Cinco acechanzas para un gobierno en crisis
Frente a tres ilusiones que lo sostienen, cinco acechanzas desvelan al Gobierno. El desequilibrio numérico no tendría tanta relevancia si no fuera por la profundidad de los desafíos y por el momento en que se transformaron (o los convirtió) en amenazas: justo en el preciso instante en que Alberto Fernández soñaba con proyectarse él y su gestión hacia los próximos tres años. Hasta que se desató el vacunagate, acompañado de decisiones judiciales que terminaron por desacomodarlo todo.
Así puede entenderse mejor el grado de alteración que el Presidente mostró en un ámbito tan inusual (o poco apropiado) como es una conferencia de prensa junto a un mandatario extranjero que lo tenía de invitado en su país.
El proyecto que Fernández acunó en noviembre pasado había tropezado con una "bomba neutrónica", como denominó al vacunagate uno de los colaboradores presidenciales. A la explosión le sucedió, en solo cuatro días, una segunda oleada con los allanamientos por las irregularidades en el operativo de vacunación y el lapidario fallo contra el más estrecho partenaire comercial de la familia Kirchner, Lázaro Báez.
La crisis de la vacunación y la acción de la Justicia vinieron a completar el quinteto de acechanzas que integran junto con la inflación, la probable nueva ola de contagios del Covid-19 y la inseguridad. Ningún tema que pueda ser indiferente para la sociedad.
Finales de febrero y principios de marzo eran las fechas signadas en el "proyecto 3x3", bosquejado en noviembre por la Casa Rosada, para relanzar el Gobierno. Tres meses para superar los problemas (y los errores) del primer año de gestión y proyectarse hacia los próximos tres años. Pero pasaron cosas.
El escándalo por los vacunados vip no para de crecer, sin que la urgente decapitación de Ginés González García haya logrado operar como torniquete. Suficiente motivo para el enojo presidencial, que su par mexicano, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), se habría ocupado de fogonear. Tal vez para disimular el desaire que el anfitrión le propinó a Fernández en el primer día de la visita. Al menos eso cuentan (o justifican) cerca del Presidente. La trayectoria retórica de AMLO le da verosimilitud.
Mientras tanto, el Poder Judicial repuso la corrupción kirchnerista en la agenda pública, marcó límites a las presiones y expuso el malestar que anida en los tribunales con el Gobierno. El enojo no es exclusivo de la Corte ni de los jueces menos afines al oficialismo. También se incuba entre algunos que integran la "Justicia Legítima" kirchnerista. Mérito de la presión de la gestión camporista de la Anses al intentar de prepo que más de dos centenares de magistrados terminen alimentando las palomas de Plaza Lavalle. Unir adversarios desunidos es un notable atributo de este oficialismo. Ya lo había hecho con los inunibles magistrados supremos.
Justicia y salud es en el actual contexto un binomio potenciado por la díada compuesta por muerte y corrupción, que opera como antónimo. De allí el impacto difícil de atenuar de las noticias de estos días.
Las condenas en el caso de la ruta del dinero K no solo reinstalaron las irregularidades de la gestión kirchnerista, que explican el enriquecimiento personal de funcionarios o allegados. También potenciaron el otro escándalo. La vacunación vip expandió la conclusión colectiva de que la corrupción mata (como lo graficó la tragedia de Once). Ahora parece expresar que, además, elige a quiénes salva. Y que elige salvar a los propios. Combustible para la indignación.
Los últimos embates del oficialismo contra muchos jueces dan verosimilitud, además, a las denuncias y sospechas de que se pretende consagrar impunidades o, simplemente, controlar a la Justicia. La desmesurada descalificación presidencial a jueces y medios desde México, las airadas críticas de la ministra Marcela Losardo, que incluyeron a jueces que han sido sus compañeros de tenis, se articulan con comodidad con la andanada que Cristina Kirchner y sus duros colaboradores y seguidores vienen desplegando contra los magistrados que los investigan. Desde antes de que gobernara Mauricio Macri.
