Boleta única sí, pero no a las apuradas
Desde hace varios años, Cippec impulsa un cambio en la forma de votar, importante para mejorar los procesos electorales de nuestro país. Ese cambio implica abandonar el sistema de boletas múltiples partidarias, que pone en los partidos políticos la responsabilidad de garantizar que la oferta electoral esté completa el día de la elección.
Cuando se discutió la nueva ley electoral, en 2009, Cippec planteó la necesidad de incluir este tema en la agenda de reforma y propuso avanzar hacia un modelo de boleta única. El proceso electoral de 2011 está demostrando la vigencia de esta demanda por doble vía. Por un lado, las elecciones primarias pusieron sobre la mesa los problemas del sistema actual. Por el otro, el debut de la boleta única en Santa Fe y Córdoba y la experiencia de Salta con el voto electrónico demostraron que es factible cambiar. Aunque perfectibles -como cualquier política que modifique una práctica de más de 100 años-, estas nuevas formas de votar tuvieron una amplia aceptación en el electorado y se desarrollaron con completa normalidad.
Además de la perspectiva del votante -que no debería ser la única determinante en una reforma de este tipo-, este cambio también puede fortalecer a los partidos políticos, porque elimina o desincentiva algunas prácticas nocivas para su cohesión interna, como las listas de adhesión o los lemas y sublemas.
Con la misma convicción con la que promueve esta reforma, Cippec entiende que las reglas electorales no deben ser objeto de discusión durante el proceso eleccionario. Hay al menos cuatro argumentos que apoyan esta postura. Uno: que genera inequidad en la competencia, al otorgar incertidumbre a los actores políticos (en asimétricas condiciones de cambiar las reglas). Dos: hace ineficiente e ineficaz la administración electoral (en criollo, se gasta más para un proceso electoral de menor calidad). Tres: quita la atención durante la campaña de los temas que sería más productivo debatir (una agenda programática). Cuatro: si bien la discusión sobre las reglas electorales siempre es de naturaleza política, se vuelve más cortoplacista y menos informada.
Por ejemplo, sostener que con la boleta única se acabarán los problemas con los telegramas (y, con ello, las divergencias entre el escrutinio provisorio y el definitivo) es una falacia propia de discutir estos temas en el fragor de una campaña. En cambio, la reforma sí eliminaría varios de los problemas que tuvimos (como el de la distribución de las boletas en la provincia de Buenos Aires).
Bienvenidas sean la importancia que gran cantidad de actores políticos otorgan estos días a cambiar nuestra forma de votar y las declaraciones del ministro del Interior, que abren una puerta a este diálogo. Las condiciones están dadas para hacer efectivo un cambio para el proceso electoral de 2013.
Aprovechemos el interés que suscitó este tema ahora para discutir, desde el primer día después de las elecciones, cómo implementaremos un instrumento de votación que deje atrás la anacrónica boleta por partidos y que fortalezca los cambios sancionados en 2009, como la digitalización del padrón y el financiamiento público de la publicidad audiovisual. Será fundamental incorporar en esa discusión sobre el modelo por seguir los aprendizajes derivados de los cambios en la forma de votar que introdujeron algunas provincias durante este año.
La credibilidad de las elecciones es un atributo central de la legitimidad democrática. La Argentina goza de ese atributo. Magnificar errores o irregularidades focalizadas conlleva su descuido. Reconocer las deficiencias del actual sistema y superarlas es el mejor camino para protegerlo.
La autora es directora del Programa de Política y Gestión de Gobierno de Cippec
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