Carlos Menem, el pragmático que marcó una era y nunca dejó de sorprender
Carlos Saúl Menem fue, después de Julio Argentino Roca, el presidente que por más tiempo gobernó la Argentina. Ni siquiera Juan Domingo Perón iguala sus diez años y cinco meses en forma consecutiva al frente del país. Claro que el caudillo de La Rioja no solo será recordado por ese récord, sino también por un estilo inconfundible, que combinaba su liderazgo carismático y populista con la capacidad de sorpresa y un pragmatismo que le permitió avanzar hacia políticas que, hasta entonces, resultaban impensables en un representante del peronismo.
Aunque muchos defenderán su obra de gobierno, fundamentalmente por la estabilidad económica lograda tras el peor proceso hiperinflacionario de la historia argentina, su figura quedará inevitablemente asociada a la corrupción pública y a una particular cultura política que signó los años noventa, revestida de frivolidad, hedonismo y exhibicionismo de prácticas transgresoras de lo políticamente correcto.
Menem nació en Anillaco el 2 de julio de 1930, fruto del matrimonio de los inmigrantes sirios Saúl Menem y Mohibe Akil. Tuvo cuatro hijos: Zulemita y el fallecido Carlos Saúl Facundo, con su primera esposa, Zulema Yoma; Máximo, con su segunda mujer, la modelo y ex-Miss Universo chilena Cecilia Bolocco, y Carlos Nair, como fruto de una relación extramatrimonial con Marta Meza.
Desde muy joven abrazó al movimiento peronista, y sufrió su primera detención durante el gobierno de la Revolución Libertadora, tras denunciar la existencia de presos políticos.
De gobernador a detenido
Se graduó como abogado en la Universidad Nacional de Córdoba y alternó el ejercicio de su profesión con la política en La Rioja, hasta que, en 1973, este caudillo caracterizado por sus prominentes patillas llegó a la gobernación de su provincia. Tras el golpe militar del 24 de marzo de 1976, fue destituido y detenido a disposición del gobierno de facto.
Luego de una semana en el Regimiento de Infantería provincial, fue trasladado al barco 33 Orientales, amarrado en Buenos Aires, donde se encontró con notorios dirigentes y gremialistas peronistas de la época, como Antonio Cafiero, Jorge Taiana, Lorenzo Miguel y Jorge Triaca, y compartió camarote con Pedro Eladio Vázquez, quien había sido médico de Juan Domingo Perón.
A mediados de ese mismo año, se dispuso su traslado al penal de Magdalena. Allí, fue alojado en la misma celda que el sindicalista petrolero Diego Ibáñez, con el que trabó una larga amistad y quien muchos años después le presentó al empresario Alfredo Yabrán. Uno de los momentos más duros de esa etapa para Menem se produjo cuando falleció su madre y el gobierno de Jorge Rafael Videla no le permitió asistir al velatorio. Nunca olvidó ese mal trance, pese a lo cual, cuando llegó a la presidencia de la Nación, optó por indultar a los jefes militares condenados por delitos de lesa humanidad con el declarado propósito de pacificar al país.
En julio de 1978, pocos días después de que la selección argentina de César Luis Menotti ganara el Mundial de fútbol, el gobierno militar dispuso que
salieran de la cárcel y pasaran a un régimen de "domicilio forzado", alejado de su provincia natal. Así, pasó por Mar del Plata, donde compartió tertulias con no pocos personajes de la farándula y conoció al almirante Emilio Eduardo Massera. Esos contactos con la Armada provocaron recelos en el Ejército, por lo que se dispuso su traslado a Tandil, hasta que, a principios de 1980, fue dejado en libertad y viajó a Buenos Aires. Sin embargo, Menem regresó a La Rioja para reanudar la actividad política, que se hallaba vedada. Como consecuencia de esa acción, las autoridades militares decidieron confinarlo en la localidad formoseña de Las Lomitas. Allí fue alojado en la casa de la familia Meza, donde conoció a Marta Meza, con quien tuvo a su hijo Carlos Nair. Solo en marzo de 1981 obtuvo su libertad definitiva.
Regreso triunfal
Con la reapertura democrática, Menem volvió a la política y retornó a la gobernación de La Rioja en diciembre de 1983, como candidato del Frente Justicialista, cargo para el que fue reelegido por amplia mayoría de votos en 1987. Por entonces, el caudillo riojano era uno de los referentes del sector que se propuso renovar al peronismo, luego de su primera derrota en una elección presidencial a manos de Raúl Alfonsín.
