Cambiemos y el riesgo de una ruptura después de las elecciones
El contrato tiene fecha de renegociación el 27 de octubre próximo: hasta entonces los tres socios -Pro, la UCR y la Coalición Cívica- mantendrán su alianza en Cambiemos con el solo objetivo de reducir los daños que les asestó la dura derrota en las primarias y preservar, en lo posible, sus actuales espacios territoriales (intendencias y gobernaciones) y legislativos.
Después de las elecciones de octubre, otra será la historia en la coalición oficialista, aun en el caso de que Mauricio Macri mejore su performance electoral: las condiciones del contrato ya no serán las mismas y se vendrá una revisión estructural que replanteará el liderazgo de Macri y el papel que debería adoptar Cambiemos si le tocara ser oposición. Cómo se aborden ambas cuestiones definirá la continuidad o no de la coalición; nadie alienta la ruptura, pero tampoco nadie la descarta.
Mucho dependerá del resultado de octubre, aunque pocos (muy pocos) creen en el milagro de poder revertir la derrota frente a Alberto Fernández. Ante este escenario, los socios de Cambiemos se enfrentarán, más temprano que tarde, al dilema de cómo plantarse frente a un presidente recién elegido que deberá lidiar con una situación económica y financiera de extrema complejidad. En este planteo comienzan a aparecer los primeros matices: hay quienes, como Emilio Monzó, Martín Lousteau y un círculo por ahora difuso de radicales, se muestran proclives a encarnar una oposición "sensata y responsable", con ánimo de negociar las leyes del futuro oficialismo. El epicentro será el Congreso: se imaginan integrando un espacio intermedio entre un eventual gobierno peronista y la oposición más dura, espacio en el que podrían confluir referentes de Roberto Lavagna. Ocuparían el lugar que dejarían vacante los legisladores que responden a los gobernadores peronistas (hoy alineados detrás de Fernández) que, en su momento, fueron el árbitro entre el kirchnerismo cerril y el gobierno de Macri.
Tanto Lousteau como Monzó ya se calzaron el traje de "dialoguistas" como activos intermediarios entre Fernández y el Gobierno en estos tiempos de turbulencia financiera y cambiaria. Sergio Massa, amigo de Monzó y aliado de Fernández, lubrica los contactos. Massa, quien dice ser exégeta de Fernández, fogonea la ampliación del Frente de Todos a otros sectores opositores, como el radicalismo y el lavagnismo. "La situación económica y social que se viene va a ser tan compleja que tal vez no alcance solo con el peronismo", advierten en el peronismo "albertista". Es el consejo de Monzó que Macri siempre desoyó: ampliar la base de sustentación política para ganar en gobernabilidad. Algunos contactos discretos se hicieron con icónicos dirigentes de la UCR, como Federico Storani, aunque este mantiene sus suspicacias. "Si lo que pretenden es cooptar dirigentes radicales, como quiso hacer Néstor con su famosa transversalidad, no cuenten con nosotros", dicen a su lado. Lousteau piensa en idéntico sentido.
La cuestión es cómo pararse en medio de la ruta del péndulo. "Algo es seguro: tampoco vamos a aceptar una conducción de gurkas del macrismo y de Elisa Carrió", aseveran, a manera de advertencia. Macri y su lugarteniente Marcos Peña, de no revertir la derrota, deberían pasar al ostracismo, insisten.
Una posición que acompaña la mayoría del radicalismo, resentida con los destratos de la líder de la Coalición Cívica y con el ninguneo del macrismo ortodoxo, al que le reprocha un estilo político cerrado y endogámico. Un estilo que los marginó de la toma de decisiones y que los confinó a ser apenas "socios parlamentarios" de un gobierno casi ajeno.
En el radicalismo creen que, aun ante una eventual derrota en octubre, habrá luz al final del túnel. "No será como en 2001 con la caída de [Fernando] De la Rúa: esa crisis llevó puesto a todo el partido. Si otra vez nos toca perder, en esta oportunidad será el macrismo el que sea visto como el gran derrotado. Nosotros mantendremos nuestra fuerza legislativa, tres gobernaciones y varias intendencias", sostienen.
En una eventual etapa "posmacrista" el radicalismo se imagina más libre y menos comprometido a mantener su alianza con sus socios de Cambiemos. "Nadie hace planteos rupturistas, pero sí habrá un profundo replanteo sobre cómo seguir, si seguimos", dicen. Respetan y elogian a Horacio Rodríguez Larreta y a María Eugenia Vidal; reconocen que ambos son los dirigentes que mejor se perfilan para la alternancia si Fernández accede al poder en diciembre. Todo suena muy prematuro, pero los radicales confían en que, para entonces, también podrán ofrecer nombres propios para el recambio. En ese lote pretende figurar, por caso, Gerardo Morales: el gobernador de Jujuy comenzará a mostrar un perfil más nacional y menos provincial en la etapa que se viene. No le será fácil: su bastión muestra números fiscales en rojo, lo que lo obligará a una delicada convivencia con la Casa Rosada.
Su par de Mendoza, Alfredo Cornejo, también promete hacerse ver. Crítico desembozado del macrismo, desembarcará en diciembre como diputado nacional y su primer choque será con su correligionario Mario Negri, jefe del interbloque de Cambiemos, a quien le achaca su cercanía con Macri y Carrió. El mendocino tendrá como primeros aliados a Lousteau y a la UCR porteña; la disputa, solapada, no tardará en estallar. La líder de la Coalición Cívica, con una quincena de diputados propios, también promete hacerse oír: para ella no habrá lugar para "oposiciones blandas" con Fernández y Cristina Kirchner en la cúspide del poder.
Cambiemos afronta el mayor de sus desafíos: si no fue fácil la convivencia durante su etapa oficialista, una eventual derrota pondrá a prueba su resiliencia como oposición.
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