Con todos los astros en contra
Un día después de que una multitud expusiera el laberinto de conflictos que atraviesan al Gobierno, la Corte dejó en evidencia el error estratégico más grave que cometió Fernández: la ruptura de una relación competitiva con Rodríguez Larreta
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Se podría pensar, cediendo a la superstición, que para las fiestas los astros se han conjurado en contra de Alberto Fernández. Sería un alivio. Porque el problema es mucho más estructural. La conquista de la copa del mundo desató una corriente de alegría indescifrable en sus motivaciones profundas. Pero el Frente de Todos no pudo abandonar, siquiera por unas horas, su rutina. Reaccionó ante ese trance emocional volviendo a exhibir ese laberinto de conflictos en el que se enrosca cada día. Sus principales dirigentes hicieron todo lo que había que hacer para lograr lo que debían evitar: que la apoteosis de los astros de la selección adquiriera el tono subliminal de un repudio al Gobierno.
Al día siguiente de una jornada electrizante, Fernández recibió otro revés. En la que fue la última reunión de Acuerdos del año, la Corte Suprema de Justicia se pronunció a favor de la autonomía de la Ciudad de Buenos Aires: los cuatro jueces del tribunal resolvieron, en un fallo interesantísimo por su elaboración constitucional, que el Estado nacional no tiene derecho a recortar los ingresos coparticipables de la Ciudad sin acordar antes con el gobierno local. Para el Presidente es más que una derrota jurídica o fiscal. Con su declaración, la Corte consolidó el que, acaso, haya sido el error estratégico más grave de Fernández: la ruptura de una relación competitiva con Horacio Rodríguez Larreta que, de prosperar, hubiera dado lugar a un nuevo ciclo político.
La marea humana que inundó las autopistas, las avenidas y las calles para recibir a la selección desplegó una algarabía tan intensa como difícil de descifrar. Nunca se había visto una movilización tan numerosa en la historia nacional. ¿3, 4, 5 millones de personas? Cualquier número queda chico. En esa magnitud entra de todo. Entusiasmo, gratitud, devoción, fanatismo.
En el plano más superficial no hay enigma alguno: el fútbol suele convertirse, durante los mundiales, en el último reducto de la identidad nacional. Esos campeonatos son la versión sublimada y admitida de la guerra. Pero lo que se vio en las principales ciudades del país el domingo pasado, y en Buenos Aires anteayer, tiene otra magnitud. No en vano fue una de las novedades del día en los noticieros de todo el mundo.
Entre la extrañeza sobresale una peculiaridad. El consenso. La unanimidad. La que festejó la copa de 1978 era una sociedad fracturada por la violencia y el terrorismo de Estado. En 1986 la división era deportiva: a favor y en contra de Carlos Bilardo, a quien funcionarios de Raúl Alfonsín intentaron desplazar hasta último momento. Treinta y seis años más tarde los argentinos no se reconocen a sí mismos: celebran sin polemizar. ¿Cuándo había sido la última vez? Tal vez en 2013, cuando los cardenales eligieron a un argentino como Papa.
Ese no es, sin embargo, el único rasgo llamativo. La profundidad emocional de la fiesta es difícil de explicar. Especulaciones de entrecasa proponen que es la catarsis demorada que corresponde a la pandemia. También hay argumentos económicos: los argentinos que tenían 10 años en 2012 no han tenido todavía la experiencia del crecimiento material. El estancamiento derivó en una tormenta más traumática. Casi 100% de inflación. Caída del salario. Los gobiernos pasan y la crisis continúa. La grieta empieza a cerrarse de la peor manera: un distanciamiento cada vez más generalizado frente a la oferta política. El desencanto se refleja en la aritmética electoral. Las de 2021 fueron las elecciones con mayor inasistencia desde que se recuperó la democracia. Este desapego queda registrado en todas las encuestas. Alrededor del 70% de los consultados se muestra pesimista. En las reuniones de focus group la gente lagrimea cuando cuenta su peripecia cotidiana. “Es raro lo que pasa. Es feo. No podemos conectar”, confiesa un funcionario pegado al Presidente.