En 1988, el peronismo efectuó su primera elección interna para dirimir su fórmula presidencial. Acompañado por Eduardo Duhalde, Menem se impuso inesperadamente a Antonio Cafiero e inició su campaña para llegar a la Casa Rosada, en medio de una enorme incredulidad de vastos sectores de clase media y alta de la sociedad, que advertían un discurso vacío de contenido que ahuyentaba a inversores y destilaba irresponsabilidad a partir de promesas como la de "recuperar las Malvinas a sangre y fuego".
Sin embargo, eslóganes simplistas como la "revolución productiva" y el "salariazo" y su carisma fueron más efectivos que las apelaciones a la responsabilidad fiscal y al uso del "lápiz rojo" para cortar los gastos improductivos del Estado que propiciaba el candidato del radicalismo, Eduardo Angeloz. La grave situación económica que vivió la Argentina en los últimos meses del gobierno de Alfonsín –la inflación había llegado al 78,4% en el mes de los comicios– fue determinante para el triunfo electoral de Menem, el 14 de mayo de 1989. Alcanzó el 47,5% de los votos y la mayoría del Colegio Electoral, que lo consagró presidente de la Nación.
Primera presidencia
El proceso hiperinflacionario desatado en las postrimerías del gobierno alfonsinista forzó un adelantamiento de la entrega del poder. Menem asumió el 8 de julio, sin un plan económico claro y con señales de mucha mayor moderación que durante la campaña proselitista. "Yo no traigo el simplismo de la demagogia. Solo puedo ofrecerle a mi pueblo sacrificio, trabajo y esperanza (…). No aspiro a ser el presidente de una fracción, de un sector o de una expresión política. Quiero ser el presidente de una Argentina unida", afirmó durante el acto de asunción presidencial.
En las semanas previas a su aterrizaje en la Casa Rosada, Menem procuró dejar atrás los prejuicios de los sectores empresarios sobre su persona y se preocupó por seducirlos con la inestimable ayuda del periodista Bernardo Neustadt, quien por entonces conducía uno de los ciclos televisivos más influyentes. En su programa Tiempo nuevo, el entonces presidente electo aceptó la invitación de su interlocutor y se animó a entonar la marchita peronista modificando su invocación "combatiendo al capital" por "atrayendo al capital".
Los primeros meses de su gestión presidencial ofrecieron muchas dudas y no pocos problemas. Desde el comienzo, Menem intentó apoyarse en un núcleo político formado por algunos de sus llamados "12 apóstoles": entre ellos estaban Eduardo Bauzá, un operador político por excelencia proveniente de Mendoza, que ocupó el Ministerio del Interior; Julio Corzo, hasta entonces diputado nacional por La Rioja, fue ubicado al frente del Ministerio de Salud y Acción Social; Alberto Kohan fue nombrado secretario general de la Presidencia, y Alberto Pierri, presidente de la Cámara de Diputados, mientras su hermano Eduardo Menem llegó a la presidencia provisional del Senado. Hubo algunas sorpresas, como la designación como canciller de Domingo Cavallo, hasta entonces conocido por haber conducido el Banco Central durante un lapso de la presidencia de facto del general Reynaldo Bignone. También integraron el primer gabinete Ítalo Luder, en Defensa; León Carlos Arslanian, en Justicia; Jorge Triaca, en Trabajo; Antonio Salonia, en Educación, y Roberto Dromi, en Obras y Servicios Públicos. Juan Bautista Yofre fue puesto al frente de la SIDE; Julio Bárbaro, en la Secretaría de Cultura, y Alberto Lestelle, en la Secretaría de Lucha contra el Narcotráfico.
Pero lo más llamativo fue que, para domar la desquiciada economía del país, Menem decidió apoyarse en el grupo empresarial Bunge & Born, y llevó al Ministerio de Economía a su vicepresidente ejecutivo, Miguel Ángel Roig, quien falleció a los cinco días de asumir. De inmediato, fue reemplazado por otro economista vinculado a ese grupo, Néstor Rapanelli, quien buscó estabilizar los precios con el llamado Plan BB, bautizado así por la sigla que identificaba a aquel conglomerado de empresas.
Sin embargo, el Plan BB, que incluyó un acuerdo stand-by con el FMI, tuvo corta vida cuando, hacia fines de año, se produjo otra oleada hiperinflacionaria, acompañada de una nueva devaluación del peso. Así, en diciembre de 1989, llegó al Palacio de Hacienda el riojano Antonio Erman González, un contador de estrecha confianza del entonces presidente, que puso en marcha el Plan Bonex, consistente en un canje compulsivo de depósitos a plazo fijo por títulos públicos, en medio de un contexto hiperinflacionario en el que se pactaban tasas de interés mensuales del 400% y en momentos en que el costo de vida ya proyectaba el 4900% anual.
