Balotaje 2023 | El misterioso veredicto de Elsa, la votante acorralada en el cuarto oscuro
Vamos a llamarla Elsa. Una vez la mencioné en la radio por su verdadero nombre y también por su apellido, y me llamó a casa para advertirme cariñosamente que nunca más lo hiciera: sus hijos se lo habían recriminado; son peronistas en grado de tentativa.
Elsa es vecina del barrio y fue amiga de mi madre; una especie de tía postiza que ya está en silla de ruedas, que aprendió a usar WhatsApp y que no se priva de enviarme sus críticas, sus comentarios sobre la política y sus dudas zigzagueantes. Si la vida le hubiera dado la oportunidad, quizá habría sido una gran periodista.
Hoy la llevaron a votar a la escuela de siempre, que queda a veinte metros de mi casa. En el ocaso del domingo de las elecciones generales, me había mandado un audio que recién pude escuchar de madrugada; despejando su florida desesperación, encontré una declaración firme y seca a favor del voto en blanco en el balotaje.
Cuando Mauricio Macri y Patricia Bullrich se plegaron al libertario, se sintió traicionada por ellos. Tres días después me recordó que era hija de dos inmigrantes perseguidos por el fascismo (español e italiano), y que por lo tanto no le daba el estómago para votar a “ultraderechistas” (sic). Y que tal vez se vería obligada a hacer lo que nunca: meter la boleta de un peronista (un “truhan”, lo llamó) para defender el “sistema”.
Dos semanas más tarde, Elsa parecía convencida de que Macri era su guardaespaldas personal en el mundo de Milei, y que le daría sustento y racionalidad. Comenzó a ver a Milei con otros ojos: parece más maduro y sosegado, me escribió. “Te vas a tapar la nariz y vas meter la boleta de La Libertad Avanza”, la puncé. “Jamás”, me respondió, pero no siguió escribiendo esa tarde, lo que me pareció sospechoso.
Elsa me mandó notas e informaciones sobre las trampas que hacía Sergio Massa con fondos del Estado, pero sin agregar reflexiones; también terroríficos datos económicos que iban saliendo en los diarios. Se la notaba indignada. Tardó veinticuatro horas en mandarme su veredicto sobre el debate presidencial: Milei daba pena, porque era un improvisado, pero también porque Massa era impiadoso, “capaz de cualquier cosa, me dio miedo” (sic). “¿Más vale malo conocido que malo por conocer?”, le pregunté irónicamente.
El jueves tuvo un té con cuatro amigas en una confitería de Belgrano y se sorprendió de que todas hablaran del balotaje, pero que al final casi ninguna quisiera largar prenda: “Dicen que lo van a decidir el día de la elección y en el cuarto oscuro. Con el impulso del momento”. Ayer me envió un audio donde rememoraba, con algo de melancolía, las veces que había sufragado contrariada y las ocasiones en las que se había equivocado fiero. Se declaró “acorralada”. Hace un rato, después del almuerzo, me preguntó si yo había votado en blanco. Le dije la verdad, y le exigí que ella también confesara su decisión final. Me respondió: “Nunca, pero nunca lo vas a saber. Ni vos ni los chicos”. Elsa piensa llevarse ese secreto a la tumba.
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