El fervor popular de estas horas se recorta sobre ese paisaje. Es inevitable entenderlo como un fenómeno que bordea lo cívico. El fútbol ejerce una representación que le cuesta encarnar a la política. La multitud, que en otra clave es la ciudadanía, encuentra un grupo de personas en las que sentirse reflejada. Es la celebración de un resultado. Y también del trabajo profesional que está escondido detrás de un resultado. Después de la frustración de Rusia, Lionel Scaloni y Lionel Messi rescataron aquel vínculo forjado en el mundial de 2006. Uno tenía 28 años; el otro, 19. Integraban la selección de Pekerman. Durante cuatro años aprovecharon el poder que les cedió Claudio Tapia desde el borde del abismo, y armaron un nuevo equipo. Y propusieron un nuevo liderazgo. Goethe escribió que “el ser radica en las profundas fortalezas del estilo”. En el triunfo del seleccionado se aplaude también eso: el triunfo de un estilo. Quien quiera identificarlo que mire el video que muestra la reacción de Scaloni frente al gol de Montiel. Es eso.
Resulta comprensible que muchos dirigentes no sepan manejarse ante el contraste entre la apoteosis de los futbolistas y la falta de afecto que reciben del electorado. El reflejo más inmediato y primitivo es vampirizar la popularidad del otro oficio. Alberto Fernández lo intentó y le salió pésimo. No sólo porque no lo consiguió sino porque, en el intento, volvió a quedar expuesta la desarticulación del oficialismo.
El lunes, durante horas, varios funcionarios negociaron con las autoridades de la AFA que el equipo visitara la Casa de Gobierno. En las conversaciones intervinieron el secretario general, Julio Vitobello, y Sergio Massa. El ministro de Economía tiene una antigua relación con Pablo Toviggino. Es la mano derecha de Tapia. Un rosarino que pertenece también a la intimidad del santiagueño Gerardo Zamora y que, si se mira su cuaderno de bitácora, oficia como una especie de canciller de la AFA: Ecuador, Cabo Verde, Santo Tomé y Príncipe. En el aeropuerto de San Fernando se ha hecho amigo de todos. Toviggino no para de viajar.
Resultado de estos intercambios, cerca de la medianoche del lunes Fernández se iba a dormir con la satisfacción de que, al día siguiente, repetiría la escena de Alfonsín en el ‘86. Los tironeos habían sido infinitos. Hasta se pensó en utilizar el mítico “balcón del renunciamiento”, sobre la 9 de Julio, para que los jugadores saludaran a la muchedumbre desde el Ministerio de Desarrollo Social. Al final, se dispuso todo en la Casa Rosada. ¿Eran parte del mismo operativo los helicópteros destacados en la Escuela de la Policía Federal? Es sólo una sospecha.
El Presidente despertó de su sueño cuando llegó la noticia de que la selección no concurriría a visitarlo. La negativa ha tenido muchas justificaciones. Es lógico que los jugadores rehúsen a ser manipulados por los gobernantes. Alcanza con observar la gélida indiferencia de Kylian Mbappé ante el cargoso Emmanuel Macron, que quería consolarlo por el desenlace del mundial. Pero operaron también otras razones. En el corazón del Gobierno están convencidos de que Santiago Carreras activó su vínculo con “Chiqui” Tapia para obstruir cualquier acercamiento. Carreras es un funcionario de YPF, que reporta a La Cámpora y controla los auspicios de la empresa. Entre otros, el generoso aporte a la AFA. El entorno de Fernández cree que Carreras fue crucial para lograr un objetivo: que el Presidente no apareciera fotografiado con los jugadores. No le demandó mucho trabajo. Tapia odia a Fernández, desde que, al comienzo de su gestión, pretendió desplazarlo en beneficio del presidente de Argentinos Jr., Cristian Malaspina. El desprecio es mutuo: el Presidente tiene sobre Tapia opiniones irreproducibles.