Paralelamente, Menem buscó avanzar con señales hacia los inversores, al nombrar asesor al ingeniero Álvaro Alsogaray, por entonces líder del liberalismo y de la Ucedé. Comenzó a hablar de la "economía popular de mercado" –una variante de la economía social de mercado que propugnaba Alsogaray– e inició una ambiciosa reforma del Estado, que incluyó la privatización de empresas de servicios públicos. Para tal fin, fueron decisivos el papel del ministro Dromi y la convocatoria de la hija del fundador de la Ucedé, María Julia Alsogaray, quien se hizo cargo del paso al sector privado de la acerera Somisa y de la telefónica Entel. Mucho después, la recordada funcionaria fue condenada por la Justicia por enriquecimiento ilícito y administración fraudulenta.
El año 1990 concluyó con una inflación anual superior al 2300%. Al iniciarse 1991, el primer año electoral de su gestión, Menem llevó al Ministerio de Economía a Domingo Cavallo, autor intelectual de la ley de convertibilidad, que estableció una relación cambiaria fija entre la moneda argentina y la estadounidense, a razón de 10.000 australes, convertidos en un peso, por cada dólar. Esta regla, más conocida como "el uno a uno", estuvo vigente durante 11 años y fue clave para el restablecimiento de la confianza de los mercados y la reducción de la inflación. Este esquema exigía que hubiese respaldo en reservas en dólares de la moneda circulante. De ese modo, se restringió la emisión monetaria espuria.
El aumento del costo de vida bajó al 81% en 1991. Un año después, fue del 17,5%, la cifra más baja desde 1970; en 1993 descendió al 7,4%; en 1994, al 3,9%, y en 1995, a apenas el 1,6%.
La estabilización de la economía después de dos décadas de elevada inflación fue determinante para que Menem forzara un acuerdo con el radicalismo, liderado por Alfonsín, por la reforma constitucional que permitiera la reelección presidencial. En 1995, Menem pudo presentarse nuevamente como candidato, esta vez escoltado por Carlos Ruckauf, y se impuso cómodamente con casi el 50% de los votos, unos veinte puntos más que su inmediato perseguidor, el mendocino José Octavio Bordón.
Desde entonces y hasta 1999, la inflación fue cercana a cero o incluso negativa, aunque los últimos dos años de la gestión menemista fueron impactados por un proceso recesivo que, junto al impacto de algunos escándalos de corrupción, provocó un cambio de rumbo político y el triunfo de la alianza que llevó a Fernando de la Rúa al poder, en diciembre de 1999.
Luces y sombras
Un repaso de las políticas aplicadas durante la década menemista nos ofrece una clara dimensión de lo zigzagueantes que han sido los gobiernos peronistas. Mientras Menem, diferenciándose del propio Perón, buscó reformar el Estado y desregular la economía, al tiempo que privatizó los servicios públicos y creó un sistema de jubilación privada que convivió con el régimen de reparto estatal, el kirchnerismo volvió sobre muchos de estos pasos y no pocos de sus actuales referentes sueñan con la posibilidad de que varias de las empresas de servicios públicos regresen a manos del Estado.
Menem procuró poner fin a las antinomias y dejar atrás las secuelas de la lucha contra el terrorismo y las violaciones de los derechos humanos de los años 70 para avanzar hacia una reconciliación entre los argentinos. Lo hizo tanto con gestos, entre los que se recuerda su abrazo con el almirante Isaac Rojas, como con medidas concretas. Entre ellas, el indulto a los militares condenados por delitos de lesa humanidad –con Videla y Massera a la cabeza– y a líderes de las organizaciones guerrilleras, como el jefe montonero Mario Firmenich. Más de una década después, Néstor Kirchner anuló los perdones presidenciales que beneficiaron a militares.
En materia de política exterior, el gobierno menemista adoptó algunos de los lineamientos del llamado Consenso de Washington, un término acuñado por el economista británico John Williamson en 1989 para referirse a un conjunto de lineamientos sugeridos por entonces por el FMI, el Banco Mundial y el Departamento del Tesoro norteamericano: disciplina fiscal, liberación de barreras a la inversión extranjera directa, privatizaciones, desregulación de los mercados y tipos de cambio competitivos. Al tiempo que se reanudaron las relaciones con Gran Bretaña, su ministro de Relaciones Exteriores Guido Di Tella no mostró pruritos al admitir que la Argentina tenía "relaciones carnales" con los Estados Unidos. Fue otra diferencia respecto del kirchnerismo, aunque propia de una época marcada por la caída del Muro de Berlín, el colapso del imperio soviético y el avance del capitalismo en el mundo.
