Carrasco: el Ejército ocultó más pruebas
Se refieren a un testigo que sufrió una extraña internación.
Aunque parezca mentira, ahora salen a luz importantes documentos militares de 1994 sobre el caso del soldado Omar Carrasco que, de haberse conocido en su momento, habrían cambiado el curso de esta historia. Quizá por eso se los mantuvo en la oscuridad.
Una fuente segura accedió en el juzgado federal de Zapala al material que el Ejército habría entregado a pedido de la Justicia en 1996, cuando ya estaban condenados por el homicidio el subteniente Ignacio Canevaro (a 15 años) y los ex soldados Cristian Suárez y Víctor Salazar (ambos a diez años).
La fuente confió a La Nación que vio documentos castrenses con cuatro foliaciones distintas (tres tachadas y una válida), lo cual revela el armado de cuatro sumarios distintos de la justicia militar.
En ellos, el Ejército seleccionaba el material que entregaba a la justicia federal para apuntalar la historia oficial sobre los futuros condenados, y omitía las piezas que los beneficiaban.
Al acta militar revelada ayer por La Nación , donde el entonces conscripto Juan Sebastián Castro confirmaba la inocencia de los dos soldados luego condenados, se agrega ahora un estudio psicológico realizado a Castro el 12 de abril de 1994 que, según las fuentes que lo leyeron, se expide sobre su normalidad psíquica.
El estudio también se encontraba en un sumario castrense, y fue ocultado por el Ejército.
Por varios motivos, esto reviste suma importancia en la trama del caso y revela, al mismo tiempo, la forma en que el Ejército y la justicia federal de Zapala manipularon al pobre Castro.
Los responsables de esos sumarios eran los tenientes coroneles Raúl José, juez militar, y Víctor Jordán, quien actuaba en ocasiones como su secretario, pero era el jefe de Inteligencia de Neuquén. Los dos trabajaron con el juez federal de Zapala, Rubén Caro, y con su fiscal, Luis María Viaut.
Planes de fuga
Castro, un muchacho de ojos redondos, era un domador de caballos de Rincón de los Sauces, sencillo y torpe como Omar Carrasco. "Eran los tontos de la batería", dijo un ex soldado impiadoso.
Se conocieron el 3 de marzo de 1994 al ingresar en el cuartel de Zapala. En los momentos en que no recibían palizas de sus compañeros, leían juntos la Biblia y planificaban una fuga.
En la siesta del domingo 6 de marzo, Carrasco desapareció. Al rato, Castro vio a "tres o cuatro vestidos de verde que golpeaban a Omar. Uno era un superior". Asustado, Castro se escondió y, el 13 de marzo, se escapó.
Dos testimonios revelaron que lo mismo procuró hacer Carrasco el domingo 6, después de los golpes que presenció Castro. Por un mes, nada se supo de Carrasco, hasta que el 6 de abril el jefe del cuartel, teniente coronel Guillermo With, fraguó la aparición del cadáver.
El informe oficial del médico legista Alberto Brailovsky, que nadie se atreve a refutar ni a investigar, asegura que Carrasco fue secuestrado por algunos militares y murió el 8 o el 9 de marzo por un tratamiento precario y erróneo de los médicos militares del hospital del cuartel.
Su amigo Castro tuvo mejor suerte. Sobrevivió, pero él y sus testimonios fueron manipulados por el Ejército y la Justicia.
Con la anuencia del juez Caro, el testigo clave del caso fue internado en el hospital del cuartel durante tres meses. Allí lo interrogaban y le hacían firmar papeles. Llegó a hablarse, también, de un lavado de cerebro.
Pero antes de la internación y luego de que lo capturara la policía neuquina, el juez Caro, a regañadientes, lo interrogó el 9 de abril. Castro empezó a contar su versión y poco antes de llegar al momento de los golpes, Caro lo interrumpió. Volvió a interrogarlo el 10 y en el texto no hay ninguna referencia al hecho.
El 12 de abril, día en que el peritaje psicológico confirmó su normalidad, llegó a Zapala el jefe del Ejército, teniente general Martín Balza, quien el 13 lo visitó en el hospital del cuartel . Si bien Balza lo presentó al periodismo ese día, no permitió que se lo interrogara y cortó las primeras preguntas de la prensa.
Lo más extraño es que a partir de entonces, el juzgado de Zapala y los fiscales especiales enviados por la Procuración se encargaron de divulgar que Castro era poco menos que un anormal, que sus declaraciones eran contradictorias y que sus testimonios no servían.
El Ejército ya lo había interrogado, había sondeado su psiquismo, y sabía que no era así.