La jugada de La Cámpora contra el Presidente asomó en un gesto fallido: Eduardo “Wado” de Pedro apareció en Ezeiza para sacarse la foto que, ya a esa hora, le estaba vedada a Fernández. Todavía no había amanecido. Quiso madrugarlo. La avivada salió mal. Messi pasó al lado del ministro del Interior sin girar la cabeza, con cara de QMBAPA. De Pedro debió pasar el día justificando a través de sus voceros una picardía fracasada. Es el precio del que tiende a hacer una demás.
Los amigos de Massa festejaron: “Cuánto más presidenciable luce Sergio”, bromeó uno de ellos. Desde que Cristina Kirchner se excluyó de la carrera, la disputa es implacable. Volvió a notarse ayer. Circularon unas medallas de gratitud que, en nombre del pueblo argentino, firman Fernández y Massa. Se emitieron en nombre de la Presidencia de la Nación. ¿Por qué sólo Massa? ¿Por qué no el Presidente y la vice presidenta? ¿Son apócrifas? ¿Alguien que quiere dañar a Massa? Es verdad que el legendario oportunismo del ministro habilita cualquier hipótesis.
La negativa a concurrir a la Casa Rosada encendió la furia del Gobierno. Las consecuencias son imprecisas. Pero, ¿fue ese enojo el que llevó a Aníbal Fernández a desistir de un operativo que garantizara la llegada del seleccionado al obelisco? Tapia lo denunció en un tuit: los mismos que nos escoltaron nos impiden seguir. Para que quede claro de quién hablaba, elogió a Sergio Berni. ¿Alguien midió el efecto de ese anuncio sobre un gentío que había estado esperando horas la llegada de sus ídolos? ¿El ministro de Seguridad de la Nación se vengó de Tapia sin medir las derivaciones de sus actos? En esas horas, Buenos Aires tuvo un dios aparte. La enemistad entre Tapia y Fernández acaba de cumplir un año. El 21 de diciembre de 2021, Barracas Central, el club del presidente de la AFA, ascendió a primera división después de ganarle por penales un partido a Quilmes, el equipo de Fernández. Ahora habrá que mirar con detenimiento algunos arbitrajes.
El remate de estos desaguisados lo aportó Alberto Fernández. Una vez más, ayer salió a hacer el elogio de sí mismo. En este caso, por ser el presidente en cuyo mandato la selección ganó tres trofeos: la copa América, la Finalísima ante Italia y la del Mundial. Hay gente a la que no le quedó claro qué relación tienen esos éxitos con su gestión. Es un detalle. Lo que sigue llamando la atención es que el Presidente no encuentre a alguien en quien delegar las alabanzas hacia su persona.
Cuando la clase política exhibe estos enredos comienza a resultar más claro por qué la multitud prefiere verse en el espejo de los Messi o los Scaloni.
Frustrado en la exposición a un show masivo, Fernández tuvo también un traspié importante en la dimensión técnica de su oficio. La Corte le viene dando algunos disgustos. Ratificó la condena a 13 años de prisión de Milagro Sala. Y el Presidente tiene vedado el indulto, sólo habilitado para delitos federales. La suerte de Sala está en manos, entonces, de Gerardo Morales. Si a eso se le puede llamar suerte.
Ayer llovió sobre mojado. Horacio Rosatti, Carlos Rosenkrantz, Juan Carlos Maqueda y Ricardo Lorenzetti firmaron un fallo crucial en defensa de la autonomía porteña. Para que sea más valioso: son un santafesino, un correntino, un cordobés y otro santafesino. En un texto donde se encadenan con mucha claridad argumentos constitucionales, la Corte definió a la Capital como una ciudad autónoma federada. Los entendidos entrevén la pluma de Rosatti, que propuso ese encuadre en su Tratado de Derecho Constitucional y en un voto de un fallo anterior del tribunal. El corolario de esa clasificación es que la Nación no pude alterar la participación porteña en el reparto de recursos federales sin un acuerdo bilateral. Como si la Ciudad fuera una provincia. Por lo tanto, el decreto por el que Fernández redujo esos ingresos, y la ley que lo convalidó, son inconstitucionales por haber sido unilaterales.
