El jefe de los camioneros tiene línea directa con el Gobierno, consolidó negocios millonarios bajo la órbita del gremio y por primera vez comienza a delegar en serio tareas a sus herederos
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A pesar de estar vacunado con dos dosis desde el verano, Hugo Moyano limita al máximo sus apariciones públicas. A los 77 años, el gremialista que desafió a todos los presidentes se asume en riesgo ante el avance del coronavirus. En su despacho del tercer piso del Sindicato de Camioneros se hizo poner sobre el escritorio una lámina transparente de blindex que sirve de barrera sanitaria. Cada mañana, entre las 7 y las 8, desde esa oficina, o eventualmente desde su departamento en Barracas, empieza a digitar todos los movimientos del gremio, la obra social y el holding de empresas que generó bajo su órbita. También se ocupa de la gestión del Club Atlético Independiente, que preside desde 2014 en una suerte de binomio con su hijo Pablo, el heredero natural y número dos en el sindicato.
Tan influyente o más que cuando estuvo por doce años al frente de la CGT, Moyano sigue siendo hoy el sindicalista más poderoso del país. Tiene línea directa con el presidente Alberto Fernández, pero también con Máximo Kirchner, a través de su hijo Pablo. Con Cristina Kirchner reabrió el diálogo tras su reconciliación, que se gestó durante el gobierno de Mauricio Macri, y habla cada vez con más frecuencia con Sergio Massa. Conserva además intactos sus viejos lazos con el macrismo, sobre todo con Diego Santilli, el vicejefe de gobierno porteño, con el que tejió un histórico acuerdo para los recolectores de residuos que se replicó recientemente en otros sectores y que dio origen a la polémica “ley Moyano”, que dispone que si una empresa cambia de dueño, tiene que indemnizar a todos sus trabajadores.
Moyano lidera hoy a una tropa de casi 200.000 camioneros registrados, quienes aportan el 3,5% de su sueldo en concepto de cuota sindical. El salario promedio de un camionero es hoy de $70.000, la rama más baja (recolección de residuos), y por encima de los $150.000, la más alta (transporte de larga distancia), según precisaron fuentes gremiales. Bajo su conducción, se expandió la riqueza del sindicato, que cuenta con unas 280 propiedades distribuidas estratégicamente por todo el país en lo que representa un tesoro inmobiliario incalculable. “Cuando Hugo empezó, la seccional de Buenos Aires tenía apenas cuatro propiedades. Y hoy son muchísimas...”, dice con algo de vanidad Pedro Mariani, un histórico dirigente que se forjó a la sombra del jefe camionero desde los 80. En tiempos de cepo al dólar, Moyano es capaz de reunir una montaña de billetes verdes para quedarse con un inmueble. Eso también es poder.
Sin perder terreno, su salida de la CGT, en 2016, lo empujó a dedicarse mucho más tiempo a Independiente y Camioneros. En lo relativo a la gestión deportiva, se jacta de haber levantado exitosamente la convocatoria de acreedores a pesar de que sus opositores advierten que aún hay deudas pendientes y afirman que la situación económica es delicadísima, con un pasivo que rondaría los 50 millones de dólares, según denuncia Daniel Ferro, un dirigente opositor que trabaja en construir una alianza para desbancar a los Moyano. El pasivo del balance del club al 30 de junio de 2020 arrojó una deuda de $2.800.000.000.
Sin descuidar jamás el frente gremial, Moyano se rodeó en Independiente de gente de su absoluta confianza. Héctor Maldonado, extesorero del sindicato, ocupa los despachos de la sede de la avenida Mitre, en Avellaneda, mientras que su hijo Pablo maneja el fútbol desde Villa Dominico, un predio de 27 hectáreas que fue cedido en 2007 por la provincia de Buenos Aires a partir de una gestión del propio Moyano cuando Felipe Solá era el gobernador. Desde el año pasado se sumó a la mesa de toma de decisiones Sergio Palazzo, vocal primero del club y jefe del gremio bancario. Activaron un fideicomiso para afrontar la crisis económica. Un atajo similar al que tomó Macri cuando presidía a Boca y buscaba dinero fresco.
