Coaliciones en crisis, unidas por la desconfianza
Los extremos (internos y externos) tensionan al centro y lo mueven de su eje, desequilibrándolo; la desilusión, la frustración, la resignación y el enojo no son de derecha ni de izquierda
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Ante la indisimulable crisis que atraviesan, las dos coaliciones (aún) dominantes de la política argentina se muestran unidas en la desconfianza. Interna y externa.
El acelerado proceso disociativo que padece el Frente de ¿Todos?, acentuado por la deriva autonómica del perokirchnerismo bonaerense, tiene su correlato (con matices nada menores) en ¿Juntos? por el Cambio. El efecto de fuerzas centrífugas que operan en su seno compite con las expresiones de voluntad para tratar de sostener las coaliciones. Un empate cada vez más difícil de sostener y siempre al borde de quebrarse.
Nada ofrece un mejor ejemplo que la precaria paz alcanzada anteayer por la alianza cambiemita, que en menos de 24 horas fue alterada, cuando Patricia Bullrich expresó por escrito su disidencia con lo acordado y comunicado en la reunión pacificadora. Y lo hizo en su carácter de presidenta de Pro, según la aclaración que añadió a la firma con la que cerró su mensaje.
Sin embargo, para reforzar paradojas y conflictos, los otros referentes principales de su partido (Mauricio Macri, Horacio Rodríguez Larreta y María Eugenia Vidal) consideran que su planteo no los contiene porque fue a título personal. Y, al mismo tiempo, hacen saber que Bullrich participó de la redacción del comunicado final que luego salió a objetar. Para que no queden dudas, cambiemitas de distinto pelaje viralizaron una foto destinada a confirmar esa participación. Más desconfianza. Otra fisura.
Más allá de motivaciones personales y cálculos políticos coyunturales, lo de Bullrich, una vez más, no es un caso aislado ni periférico de la realidad que se vive en JxC, a pesar de los intentos de sostener la unidad. El presidente de otro de los partidos fundadores de la alianza opositora sigue estando en el centro de incomodidades y sospechas cruzadas.
Las aclaraciones que el radical Gerardo Morales expresó en la muy poblada mesa aliancista respecto de sus cuestionadas relaciones con el oficialismo, la aceptación de esas explicaciones por parte de sus consocios y la negativa de Macri y el macrismo de haber sido parte de una operación en su contra no cicatrizaron heridas ni sepultaron suspicacias. Mutuas.
Ayer mismo, el gobernador jujeño seguía repitiendo “fue Mauricio” a quienes, en confianza, le preguntaban por el origen de las versiones que lo involucraron en una negociación espuria con el incansable Sergio Massa, Alberto Fernández e, incluso, Cristina Kirchner (por vía indirecta), relacionada con la integración y reforma del Consejo de la Magistratura y la designación de jueces federales. Las horas pasadas desde la catarsis cambiemita poco habían modificado en el plano de la confianza.
Herida letal para Morales
No resulta difícil de comprender la actitud de Morales si, como dicen algunos miembros destacados de su partido, sus pretensiones presidenciales recibieron una herida grave, si no letal, que lo podría sacar de carrera para 2023 y allanarle el camino a su correligionario Facundo Manes. Para alegría de varios radicales notorios que aceptan o toleran que presida el partido, aunque prefieren como candidato al neurólogo. Pero el gobernador no está dispuesto a rendirse.
Ayer mismo, varios testigos dicen haberlo visto despuntando su afición por los deportes de riesgo, a pesar de los revolcones que sufrió en los últimos días. Cuentan que en un hotel porteño mantuvo una animada charla con un senador filoperonista, el rionegrino Alberto Weretilneck, que en la Cámara alta casi siempre es funcional al kirchnerismo, aunque no integre ninguna de las bancadas formalmente oficialistas.
Los que aprecian al jujeño dicen que su objetivo sigue siendo sumar peronistas a JxC y para eso son tales conversaciones, como las que ha mantenido también con el cordobés Juan Schiaretti.
Los que le recelan y desconfían de Morales, dentro y fuera de su partido, sospechan que su objetivo final es la construcción de una candidatura presidencial junto con esos dirigentes peronistas, en concierto con su amigo Massa, que terminaría por dinamitar la actual arquitectura cambiemita, en desmedro de sus socios. Todo es posible cuando la confianza está rota, la ambición es mucha y el contexto se modifica demasiado rápido.
Cambio de época
Las cuestiones subjetivas (ambiciones, intereses y egos en conflicto) que dominan la escena, sin embargo, no terminan por explicar la recurrencia y profundización de las disputas y diferencias que atraviesan tanto a JxC como al FDT, a pesar de la incidencia inocultable que aquellas tienen. Existen elementos objetivos que ayudan a explicar mejor la crisis.
La década de fracasos sucesivos de administraciones nacidas del deseo de derrotar y desplazar a su opuesto empieza a poner un límite al círculo virtuoso (o vicioso, según quién lo interprete) que parió, alimentó y potenció a las coaliciones dominantes, hasta concentrar la voluntad de más del 80 por ciento del electorado.
