocas las compras grandes. La gente compra lo justo y necesario. A diario”, comparte, cambiando la escala, un gerente de un supermercado en una importante avenida de Quilmes. “El consumo en los productos alimenticios bajó rotundamente”, completa, en alusión a los primeros meses del año.
Tampoco los sectores medios son los únicos que modifican hábitos de consumo. Alicia Montiel, de vasto recorrido como empleada de carnicería, atiende hoy una en el centro de Villa Ballester. Sin mucha clientela, dedicó buena parte del viernes a cortar cinco media res, acomodar y limpiar el local para el sábado, día en el que corre un importante descuento que hace el Banco Provincia en carnicerías. “Explota. Y este es un barrio de muy alto poder adquisitivo”, señala.
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