Camaño, presidente sólo por un día
En diciembre del año pasado, el titular de Diputados debió suceder a Rodríguez Saá; jornada difícil
Aquella madrugada, Eduardo Camaño (PJ) se despertó de un sobresalto. El timbre de su casa, en Quilmes, sonaba insistente; de reojo, miró el reloj: eran las cinco y media. Con rostro somnoliento y vistiendo apenas unos shorts y ojotas, abrió la puerta: un grupo de periodistas agitaba ya la noticia que había ganado la tapa de los diarios de aquel último día de 2001.
"Camaño, usted será el próximo presidente provisional de la Nación. ¿Qué medidas va a adoptar? ¿Cuándo convocará a la Asamblea Legislativa? ¿Quién será el futuro presidente?" Las preguntas arreciaban mientras Camaño, el protagonista indiscutido de aquella jornada, procuraba poner su mente en orden.
Por entonces Camaño ocupaba -como lo hace actualmente- la titularidad de la Cámara de Diputados. Aquella noche apenas si había podido dormir; el escenario político se hallaba convulsionado y confuso tras la intempestiva renuncia del efímero presidente Adolfo Rodríguez Saá (PJ), seguida minutos después por la del presidente provisional del Senado, Ramón Puerta. No había dudas: la línea sucesoria presidencial lo apuntaba a él para ocupar la máxima jefatura del Estado, aunque de manera provisional.
Aceptó de inmediato. Lo motivaron más los riesgos de no hacerlo que su ambición: aquella mañana, la jueza federal María Servini de Cubría y el entonces ministro de Justicia y Asuntos Legislativos, Alberto Zuppi (designado por Rodríguez Saá), le habían advertido que si no lo hacía, el mando recaería entonces en el presidente de la Corte Suprema de Justicia, Julio Nazareno. Camaño no lo dudó un instante; jamás dejaría en manos de Nazareno -un ministro al que consideraba poco confiable por sus lazos con el menemismo- el manejo del poder de la República.
Servini de Cubría fue enfática también en otro consejo: la sucesión presidencial debía ser impecable para evitar cuestionamientos judiciales. La sola renuncia de Rodríguez Saá no bastaba; ésta debía ser aceptada por la Asamblea Legislativa. Camaño decidió convocarla en forma urgente para el día siguiente, a las 14.
No sólo la sucesión presidencial inquietaba a Camaño. Más preocupado lo tenía la posibilidad de que se renovaran aquella noche los actos de muerte, saqueo y violencia que en los días previos habían empujado a las renuncias de Rodríguez Saá y de Fernando de la Rúa.
"Si quieren hacer cacerolazos, háganlos en la puerta de sus casas. Pero denle a la clase política una oportunidad para resolver esta crisis", imploró Camaño, que cerca del mediodía arribó a la Casa Rosada.
La desolación del lugar lo conmovió; sus pasillos lucían desiertos y como toda bienvenida sólo lo recibieron el edecán y dos granaderos.
Medidas preventivas
Poco después se reunió con el entonces ministro del Interior, Rodolfo Gabrielli. Ante todo, y como medida preventiva, Camaño ordenó un cercado de por lo menos 300 metros alrededor de la Casa de Gobierno.
Luego, aceptó las dimisiones que los funcionarios nombrados por Rodríguez Saá habían presentado ese día. Y designó al senador nacional Antonio Cafiero (PJ), veterano dirigente bonaerense, jefe de Gabinete.
En medio de la inquietud y la vorágine, Camaño no se privó de darse un gusto: invitar a su familia a almorzar a la Casa Rosada. Sus hijas, Carina y Jimena, entre emocionadas e incrédulas, arribaron junto a Lautaro, su pequeño nieto. Fue el único momento de cierta distensión que disfrutó el flamante presidente provisional.
Pero su estada en la Casa Rosada no duró demasiado; se sentía más cómodo en su despacho en la Cámara baja, desde donde articularía los próximos pasos que llevarían a Duhalde a la cima del poder.
A las 18.15 formalizó el trámite de asunción de la presidencia provisional. De inmediato, su despacho se convirtió en un hervidero. Legisladores, gobernadores y dirigentes políticos desfilaron por allí en aquellas horas cruciales. Duhalde debía asumir la presidencia con el mayor de los consensos, y sus pilares no debían limitarse al PJ, sino también a la UCR.
A pesar de todo, Camaño decidió hacer un alto y, sobre la medianoche, recibió el nuevo año con su familia.
Al día siguiente lo esperaba otra jornada movida, pero sin mayores sorpresas. El acuerdo ya estaba sellado y el camino de Duhalde hacia la Casa Rosada estaba allanado.
La historia que sigue ya es conocida: con la emoción contenida, Camaño le entregó la banda presidencial a su entrañable amigo Duhalde.
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