Balotaje 2023 | Los interrogantes de una Argentina indescifrable
Hace más de una década que el país yace estancado por el anacronismo pertinaz de políticas fallidas reeditadas como exitosas
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La Argentina es un país excéntrico, aunque de regularidades bastante predecibles. La democracia de masas alteró desde 1930 la estabilidad política solo recuperada – y no sin reservas- desde 1983. Pero la saga disruptiva dejo una huella aun insuperada: los grandes reordenamientos de la representación suelen ocurrir luego de los procesos electorales y no antes. Sus vísperas solo preludian tormentas que suelen desconcertar a todos los pronósticos. Así ocurrió en 1989, en 2007, en 2011, en 2015 y en 2019.
La coyuntura actual no será la excepción: la ruptura ya pulverizó a la fuerza opositora que hasta hace solo unos meses parecía la destinataria natural de heredar a una gestión desencaminada y disfuncional. Pero el desacople de Juntos por el Cambio y la coalición fáctica de Pro con La Libertad Avanza está lejos de exhibir sus implicancias ultimas; y más bien se inscribe en un movimiento mayor que, más temprano que tarde, también sacudirá al oficialismo panperonista. ¿Se consumará ese reacomodamiento en el lapso hasta las próximas elecciones de medio término, o será el comienzo de una transición de mayor duración? Interrogante que solo admite su formulación. El resto lo hará el azar conjugado con la dinámica de otros niveles. Sin duda que entre todos ellos sobresale el económico.
Hace más de una década que el país yace estancado por, entre múltiples razones, el anacronismo pertinaz de políticas fallidas reeditadas como exitosas. Razón suficiente para espantar las inversiones que en un mediano plazo podrían extraernos del letargo y la decadencia anclados en intereses estamentales por ahora irreductibles. No obstante, ¿será cierto que vislumbra una tendencia expansiva ya detectable en algunas variables, o estas no son sino un nuevo espejismo de nuestra incorregible ciclotimia colectiva?
Otro acertijo que retroalimenta al anterior; y que confluye con otra regularidad: nuestros ciclos económicos son precedidos por explosiones inducidas y, al mismo tiempo, denegadas por sus protagonistas. Las de 1989 y 2001 aún resuenan fantasmagóricas.
Ambas representan, asimismo, otra anomalía novedosa: la sociedad más igualitaria de la región exhibe una pobreza a contramano de la mayor parte de América Latina. Su sombra se ha deglutido a una porción significativa de trabajadores y ya carcome a importantes segmentos de las clases medias indefensas y desprovistas de instrumentos de presión. A diferencia de los carenciados estructurales, ni siquiera puede participar de las migajas de una torta que se achica. La desintegración comenzó poco antes de la fundación de la democracia contemporánea. Sus dirigentes primigenios juzgaron a la pobreza como transitoria y achacable a los diferentes demonios de nuestros relatos nacionales facciosos. Desde hace veinte años -y en virtual coincidencia con el cataclismo de 2001- no ha hecho más que solidificar una marginalidad cuya violencia flagela a la cotidianeidad de los grandes conurbanos.
Las elites políticas
Las sobreactuadas constricciones de una parte no menor de nuestras elites políticas contemporáneas simulan otra paradoja: la carencia se ha convertido en el manantial de su prosperidad, cuya fisiología venal se oculta detrás de una espesa nube de impunidad. Aun así, las nuevas tecnologías, sus obscenas pujas internas y los retazos de una ciudadanía aun resistente en los medios de comunicación, la academia y la justicia se han encargado de perforarla dejando al descubierto los eslabones de una cadena que está todavía lejos de dilucidarse en toda su dimensión. La indignación republicana que emergió en 2008 y se prolongó hasta las postrimerías de la década siguiente parece haberse diluido en el fatalismo sustentado en la convicción de la incorregibilidad.
¿Sera así, o la rebelión contra la administración perversa de la pobreza está recorriendo caminos tan novedosos como desafiantes a las anteojeras de perspectivas tan rutinizadas como extempóreas? ¿Incubaran estos senderos las claves de una recomposición social acorde con aparentes destellos de la economía? ¿Se ajustará la cultura política a esta nueva chance, o se encargará de triturarla como lo ha venido haciendo, implacable, durante el último septenio?
Una cosa es segura: la montaña rusa del proceso electoral que acaba de finalizar contiene un mensaje que deberá decodificarse con la sutileza de un refinado catador. La Argentina lo aguarda, una vez más, impaciente; conjugando la estridencia con un silencio que apabulla. Y que desconcierta a los espíritus simplistas que presumen conocer a las sociedades humanas.
El autor es miembro del Club Político Argentino y de Profesores Republicanos
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