En 1993, el entonces secretario del Tesoro norteamericano, Nicholas Brady, declaró que "en ninguna otra parte el progreso ha sido tan drástico como en la Argentina, donde el resultado de las reformas económicas ha excedido las previsiones más optimistas".
Una semejanza con el kirchnerismo fue el afán por dominar a la Justicia. Uno de los grandes cuestionamientos al gobierno de Menem pasó por la "mayoría automática" de la que gozó en la Corte Suprema.
La gestión menemista también estuvo signada por los atentados contra la embajada de Israel (1992) y la sede de la AMIA (1994), que fueron vistos como una probable represalia hacia la Argentina por el alineamiento del país junto a Estados Unidos y la OTAN en la Guerra del Golfo, desatada en agosto de 1990, tras el ataque a Kuwait por fuerzas militares de Irak.
Una de las claves del declive menemista residió en que el déficit fiscal continuó y fue solventado con un incremento de la deuda pública, que se comenzó a tornar impagable al asumir De la Rúa en el nuevo contexto de hiperrecesión.
La deuda externa pasó de 63.000 millones de dólares, al asumir Menem, en 1989, a 146.000 millones, a fines de 1999. Y la desocupación arrojó durante la década menemista una tasa promedio del 11,8%, luego de alcanzar un pico del 18,3% en octubre de 1995.
Esta situación se combinó con resonantes casos de presunta corrupción. Entre ellos, cabe recordar el Swiftgate, a partir de una nota del embajador norteamericano Terence Todman sobre un supuesto pedido de coimas a la empresa Swift, que aceleró las renuncias de los entonces ministros de Economía, González, y de Obras Públicas, Dromi. Más tarde, vino el Yomagate, tras una denuncia periodística sobre el transporte de dinero del narcotráfico desde los Estados Unidos para ser blanqueado en la Argentina. También se recuerda el caso IBM-Banco Nación, a partir de un presunto fraude millonario contra el Estado por la contratación de un servicio de informatización.
Pero el escándalo que más tocó a Menem fue el derivado de la exportación, en 1992, de 6500 toneladas de armas a Croacia, en violación de un embargo de la Organización de las Naciones Unidas, y a Ecuador, en momentos en que la Argentina era garante de un tratado de paz entre ese país y Perú. Esta venta, aprobada por un decreto secreto, generó una prolongada causa judicial, en cuyo transcurso, en 2003, se produjo la misteriosa muerte de Lourdes Di Natale, secretaria del asesor presidencial Emir Yoma y considerada testigo clave. En 1995, además, se desató una explosión en la fábrica militar de Río Tercero, que provocó siete muertos y numerosos heridos. En 2014, el Tribunal Oral N° 2 de Córdoba consideró que esa explosión fue causada intencionalmente y condenó a cuatro personas, al tiempo que sostuvo que el móvil no fue otro que el encubrimiento del contrabando de armas a Croacia y Ecuador.
En junio de 2013, luego de 18 años de investigación, Menem fue condenado a siete años de prisión por el escándalo de las armas y se convirtió en el primer expresidente constitucional argentino que recibió una pena a prisión efectiva. Pero siguió en libertad por no existir una sentencia firme y, en octubre de 2018, fue absuelto por la Cámara Federal de Casación Penal por entender que no se había cumplido el "principio del plazo razonable" para arribar a una condena definitiva.
El ocaso político
En 2003, Menem se presentó como candidato presidencial. En un escenario atomizado por la división del peronismo y el latente proceso de pérdida de confianza en la dirigencia política, obtuvo el primer lugar en la primera vuelta, con el 24,4% de los votos, unos dos puntos más que Néstor Kirchner. Pero el hecho de que los pronósticos de las encuestas favorecieran ampliamente al caudillo santacruceño en el ballottage condujo a Menem a renunciar a su postulación.
Dos años después, fue elegido senador nacional por La Rioja, cargo que siguió ocupando hasta su fallecimiento, luego de ser reelegido en 2011 y en 2017, aunque en esta última ocasión, por la minoría. Años atrás, en 2007, intentó ser gobernador de su provincia por cuarta vez, pero su elección fue un fiasco: concluyó tercero. Su ocaso político había llegado.
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