A 180 km de Río de Janeiro, la aldea de pescadores que se reveló al mundo en los 60 y cautivó a legiones de argentinos, sigue siendo una válida opción para irse unos días. Es de fácil acceso, tiene muchas playas, buen ambiente y cuenta con una amplia variedad de servicios, la mayoría disponible todo el año.
Algo tiene Búzios que es capaz de transformar turistas en nuevos moradores. Tal vez la ilusión de un cambio, el placer de saber que se está rodeado de una realidad de 23 playas, o la búsqueda de esa sensación de que a la vida no hay que correrla. Los tentados son varios: acá no sólo se escucha el portugués sino un idioma en cada esquina, con el portuñol a la cabeza. No es casual que en Búzios esté la comunidad argentina más grande del Brasil –de los 30.000 habitantes, 5.500 son compatriotas nuestros– y que del 60% que conforma el total del turismo extranjero, el 70% sea históricamente argentino.
Un secreto develado
Pode pagar com tarjeta de crédito, tambén tengo posnet, intenta un portuñol el vendedor de bikinis en la playa João Fernandes mientras echa mano de su riñonera y del dispositivo de cobro para mostrar que habla en serio. Sonrisa siempre presente, las maneras de adaptarse al turista son de lo más ingeniosas. No en vano Armação dos Búzios es el enclave costero con la mayor infraestructura turística del estado de Río de Janeiro, al margen de la ciudad carioca.
Si los pioneros quisieron que no se corriera la voz de que aquí había un secreto, el plan falló: el rumor se les escabulló y la industria del turismo lo aprovechó. Por supuesto que Búzios ya no es lo que era. De sus orígenes como aldea indígena y refugio de piratas y negreros después, pasó a ser una calma pueblerina de pescadores. Y así perduró años. Pero en los 60, cuando todavía no había ni agua corriente, llegó Brigitte Bardot para marcar un antes y un después en la vida de los tranquilos buzianos. Otros famosos empezaron a recalar en sus playas, y los veraneantes adoradores del mar, ávidos de nuevos destinos, tampoco dudaron. El efecto BB fue grande. Muchos hoteles decoran su lobby con fotos de la actriz francesa; su apellido aparece por todas partes, y es la Orla Bardot (continuación de la Rua das Pedras, que sigue la línea marítima en la zona céntrica) la que alberga la famosa estatua en bronce de la diva. La artista paulista Christina Motta la esculpió como se la recuerda por estos pagos: con sus jeans, remera a rayas blanca y azul pintada en pátina química, y cabello suelto. Esta escultura es uno de los hitos más fotografiados.
Hoy Búzios es un destino de cruceros. A partir de mediados de noviembre, la bahía en la que se mecen las barcazas de los pescadores también comienza a registrar la presencia de mega naves. De ellas bajan cientos de turistas que invaden por el día los comercios del centro, compran, comen, pasean y se van. Turistas poseídos por caipiriñas que a la primera se largan a hablar portugués, y a la tercera a bailar samba. Algunos se animan a un poco más; recorren la zona en busca del ideal en una visita express: ver muchas playas en un día.
Sí, así es Búzios. Una aldea devenida en ciudad que logró su independencia política y administrativa de Cabo Frio hace sólo 18 años. Parabéns, Búzios!, la felicita su gente en el mes de noviembre y festeja. La construcción, sin embargo, respetó el morro. Los arquitectos locales se inspiraron en las antiguas casas de los pescadores nativos y ninguna de las incontables pousadas que registra el lugar superan los tres pisos de altura. Desde el agua, el ondulado morro se ve cubierto por el vegetal y la colorida arquitectura. Claro, con sus 250 metros de alto, los morros son balcones naturales al mar. Hay zonas más pobladas, como João Fernandes, y otras menos, como puede ser Praia Brava.