Las antinomias kirchnerismo-antikirchnerismo, macrismo-antimacrismo se encuentran en un proceso de pérdida sostenida (aunque no abrupta) de la hegemonía. Un predominio que ponía una barrera de ingreso demasiado elevada, sino insalvable, a cualquier fuerza que intentara desafiarla desde la periferia y que ahora está en retroceso.
Así, la renovada centralidad adquirida por Cristina Kirchner y Mauricio Macri no entra en contradicción con ese proceso de reconfiguración del mapa político, sino que lo potencia. Los extremos (internos y externos) tensionan al centro y lo mueven de su eje, desequilibrándolo. La desilusión, la frustración, la resignación y el enojo no son de derecha ni de izquierda. Ni republicanos ni populistas. El malestar es transversal.
En ese contexto, el origen de ambas coaliciones, signado por el efecto de repulsión y atracción, para diferenciarse y complementarse, continúa generando dinámicas en las que las acciones de una impactan y movilizan a su contraria. El ADN suele explicar muchas conductas, sobre todo cuando los actores se enfrentan a situaciones críticas. Los reflejos primitivos afloran.
La probabilidad de que una de las alianzas se rompa alienta temores e ilusiones y desata reacciones en su oponente. Pero no existe un sentido común para enfrentar lo que parece ser un cambio de época en avance. Cada uno de los actores interpreta el contexto y actúa en consecuencia según las creencias, experiencias, ideologías, intereses, conveniencias y teorías que cada uno de ellos porta. Sesgos cognitivos, diría el neurocientífico Manes. Marco teórico, podría completar la politóloga Bullrich.
Mucho más que Milei
Bajo ese prisma es más fácil entender las crisis internas de cada coalición. En el caso de los cambiemitas, Bullrich y Macri se inclinan por acercarse a Javier Milei, asociándose, una, y tomando banderas libertarias, el otro.
Los matices no son menores a la hora de su impacto hacia adentro de JxC. Explican, por lo pronto, la reacción de Bullrich contra el comunicado de la coalición que excluyó a Milei, con nombre y apellido, a diferencia de la aceptación tácita que hubo por parte de Macri. Pero ambos coinciden en que hay un clima de época o demanda social creciente que coincide con las ideas, más que con las formas y las emociones expresadas, representadas y catalizadas por el libertario antisistema.
Tal conclusión lleva a Macri y Bullrich, además, a dar ya por terminado el ciclo kirchnerista por agotamiento e incapacidad de recrear expectativas. Un final anticipado y acelerado por lo que consideran el fracaso sin retorno de la administración de Alberto Fernández.
En esto último, irónicamente, coinciden con el cristicamporismo, cuyo alejamiento manifiesto del Gobierno para preservarse y sobrevivir, corporizado en los embates cada vez más duros contra Fernández y su defendido Martín Guzmán, refuerza la hipótesis terminal del macrismo duro. Aunque faltan 14 meses para poder confirmarla.
Al respecto, en el espacio amarillo son más prudentes, a riesgo de desperfilarse, tanto Horacio Rodríguez Larreta como María Eugenia Vidal, a quien Macri sumó a la carrera presidencial, de la que él mismo no se ha bajado, pero a la que tampoco quiere que lo suban (todavía). Dividir para…
En la otra vereda cambiemita, Morales y el radicalismo todo descreen, por convicción, creencias y conveniencias, de que se esté en una etapa premenemista de la Argentina, con una inexorable deriva libertaria de la sociedad.
Para ellos, el enojo y la frustración que canaliza Milei explican mejor que su ideario el fenómeno que altera no solo a Juntos por el Cambio. Aunque admiten que deben incorporar algunas palabras e ideas que no se identifican con las raíces radicales y que están ganando aceptación popular, según la mayoría de las encuestas de opinión. Así, refuerzan los ejercicios para pronunciar, deletrear y naturalizar conceptos como eficiencia, equilibrio fiscal, inversiones, productividad. No todo son emociones.
Para compensar el costado emocional y no quedar atados a Morales, crece el número de radicales que potencian a Manes como precandidato presidencial. En su favor juega la autopercepción de outsider de la política, pero insider del sistema, que el neurocientífico y diputado cultiva con creciente éxito. Lo presentan como la síntesis virtuosa capaz de evitar la fuga de votantes cambiemitas hacia el furibundo libertario, sin perder el electorado de centro y socialdemócrata.
La crisis económica que expresa la inflación indomable, la debilidad política de Fernández, los cada vez más profundos conflictos internos de la coalición gobernante y el más que probable adelantamiento de elecciones provinciales agravan la incertidumbre y aceleran la búsqueda de posicionamiento y definiciones. También, ahondan las desconfianzas. Un sentimiento que une a todos los actores políticos y pone en crisis a las coaliciones dominantes.
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