La Justicia como acechanza excede a las medidas judiciales que puedan dirigirse directamente sobre Fernández y sus actos de gobierno. Alientan, sobre todo, las desconfianzas que nunca desaparecen entre la vicepresidenta y el Presidente y atentan contra la compleja armonía interna del Frente de Todos. La condena de Báez y la confirmación de las sentencias contra Amado Boudou y Milagro Sala son para la expresidenta los mojones más altos de una serie de fallos inadmisibles durante un gobierno propio. No son los únicos elementos.
El copamiento del Consejo de la Magistratura, la designación o reposición de algunos jueces amigos en tribunales decisivos y los intentos de reformas judiciales no parecen ser suficientes. Y, por lo contrario, lejos de domesticar, desatan reacciones contrarias. Es lo que entienden los cultores y las cultoras de las teorías conspirativas que, además, imputan al Presidente de tibieza. Como para que Fernández no pierda la calma. Sobre todo, si elige autoexculparse.
Salud y dinero
La llegada de una nueva ola de contagios de coronavirus antes de que la vacunación sea suficiente es una acechanza que no ha hecho más que cobrar vigor desde la semana pasada. Si ocurriera, el vacunagate podría adquirir dimensiones aún más inquietantes.
No está sola en el escenario. La escalada de precios es junto con la inseguridad creciente más que una amenaza al bolsillo de los argentinos. Abundan antecedentes de los efectos político-electorales de esa combinación. El recrudecimiento de los robos y los delitos violentos es otra secuela tardía del año pandémico. Como los cierres de comercios potenciados en el último mes.
En el horizonte oficial empieza a asomar otra inquietud, que la autoestima gubernamental no llega a poner aún en el rango de amenaza. Hay elevada confianza en la capacidad de lobby y en la fortuna. Una demora del acuerdo con el FMI ya pasó de la categoría de posible a la de probable. La elaboración de justificaciones corre a la par del impulso de gestiones de urgencia para reconducir al proceso, aun a costa de ceder a exigencias (indeseadas).
Todo se reduce a una carrera contra el tiempo. A ella está sujeto el calendario electoral. Las fechas de los comicios oscilan entre esas cinco acechanzas y la concreción de las tres ilusiones que sostienen las esperanzas del Gobierno.
En primer lugar, asoman la llegada de vacunas y su aplicación eficaz en el lapso más corto posible. No solo para dejar atrás el escándalo, sino para cambiar el humor social y abrir un nuevo ciclo de expectativas, que el primer año de gestión se encargó de aplazar.
Un rebote económico, impulsado por un nuevo viento de cola internacional, y capaz de hacerse sentir en el bolsillo con el anabólico de la modificación en el impuesto a las ganancias, el aumento de salarios y una postergación en los ajustes de las tarifas de los servicios públicos, es el otro elemento que alimenta esperanzas en la Casa Rosada.
Si esa recuperación ocurriera, crecerían la posibilidades de avanzar con el proyecto fundacional de una "gestión propia", que Fernández insinuó hace una semana con el lanzamiento del Consejo Económico Social. Una ambiciosa pretensión emancipatoria que el vacunagate y la Justicia opacaron y obligaron a poner entre paréntesis. Habrá que esperar si tiempos mejores lo hacen viable. Por ahora, se puede constatar que los amargos lamentos que provocó el traspié en la Casa Rosada no tuvieron eco público en el Instituto Patria ni en el camporismo. Suspicacias.
Por último, siempre quedará la posibilidad de manipular el calendario electoral para acomodarlo a mejores tiempos y para incomodar a la alianza opositora. La solidez de su unidad podría ser seriamente puesta a prueba en distritos decisivos si la pandemia diera la excusa para suspender las primarias obligatorias.
Las amenazas del presente no necesariamente pueden ser los padeceres del futuro. Pero no todo depende de la suerte.
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