Construir puentes y promover el reencuentro
Habló con la claridad que exigía la circunstancia inédita que le tocaba protagonizar. Otra más de las muchas situaciones sin precedente inauguradas por la histórica renuncia de Benedicto XVI. Monseñor Mario Poli aún estaba en La Pampa, pero sabía que su voz ya era la del sucesor del cardenal Bergoglio, devenido en el papa Francisco que conmueve al mundo.
Con esa responsabilidad inédita sobre sus espaldas, encontró las palabras precisas para reafirmar el rol de la Iglesia y subrayar el perfil que desde hace décadas impulsan y buscan componer los obispos argentinos, en particular desde aquel célebre documento "Iglesia y comunidad nacional", con el que marcaron su compromiso con la recuperación de la democracia.
Si en el lenguaje eclesial se habla de autonomía y cooperación, acertó el flamante arzobispo de Buenos Aires al traducirlo hoy como de respeto y debida distancia, respeto y diferencia, cuando se han escuchado voces o asumido actitudes con insólitas pretensiones de apropiación política de la figura papal.
Con pocas y expresivas palabras, Poli fue fiel intérprete del Episcopado en el que, como es tradición, el arzobispo de la sede primada y cardenalicia tiene peso propio, más allá de sus funciones en el cuerpo colegiado. Y que en su caso, si cabe, cobran aun mayor peso y notoriedad por ser sucesor de Bergoglio, haber sido designado por Francisco y estar consustanciado con su pastoral , su estilo de cercanía y misericordia fundado en una teología de la religiosidad popular.
Supo definir con rapidez la naturaleza del vínculo entre la Iglesia y el poder y subrayó una línea mayoritariamente escogida por el Episcopado, alejada de tiempos en los que muchos se sentían cómodos actuando como factores de poder. Hoy se procura cultivar un ejercicio del ministerio episcopal al servicio de una sociedad plural. También habló de la necesidad del diálogo en serio y tendió la mano de la Iglesia, su buena disposición para ofrecerse como espacio para el encuentro.
Esa disposición figura en cada uno de los documentos de los plenarios episcopales desde fines del siglo pasado y en los tiempos difíciles de la crisis de 2001/02 y condujeron al Episcopado a asumir un compromiso inédito que desembocó en su activa contribución a la conformación de la Mesa del Diálogo Argentino.
Bien ha recordado en estos días el embajador Carmelo Angulo Barturen, ex representante de Naciones Unidas en la Argentina, el papel que jugó en aquellos días el cardenal Bergoglio. "En aquellos momentos dramáticos la voz de la Iglesia se hizo presente para demandar un ejercicio de diálogo y reconciliación y descubrí la sensibilidad, el compromiso y el riesgo que fue capaz de asumir el Episcopado, donde jugaron un papel esencial los cardenales Bergoglio y Karlic", escribió en el último número de la revista Vida Nueva.
En aquellos días aciagos previos al estallido, cuando acompañé al embajador Angulo en una de las tantas gestiones necesitadas de discreción, fuimos destinatarios y testigos de uno de los gestos que hoy dejan perplejos a muchos. El propio cardenal nos abrió el portón de la curia metropolitana, junto a la Catedral, y le dijo al sorprendido representante de Naciones Unidas: "¿Y qué otra cosa tiene que hacer un cardenal que abrir puertas?"
Al hablar de la falta de diálogo en serio, el nuevo arzobispo porteño también estaba reafirmando los últimos documentos del Episcopado. Su actual titular, monseñor Jose Maria Arancedo, a quien la Presidenta sumó a la comitiva oficial en su viaje a Roma, habla una y otra vez de recuperar la amistad social y a eso se refiere su mensaje pascual.
" Seguimos comprometidos y empeñados en promover la fraternidad y la amistad social en el pueblo argentino, para lograr caminar juntos en la búsqueda del bien común. La reconciliación no es borrón y cuenta nueva, y menos impunidad. Es necesario: el empeño en la búsqueda de la verdad, el reconocimiento de cuanto sea deplorable, el arrepentimiento de quienes sean culpables, y la reparación en justicia de los daños causados", escribieron los obispos en uno de sus últimos documentos.
El clima espiritual despertado por la llegada de Francisco al timón de la Iglesia parece comprometer aún mas a los obispos argentinos. Las primeras precisiones de Poli ubican en su justo lugar el papel que puede jugar la Iglesia en la realidad sociopolítica de hoy: construir puentes, contribuir a restablecer vínculos, amparar el reencuentro y el diálogo.
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