A Néstor Kirchner,Cristina Fernández,Evo Morales,Luiz Inacio Lula da Silva,Fidel Castro,Rafael Correa y Hugo Chávez los salvó la humedad. Literalmente.
Semanas después de la llegada de Mauricio Macri al poder, su ministro de Cultura, Pablo Avelluto, se encontró en su inventario con un edificio público que le había pasado el entonces secretario general de la Presidencia, Fernando de Andreis. Era un templo de culto al personalismo, según la óptica de Avelluto, algo impropio para la renovada gestión del Estado.
En una de sus paredes había un mural con la imagen de los líderes latinoamericanos inspirado en la mirada kirchnerista de la historia reciente. Avelluto pensó en borrarlo, pero el revoque estaba en mal estado y se limitó a taparlo con placas sobre las que se pintó una expresión no figurativa.
Resultó una bendición de la medianera para la iconografía militante, que sobrevivió escondida. Los líderes populistas que pasaron a la sombra del durlock volvieron a ver la luz a fines de diciembre pasado. Tristán Bauer, sucesor de Avelluto, dio la orden de descubrirlos. Sucede que el triunfo del Frente de Todos le dio nuevos aires a un inmueble del Estado tan ignoto como polémico: la Casa Patria Grande Néstor Kirchner. Se trata de una mansión ubicada en Carlos Pellegrini 1289 que en su momento rebautizó Cristina Kirchner, utilizó La Cámpora para formar cuadros políticos y ahora Alberto Fernández intenta refundar con una orientación que exceda parcialmente la grieta para sobrevivir sea cual sea el resultado en 2023.
La casona de estilo francés de principios del siglo XX trasunta historia reciente. Los radicales memoriosos recuerdan que Raúl Alfonsín le dio una oportunidad a la justicia militar para que juzgara a los líderes del golpe de Estado de 1976. Una parte de ese trabajo, que nunca se hizo y derivó en el Juicio a las Juntas, debía realizarse entre sus paredes, cuando era una dependencia de las Fuerzas Armadas.
Quizás por eso tenía un valor simbólico sobresaliente para Néstor Kirchner. La primera gestión de su esposa ordenó refaccionar la casa para convertirla en las oficinas del expresidente mientras estuviera a cargo de la Unasur, el grupo de naciones que se declaraba en la búsqueda de la unidad latinoamericana. Kirchner falleció durante las obras y volvió a cambiar el destino del inmueble: ya no sería su lugar de trabajo, pero los ladrillos llevarían su nombre a modo de tributo.
El relanzamiento de la mansión fue una de las grandes movilizaciones políticas de la década. De luto y emocionada, Cristina Kirchner dio un discurso escoltada por varios presidentes de la región. La presencia de su marido, que hubiese cumplido 61 años ese 25 de febrero de 2011, envolvió el lugar. Su cara estaba en los carteles de la multitud y su nombre, esculpido en la piedra del edificio e impreso en las páginas del Boletín Oficial que institucionalizaban la nueva denominación. Las lágrimas de Nancy Dupláa y Soledad Silveyra le daban una costura estelar al momento.
En la práctica, la agrupación kirchnerista fundada por Máximo Kirchner se hizo cargo de las nuevas oficinas. Debían hacer estudios sobre Latinoamérica, aunque la orientación apuntaba a formar cuadros, según repiten varios testimonios de propios y ajenos; prestarle la casa a algunos amigos, como Luis D'Elía, y difundir el trabajo social bajo la identificación de La Cámpora.
Un grupo de dirigentes que profesan incuestionable kirchnerismo hacen una recuperación crítica de la experiencia en la Casa Néstor Kirchner en la última gestión de la ahora vicepresidenta. Consideran que haberla vestido como una unidad básica le dio el argumento al macrismo para cambiarle sus funciones. Es lo que pasó: cuando De Andreis vio que estaba entre sus obligaciones, habló directamente con Avelluto para transferírsela.
Además de tapar el mural, le puso como nombre Casa Creativa del Sur y desplazó a un grupo de funcionarios de otros países que, según su presunción, hacían estudios de estrategia militar. Cada uno estaba identificado por una banderita apoyada en sus escritorios.