Mientras tanto, Moyano puede jactarse de haber levantado un gran holding de empresas en las que se mezclan los negocios personales y del gremio. Tiene declarados hoteles en todo el país y un club, que son exclusivos Camioneros, pero también, una constructora (Aconra SA), un taller de ropa (Dixey SA), una prestadora médica (Iarai SA) y una aseguradora de riesgos del trabajo (Caminos Protegidos) en cuyos directorios hay familiares y sindicalistas.
La maquinaria sindical funciona casi de manera automática. Por eso, Moyano analiza, el año que viene, cuando finalice su noveno mandato en cadena en Camioneros, despejarle el camino a su hijo Pablo, como si se tratara de una dinastía. Como parte de la formación del sucesor, le aconsejó a Pablo que incorporara a sus rutinas las negociaciones políticas, una rosca que antes era exclusividad suya. Pablo, que antes se rehusaba a los encuentros con funcionarios, es hoy vocal del PJ, mantiene reuniones periódicas en la Casa Rosada y construye poder gremial para disputar este año la conducción de la CGT.
Reconocido por funcionarios y empresarios como el fronting del conflicto callejero y el impulsor de los bloqueos como vía de protesta, Pablo conserva además el timón de las negociaciones salariales con las tres cámaras empresarias del sector, con las que se sentará la semana próxima a debatir la paritaria. En el gremio ya anticiparon que pedirán un aumento mayor al 45 por ciento, lo que alteraría la pauta salarial que ideó el Gobierno.
El caso Mercado Libre
Al margen de estas pulseadas, Pablo fue desplazado por su padre de las conversaciones con Mercado Libre por el encuadramiento de los distribuidores. A la negociación la sacaron a flote Hugo Moyano (h.) y Omar Pérez, un dirigente camionero formado bajo la sombra del jefe y cuyo nombre gana adhesiones internas cuando se proyecta una eventual sucesión. Un sobrino de Pérez ubicado por Moyano en el Ministerio de Transporte fue el que allanó el camino para que el Gobierno le destine al gremio 4600 vacunas contra el coronavirus para los choferes que cubren trayectos internacionales.
La puja entre Mercado Libre y Camioneros se mantiene abierta. Surgió una suerte de pacto no escrito: de la puerta de los centros de logística de Mercado Libre hacia adentro, el gremio que seguirá mandando será el de Unión Carga y Descarga. Pero de la puerta hacia afuera, Moyano podrá avanzar con el encuadre de cualquier trabajador que distribuya la mercancía. Sucede algo similar en Coca Cola con el gremio de Aguas y Gaseosas. Por su intransigencia, Pablo fue corrido por su padre del tramo final del reciente acuerdo que cerró con Francisco de Narváez por la indemnización y recontratación de unos 500 camioneros de la excadena de supermercados Walmart. “Pablo no quería arreglar y fue Hugo el que cerró. Nada ha cambiado por ahora en el gremio en la forma de negociar”, dijo un testigo del pacto con De Narváez.
Desde antes de vacunarse contra el coronavirus, Moyano ya había comenzado a delegar tareas secundarias en sus hijos. Les dio impulso a todos, a pesar de que él aún ve lejano su retiro, según las últimas señales que le dio a gremialistas, empresarios y funcionarios oficialistas y opositores.
Con 51 años, Pablo ya se mueve como el heredero, aunque es observado con recelo, y no solo por sus colegas y los hombres de negocios. La hipotética sucesión no sería tan sencilla puertas adentro del gremio porque hay dirigentes de peso que no comulgan con su estilo confrontativo, una personalidad que también genera divisiones y desconfianza en el mismo clan. En recientes tertulias sindicales, se jactó de haber barnizado un perfil más dialoguista y constructivo en su afán por sumar adhesiones y posicionarse como eventual candidato a liderar la CGT.
Pero tuvo raptos de furia que difícilmente sirvan para construir consensos. Dinamitó puentes con la actual conducción cegetista, a la que acusa de haber pactado una frustrada reforma laboral en tiempos de macrismo, y decidió hace un tiempo hablar solo con medios afines. Se puso firme en esa distinción desde que una causa judicial en la que se investigaron sus nexos con barrabravas de Independiente lo dejó el año pasado al borde de la prisión, acusado de haber sido el jefe de una asociación ilícita y de haber defraudado al club. Moyano fue sobreseído, pero el fiscal general de Lomas de Zamora pidió que se revise la decisión. El camionero sostiene que el expediente fue urdido por “la mesa judicial de Cambiemos”.