El conflicto de fondo se refiere a cuánto le corresponde a la Ciudad recibir de la Nación para cubrir las prestaciones de Seguridad. Ese problema debe resolverse a través de peritajes. Mientras tanto, la Corte ordenó que se extienda a la Ciudad un 2,95% de la masa coparticipable correspondiente a la Nación, que es una proporción cercana al promedio entre lo que el gobierno central está dispuesto a ceder y lo que la administración porteña reclama. Los jueces aclaran, además, que esta discusión de fondos no afecta para nada a las provincias. Un mensaje al Ministerio del Interior y a los gobernadores que hicieron varias reuniones en defensa de derechos que no estaban avasallados.
Desde el punto de vista institucional, el fallo de ayer consolida una doctrina que la Corte ha venido desarrollando: la de la autonomía de la ciudad de Buenos Aires. Hubo instancias anteriores en esta línea. Por ejemplo, en abril de 2019, cuando el tribunal aceptó que los conflictos entre la Ciudad y otras jurisdicciones corresponden a su competencia originaria. Fue en un caso de la Ciudad contra Córdoba.
Visto desde un ángulo político, el pronunciamiento de los jueces es fatal para Fernández. Significa el fracaso de su jugada contra Horacio Rodríguez Larreta para, quitándole fondos a la Ciudad, sofocar un amotinamiento de la Policía Bonaerense por reclamos salariales. Fue en septiembre de 2020. La decisión eliminó para siempre la posibilidad de cualquier entendimiento con Larreta. Fernández obedeció en aquel momento una indicación de Cristina Kirchner. Esa sugerencia no podía ser más adecuada a los intereses de la vicepresidenta. Cualquiera que leyera con lucidez el momento histórico que se presentó en 2020, sobre todo en el marco de la pandemia, podía advertir que unos de los cursos posibles de la historia era el de un entendimiento competitivo entre Fernández y Larreta. Un pacto tácito para ocupar el centro y, desde allí, formular una nueva agenda pública que, sin estridencias ni ensañamiento, dejara en un segundo plano a la señora de Kirchner y a Mauricio Macri. Al dinamitar ese puente con Larreta, Fernández se dañó más a sí mismo que al alcalde. La vicepresidencia tiene derecho a sonreír frente a la torpeza de su golem.
En la oposición, sobre todo en el Pro, ayer festejaban. Larreta, Macri, Patricia Bullrich, María Eugenia Vidal, por un momento coincidían. ¿El fallo los tomó por sorpresa? Una información periodística suministrada por la tolosana Rosario Ayerdi, consignó que Lorenzetti visitó el martes a última hora de la tarde el domicilio del binguero Daniel Angelici, gestor tribunalicio de Macri y de Larreta. La fidelísima María Bourdin, vocera de Lorenzetti, irrumpió en Twitter, enfurecida, a desmentir la noticia. Ayerdi insistió. Suena detrás una melodía. Es la palabra de Rosatti en la Asociación de Magistrados. “En esta Corte no se negocian los fallos”. ¿Habrá querido decir “con esta mayoría”?
Otro interrogante para estas fiestas tiene que ver con la armonía de Juntos por el Cambio. ¿Cuánto durará? Macri, que volvió de Qatar más entusiasmado con regresar a la Presidencia que antes de viajar, abrió tratativas con Larreta para fijar reglas de juego. Pero la paz puede quebrarse por un movimiento inesperado. Cada vez resulta más verosímil que Larreta postule a María Eugenia Vidal como candidata a jefa de Gobierno, para liquidar la discusión entre Jorge Macri, Fernán Quirós, Soledad Acuña y Emmanuel Ferrario. ¿Es una salida de último momento o estuvo planificada desde antiguo? ¿Fue tema de conversación en la renacida amistad entre Mauricio Macri y Vidal? No hay que olvidar una incógnita importante: ¿cómo se planta Patricia Bullrich frente a una escena configurada de este modo?
Son discusiones de poder. Todavía no están estructuradas alrededor de objetivos que movilicen a la ciudadanía. Mientras persista ese vacío, la multitud deberá resignarse a buscar representantes en el fútbol.
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