Cómo fueron los primeros 100 días de Kirchner en el Gobierno
LA NACION presenta un balance de los primeros 100 días de gestión del presidente Néstor Kirchner, que se cumplen hoy. En dos páginas especiales, además del análisis de Joaquín Morales Solá expresan su opinión los dirigentes Raúl Alfonsín y Rodolfo Terragno; el ministro de Justicia, Gustavo Beliz, el economista Roberto Cachanosky y el historiador Félix Luna.
Tal vez la mayor debilidad de Néstor Kirchner no consista sólo en ser el presidente con menos votos en la historia política argentina; Arturo Illia cosechó, en 1963, tres puntos porcentuales más que el actual mandatario. Su mayor fragilidad es, en cambio, ser el jefe de un gobierno democrático cuando el sistema histórico de partidos parecería haber colapsado en gran parte del país.
En las últimas dos elecciones con mayores expectativas públicas (la presidencial del 27 de abril y la capitalina del 24 de agosto), los viejos partidos virtualmente no estuvieron. El radicalismo hizo elecciones lamentables en ambas oportunidades. ¿Al peronismo le fue mejor? El Partido Justicialista, como tal, no se presentó en las elecciones presidenciales ni tampoco en las porteñas.
Es cierto que hubo varios candidatos peronistas en los comicios presidenciales que se presentaron en nombre de partidos creados sólo a ese efecto electoral. ¿Cambia esa situación el análisis general? ¿Acaso Ricardo López Murphy y Elisa Carrió, que también fueron candidatos por fuerzas nuevas, no pertenecieron a la Unión Cívica Radical desde sus respectivas adolescencias? El desgaste del viejo sistema partidario, que gobernó en la Argentina en los últimos 50 años, creó un protagonista nuevo en la política nacional: las encuestas y su reino de supuestas verdades irrefutables. La opinión de Julio Aurelio es ahora más importante que la de Raúl Alfonsín, o las consideraciones de Artemio López superan en el poder a las de Carlos Menem.
Kirchner descubrió en el acto ese fenómeno y se aupó a él durante los últimos 100 días; se resiste -y se resistirá- a apearse. En última instancia, ¿con qué otra cosa estructural cuenta para reemplazar a partidos en los que él nunca tuvo gravitación? ¿O es que acaso han sido mejores los resultados electorales anteriores al 25 de mayo, cuando se entregó el poder?
Si la embriaguez presidencial con las mediciones de opinión es un dato que puede explicarse, otros encandilamientos son menos comprensibles. Esa seducción envolvió también al Parlamento y hasta a la propia Corte Suprema de Justicia; ambas instituciones están pendientes de las encuestas, tanto como el propio Kirchner.
Así las cosas, el Congreso y el máximo tribunal de justicia han seguido al pie de la letra la nueva política del Presidente sobre las violaciones a los derechos humanos en la década del 70. Kirchner tiene una visión abiertamente crítica sobre la última dictadura militar y ha promovido una revisión de ese pasado ominoso.
Nadie puede rebatirle su decisión de luchar contra la impunidad y de agregarle a la memoria histórica una mayor dosis de justicia. Pero a veces pareciera que el mandatario se ha olvidado de dos aspectos.
Uno: hubo también en la década del 70 una violenta irrupción de la insurgencia armada, aunque no son comparables las violaciones a los derechos humanos hechas por los civiles insurrectos y las que perpetró el propio Estado. La otra: durante los últimos 20 años hubo en el país juicios a ex jefes militares, por aquellas violaciones, en una medida mucho mayor que en cualquier otro país de América latina.
De todos modos, el conflicto comenzó a ordenarse tras el rechazo del gobierno español a las extradiciones pedidas por el juez Baltasar Garzón. Aun descontando que la Corte declarará inconstitucional las leyes de perdón, lo único predecible es que la cuestión ingresará en un fárrago judicial.
Tal vez en ese caso como en ningún otro el Congreso y la Corte se negaron hasta ahora a tratar el problema con otro parámetro que no sea el estado de la opinión pública. Ambas instituciones descartaron enfrentar a un presidente que logró índices de aceptación pública como sólo tuvo, en los últimos 10 años, Fernando de la Rúa poco después de asumir la Presidencia.
Reinserción en el mundo
Una de las cosas más valiosas que ha hecho Kirchner en sus primeros cien días de poder ha sido, sin duda, la reinserción de la Argentina en el mundo, de donde había sido virtualmente expulsada en los meses finales del gobierno de De la Rúa. El canciller Rafael Bielsa se convirtió en un buen complemento del ministro de Economía, Roberto Lavagna, porque ambos tienen condiciones intelectuales y prestancia profesional para representar al país ante las naciones más poderosas.
En el terreno internacional, los esfuerzos de multipolaridad del canciller chocan a veces con la percepción del Presidente, para quien los países fundamentales para la Argentina son sólo dos: Brasil y EE.UU. Esto no significa que no coincida con su canciller, pero la impronta kirchneriana es inconfundible en ese aspecto.
El sesgo más negativo de los tres meses de Kirchner, en el terreno esencial de la economía, ha sido el discurso confrontativo hacia la inversión de riesgo en el país. Muchas cosas que se hicieron en la década del 90 necesitan de una enorme tarea de mejoramiento y de transparencia; eso no significa que deba crearse una opinión pública contraria a los capitales y al papel de los empresarios en la economía.
El Presidente ha tenido el mérito de convocar a la esperanza colectiva, aunque es, al mismo tiempo, un político muy poco consensual. El temor que se ha establecido en la política refiere al riesgo de la hegemonía. Es extraño: el temor anterior consistía en entrever a un presidente muy débil, cabalgando sobre la peor crisis de la historia argentina, mientras el pavor actual alude a que Kirchner se convierta en un líder hegemónico.
¿Era necesario aplicarle al vicepresidente semejante castigo político? En caso de que lo hubiera sido, ¿sólo hombres de Santa Cruz podían reemplazar a la gente de Scioli en las pocas áreas de la administración que éste controlaba? Había pasado ya lo mismo cuando Kirchner limpió a la anterior cúpula militar: los nuevos comandantes habían tenido destino en Santa Cruz o en otro lugar de la Patagonia.
En los días que corren, Kirchner no ha sido seducido por la obra de Aníbal Ibarra como jefe del gobierno porteño; intuye que en la Capital podría dar vuelta aquella condición de líder sin estructura y sin poder territorial.
Más importantes que los cien días que pasaron serán los treinta días por venir. Los aguarda la derrota o la victoria en la Capital que quiere hacer suya a toda costa, y en ese lapso también deberá anunciar el acuerdo o el desacuerdo con el FMI. Lo mejor no ha sucedido aún.
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