Más allá de lo que se resuelva en los tribunales, los nexos de los Moyano con las barras no son historia nueva. Y él no se ocupó de ocultarlos. Compartieron tribuna y hasta un safari turístico en el Mundial de Sudáfrica 2010 y coincidieron también en el de Brasil 2014.
Si Pablo asoma como el heredero gremial, Facundo es el hijo más político. Sin embargo, en un novedoso giro, volvió recientemente a sus raíces. Sin dejar su banca de diputado nacional, la que ocupa hace diez años, retomó ahora la actividad en el Sindicato de Peajes, que estuvo bajo su mando ocho años, desde 2009 hasta 2017, y cerró filas con sus hermanos para trabajar juntos y forzar un recambio en la CGT para asaltar el poder. Mientras que Pablo construye alianzas con gremios que no comulgan con el liderazgo de Héctor Daer y Carlos Acuña, Facundo se entusiasma con fogonear listas opositoras en sindicatos poderosos cuyas conducciones están cuestionadas. Lo ensayó en Comercio, Utedyc, la UTA y los marítimos del SOMU. En esta maniobra, juega en tándem Hugo Antonio Moyano (h.), “Huguito”. El diminutivo no le quita influencia. Tiene 37 años y es abogado laboralista, formado a la sombra de Héctor Recalde.
De los hijos varones, Jerónimo, que es el menor, fue el último al que Moyano sumó a la mesa del poder. Desde el año pasado, por la cuarentena, su padre lo integró como uno de sus colaboradores en el gremio. Lo llevó, incluso, a encuentros con Alberto Fernández. El primero fue un almuerzo informal en la Quinta de Olivos en el que se sacaron una foto sin barbijo ni distanciamiento. Corría agosto y el país continuaba en aislamiento estricto. La otra visita fue en la Casa Rosada, donde Moyano y su hijo asistieron junto con los empresarios del transporte para dar el campanazo de largada de las mesas sectoriales en busca de un acuerdo de precios y salarios, que nunca logró despegar. Jerónimo tiene 20 años, estudia derecho y accedió de manera privilegiada a una vacuna contra el coronavirus a través del Sanatorio Antártida, propiedad de Camioneros.
Moyano también le habilitó el juego a Karina Eva, una de sus dos hijas. Es secretaria de Género de Camioneros y supervisa la ayuda social del gremio. Estuvo a un paso de ser candidata a diputada por el Frente de Todos. Su perfil bajo se alteró hasta que LA NACION reveló en febrero que el juez federal de Lomas de Zamora Federico Villena, en plena feria judicial, ordenó devolverle US$436.670 y $600.000 que se encontraban congelados y sujetos a investigación por presunto lavado de activos vinculado al narcotráfico. Su padre reaccionó públicamente con acusaciones a la prensa por “los dos mangos” de su hija. En privado, sospecha de una maniobra de los servicios de inteligencia.
Paola es la otra hija mujer de Moyano. Es la única que no está vinculada de manera directa con Camioneros. Ama viajar. Su álbum de fotos incluye desde el Central Park hasta los camellos de algún desierto árabe. Todo antes de la pandemia. Está casada con Claudio “Chiqui” Tapia, el presidente de la Asociación del Fútbol Argentino (AFA) y dirigente del Ceamse. Tapia no es habitué a los asados familiares de los Moyano, y mucho de esto tienen que ver las diferencias con Pablo. Peleas por el fútbol. Tapia fue acusado por su cuñado por fallos arbitrales desfavorables contra Independiente y el Club Camioneros, que milita en la tercera división del fútbol local y que es también propiedad del gremio.
En el imperio de los Moyano mucho tiene que ver Liliana Zulet, la esposa del jefe camionero. Después de su segundo divorcio, Moyano conoció a Zulet, con quien se casó y tuvo a su séptimo hijo: Jerónimo. Parte del poder que construyó se debe al asesoramiento de ella. De cepa empresarial, vinculada al rubro de la salud, fue Zulet la mentora del holding de empresas relacionadas con el Sindicato de Camioneros. La Justicia los tuvo en la mira. Zulet y Moyano acumularon causas por lavado de dinero y enriquecimiento ilícito, pero ninguna prosperó hasta ahora.
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