Coronavirus. Ayuda en las villas: los protagonistas de la asistencia cambian rutinas y prioridades
En villas de La Matanza y de San Martín se adaptan las estrategias para dar comida y educación
Los pasillos de Villa Polledo conspiran contra el distanciamiento social necesario en tiempos de coronavirus. Para las encargadas de un comedor que administra el movimiento Barrios de Pie en este asentamiento de La Matanza, la solución es una mudanza a un muy pequeño local sobre una avenida donde comienza la villa, lo que permite a las personas que retiran alimentos hacer una fila sobre una vereda y evitar la cercanía contraindicada. A metros de los pasadizos que se internan en Villa La Cárcova, en San Martín, la parroquia del padre Pepe tiene sus rutinas modificadas al ritmo del avance del virus. Turnos de trabajo para los voluntarios, grupos que desinfectan las callecitas de la villa y dos guardias por semana para atender a jóvenes y adultos que cursan la secundaria, son algunas de las medidas activas desde que el coronavirus atenaza el día a día.
Las villas de emergencia son desde hace semanas posibles zonas de propagación del virus, particularmente a partir de brotes como los de la porteña Villa 31 o la bonaerense Villa Azul. Las rutinas cambian para Alejandra Villarruel y sus compañeras, que cocinan en el comedor de Villa Polledo. También para José María Di Paola (el padre Pepe) y para Zulma Alarcón, que acompaña al sacerdote en el área educativa. Los protagonistas de la contención social en las zonas más postergadas del conurbano adaptan sus tareas para prevenir y desafiar temores.
El local al que se mudó el comedor de Villa Polledo por la pandemia es también un pequeño kiosco, que se activa cuando termina la entrega de comida. "Veníamos trabajando en la otra parte del terreno, que también es parte de la villa y donde hay una cancha de vóley. Ahí podíamos poner a los chicos para que pudieran comer y tomar la merienda. Tuvimos que buscar otro lugarcito porque en los pasillos no podemos amontonar a la gente", cuenta a LA NACION Villarruel, una referente de Barrios de Pie en Rafael Castillo que coordina este comedor y otros de la zona.
"El otro lugar era una casa de familia, más grande. Este lugar es chiquito, pero podemos poner a la gente en la fila en la vereda para que vengan a buscar la comida; allá no se podría", señala Villarruel en la puerta del comedor, en el cruce de avenida Polledo y Edison, una esquina de Rafael Castillo con fuerte tránsito vehicular en tiempos de cuarentena. La capacidad reducida del local prestado que usan como comedor solo admite espacio para la cocina y el acopio de algunas mercaderías.
Las viviendas de la villa crecen en altura y en varias casas se construyen nuevos cuartos que se alquilan. "Están todos amontonados y eso es un tema, por eso decidimos hacer el comedor acá, sobre la avenida. La gente hace cuartos para alquilar y la villa va creciendo para arriba, porque a los costados ya no se puede", explica Villarruel, que agrega que se duplicó la demanda alimentaria en el comedor y que entregan 600 viandas diarias. "Algunos compañeros les están llevando la comida a sus casas a los abuelos del barrio", puntualiza al señalar otro cambio al que obliga el Covid-19. Si bien no paraliza la actividad, "el miedo está instalado", considera.
"Cambió el ritmo"
La villa La Cárcova, de José León Suárez, en el distrito bonaerense de San Martín, alberga la parroquia San Juan Bosco, a cargo del padre Pepe. Sobre la calle 25 de Mayo, desde donde se pueden ver a pocos metros los pasillos que se pierden dentro de la villa, está una de las capillas en las que trabaja este sacerdote, que afirma a LA NACION que la pandemia modificó las dinámicas.
"Cambió todo el ritmo de la parroquia, que hoy está centrado en la alimentación. A la mañana, en nuestras capillas se está atendiendo por el IFE [Ingreso Familiar de Emergencia]. Tenemos un grupo que va desinfectando los pasillos, tenemos camas en algunas de las capillas. Se cambió la dinámica", resume, en su pequeña oficina.
"Las misas son todas por Facebook y por la radio de barrio que tenemos", añade el sacerdote, que llegó hace siete años a La Cárcova, después de trabajar en las villas porteñas 21-24 y Zavaleta, en el barrio porteño de Barracas, y también en Santiago del Estero.
"Fuimos extremando algunas medidas. A esta capilla viene mucha gente entre las 8 y las 14.30, se da de comer y se hacen trámites. Un grupo de los voluntarios viene lunes, miércoles y viernes a trabajar, y otro grupo martes, jueves y sábados. Si sale algún jugador de algún lugar porque se enfermó y hay que aislar a los contactos más estrechos, se va un equipo y el otro equipo lo reemplaza. Eso lo estamos haciendo en todas las capillas", señala, al marcar los cambios en el trabajo social que se ven en las seis capillas distribuidas en las villas de José León Suárez. "Hay miedos, depresiones, angustias. Es importante que se pueda atender lo psicológico y lo espiritual", considera el sacerdote.
La educación también está presente en el trabajo del equipo del padre Pepe en La Cárcova y las rutinas trastocadas en este ámbito las cuenta Zulma Alarcón, que es directora de la escuela de jóvenes y adultos que es parte de la tarea del cura en la villa.
"Hicimos una red de tutores, que son los mismos profesores que trabajan durante la semana y estos tutores son los que acompañan a los grupos vía WhatsApp. Armamos también una página de Facebook para los cursantes y, a la vez, tenemos una guardia, dos veces a la semana, en la sede, en el horario del mediodía, para poder entregar cuadernillos que vamos confeccionando en función de las propuestas que hacen los profesores", explica la directora a LA NACION, vía telefónica.
La escuela, para adultos y jóvenes desde los 18 años, funcionaba de lunes a viernes, a partir de las 17, hasta la suspensión de las clases por la pandemia. Las aulas, indica Alarcón, "se transformaron en un hogar, un espacio de contención". Y muchos de los alumnos se enfocan por estos días en el trabajo comunitario. "Están trabajando en las cocinas que se armaron para hacer viandas para entregar en distintos barrios; otros fueron voluntarios en el operativo Detectar; otros están trabajando en la fumigación en los barrios", dice la directora, que resalta: "El temor está en la población, pero también está el saber cuidarse y las medidas de prevención a tomar".
Al ingresar a la capilla sobre la calle 25 de Mayo, en un costado aparece una cabina sanitizante, otra iniciativa surgida por el avance del coronavirus. "Eso lo trabajó el profesor Mario, del Centro de Formación Profesional, que está también en la parroquia, con jóvenes que están desocupados. Lo diseñaron, lo probaron y funciona. Cuando ingresamos, porque somos varios, nos rocían con desinfectante a través de la cabina sanitizante", señala Alarcón sobre este dispositivo especial, recubierto con una lona decorada con imágenes de San Juan Bosco.
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