Paseo náutico
El panorama que se aprecia desde el mar es el de una península llena de entradas y salidas, bahías, piedra y vegetación, mucha vegetación, propia de la mata atlántica, selva tropical de la costa. La embarcación a motor para 80 personas sale de Porto Velero, uno de los muelles del centro, y realiza paradas en algunas de las playas del lado norte. En el recorrido, primero viene Praia dos Ossos, llamada así por los huesos de ballena dejados allí por los cazadores del siglo XVI. Más adelante aparecen Azeda y Azedinha, y entonces se comprende que cuando en una misma entrada de agua hay una breve divisoria de rocas, ya se habla de otra playa. Es lo que ocurre también con João Fernandes y João Fernandinho.
Cuando el barco se detiene, uno de los miembros de la tripulación autoriza a los pasajeros a zambullirse al mar y a nadar alrededor de la escuna. Mucha música y, pocos minutos de chapoteo después, vuelta al barco hasta la próxima parada. Convengamos en que el paseo está demasiado pautado... Navegamos hacia la Ilha Feia, donde se encuentra la reserva ecológica de Búzios.
El regreso es por la Praia Tartaruga y finalmente Praia do Canto, en el centro mismo de la ciudad. De allí salen también los taxis marítimos, lanchas que en verano funcionan durante todo el día y son una opción menos masiva, pues llevan hasta siete pasajeros. La propuesta contempla unas siete playas y dura una hora; lo mismo que hacen los barcos de pescadores, otra opción bien auténtica.
Playas: muchas y muy variadas
Quienes las conocen bien, dicen que ninguna es igual a otra. Aunque sean 23 las playas. La mayoría no llega a un kilómetro de extensión, algunas se estiran apenas cien metros y todas tienen una franja de arena muy angosta. Son playas protegidas o expuestas, con o sin olas, de aguas cálidas o frías porque, según donde miren, reciben las corrientes marítimas del Ecuador o del Polo Sur.
Cuando hay poca gente están más lindas. João Fernandes tiene el coral para bucear y agua cálida y transparente; es la preferida de los argentinos por tener muchos servicios. Azeda y Azedinha son de aguas turquesas. Manguinhos, la mar de tranquila, regala la mejor puesta del sol. A Geribá –bien larga, de arena blanca y mucho espacio para jugar a frescobol (pelota paleta) o voley– van los surfistas y amantes de las olas bravas. Ferradura es una piscina natural de agua transparente y tranquila, muy concurrida por familias. Su opuesto se llama Ferradurinha, chiquita y preciosa, a la que se accede por Geribá, y donde muchas veces se ven tortugas. Tartaruga tiene el agua más cálida de todas. Ossos, súper tranquila, con una vista increíble y las construcciones más antiguas de Búzios. Foca y Forno, poco visitadas, son playas lindísimas por ser más vírgenes.
Sin embargo, una de las preferidas es la Brava, ciento por ciento naturaleza. Desde allí se ve todo: colinas verdes, arena, piedras, mar azul y la posibilidad de estar en dos playas bien distintas sólo divididas por un cordón de rocas. De un lado hay olas para surfear y del otro el mar es calmo y la arena, rosa. Otro dato: un sendero que trepa el morro lleva a Olho de Boi, la playa nudista.
La península donde se emplaza Búzios es bien abarcable. Son seis kilómetros de largo por dos o tres de ancho. Es por eso que en un día se pueden conocer fácilmente dos playas, una de mañana y otra de tarde. ¿Cómo moverse? En buggy, o “bugre”, que no superan los 40 km por hora y con los que está prohibido circular por carreteras fuera de Búzios. Una opción económica son las combis que circulan de una punta a otra de la avenida principal –Av. B. R. Dantas– y que cobran sólo dos reales por persona, no importa el largo del viaje. “Si el chofer hace una señal con el puño, no es ofensivo: significa que va lleno y que no hay lugar”, explica un local.
Se esté donde se esté, las vans siempre acercan a Rua das Pedras, esa callecita de 600 metros de grandes piedras irregulares que se hace peatonal al atardecer. Cuentan que hubo una movida para nivelarla con el argumento de que las chicas enganchaban sus tacos, pero por suerte no prosperó; hubiera sido como negarle su identidad. Toda la zona es un shopping a cielo abierto, y concentra la acción con tiendas, agencias de turismo, bares, restaurantes y discotecas que en temporada permanecen abiertas hasta el amanecer.
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