La gente de Avelluto les pidió que se fueran, pero no pudieron convencerlos de entrada porque había papeles firmados. Sólo lo logró cuando la Argentina abandonó la Unasur. Antes que eso, el gobierno de Mauricio Macri había descolgado el cuadro de Néstor Kirchner sonriendo, una referencia ineludible por su tamaño para quien transitara el interior de la casa de casi 700 metros cuadrados, que también tenía un salón llamado Hugo Chávez (una mención casi obligada para el kirchnerismo dado que en el Palacio de Miraflores hay otro con el apellido Kirchner) y fotos del líder venezolano.
La vuelta kirchnerista a la casona es, en los papeles, una alegoría de la campaña de Alberto Fernández. El Gobierno designó hace algunas semanas como director a Matías Capeluto, un politólogo de la Universidad de Buenos Aires que pasó los últimos siete de sus 33 años estudiando cuestiones latinoamericanas y militando en Red Por Buenos Aires, un partido casi desconocido donde recala una parte de la juventud peronista porteña que se unió primero al Frente para la Victoria y luego al de Todos.
Su designación pasó desapercibida en un decreto presidencial del 25 de junio pasado. Aunque pocos lo notaron, arroja definiciones: la Casa Néstor Kirchner volvió a pasar a la Secretaría General de la Presidencia y su titular tendrá rango de director, con una remuneración estimada bruta de $164.923. Con los descuentos del propio Estado, será mucho menos.
Aunque es orgánico con el kirchnerismo, Capeluto pasó por el CIAS, una especie de experimento político transformador, según la referencia que hacen macristas, vidalistas y kirchneristas. Está a cargo del sacerdote jesuita Rodrigo Zarazaga, también politólogo y doctor en esa disciplina por la University of California, licenciado en Filosofía y en Teología, entre otros pergaminos. Allí se desarrolla una escuela de liderazgo que, en la percepción de varios de los asistentes consultados, favorece el diálogo con referentes jóvenes de otro color partidario o ideológico. Quizás por esa inspiración, según reconstruyó LA NACION mediante personas que lo conocen, Capeluto se puso entre sus metas más ambiciosas que la Casa Patria Grande Néstor Kirchner esté abierta y facilite la discusión con jóvenes dirigentes del Pro, algo impensado en la gestión 2011-2015.
Desde el kirchnerismo "revisionista" consideran que es la manera de garantizar a futuro que no tome una ruta distinta del objetivo latinoamericanista que profesaban Néstor y Chávez. Hay otras metas prácticas, como empezar a discutir una eventual salida de la Argentina al Pacífico, la validación de títulos regionales en cada país o el libre tránsito de los latinoamericanos por la región, todas cosas que nunca se definirán allí.
Capeluto hizo un trabajo de pinzas para llegar a su nuevo sillón. Cercano a Juan Manuel Valdéz, hijo de Eduardo, exembajador argentino en el Vaticano y de trato frecuente con Alberto Fernández y Cristina Kirchner, le hizo llegar desde varios lugares a Julio Vitobello, secretario general del Presidente, la idea de recuperar la casa para el objetivo original.
Llegó a lo más alto de la fórmula presidencial para transmitir su idea. Así lo acredita la foto que se sacó con Cristina Kirchner en marzo de este año y aparece en su cuenta de Instagram. Aunque la vicepresidenta es la parte radical del kirchnerismo, se supone que dio un salvoconducto para avanzar en cuestiones latinoamericanas que vayan más allá de la ideología. También habló con Alberto Fernández, quien encomendó para esta etapa del espacio una impronta orientada a la realización de estudios latinoamericanos.
La urgencia más cercana, sin embargo, está en la medianera. El muro de los líderes populistas latinoamericanos está arruinado y hay que tomar la decisión de eliminarlo, arreglarlo, reconstruirlo o modificarlo. Será la primera gran disputa simbólica. Después de todo, puede ocurrir que el tercer kirchnerismo termine borrando a las figuras de la "Patria Grande", algo que no hizo Mauricio Macri ni completó la humedad.
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