Axel Kicillof, un gobernador perdido entre el default y la pandemia
Axel Kicillof tiene dos problemas para enfrentar la realidad, que mezcla la vieja crisis con el latigazo de la pandemia: no tiene qué repartir y no puede irse muy lejos ni demasiado profundo en la distribución de las culpas.
En simultáneo, esta semana trata de sofocar los crecientes focos de contagios en las zonas más vulnerables del conurbano y, a la vez, corporiza en su distrito el fantasma default de la deuda. No fueron casuales los ataques preventivos que le lanzaron hace unos días a María Eugenia Vidal desde el Presidente para abajo. ¿Eran un anticipo de la decisión de no pagar del gobernador bonaerense? Fueron, en todo caso, una jugada con el sello del más puro kirchnerismo: poner las responsabilidades en el campo adversario, lejos de su "superioridad moral".
Es, por lo tanto, insoslayable encontrar una relación entre el riesgo inminente de default de Kicillof y la trabajosa negociación en la que se encuentra Alberto Fernández y su administración. El Presidente promete agotar los recursos para no romper con los bonistas, el alumno de Cristina ya anunció que no pagará sino luego de recibir una propuesta de sus acreedores.
El gobernador se enciende ante cada micrófono cuando relata los problemas que tiene; se entusiasma todavía más cuando le sale el economista que encuentra respuestas a sus propias preguntas. Pero se atraganta cuando no puede rematar anunciando el reparto de fondos. Es un populista que sufre el mal de la carencia, una dolencia que frustra el camino de solucionar todo con plata.
Le queda su retórica para demonizar un pasado habitado por malditos ensañados con los pobres. En su descripción, María Eugenia Vidal no es un "hada buena", sino una bruja malvada que en cuatro años destruyó el paraíso terrenal que había sido la provincia de Buenos Aires. Como antes Cristina Kirchner y en los últimos días Alberto Fernández, Kicillof sigue describiendo la herencia con las mismas palabras de candidato: "tierra arrasada".
Se queja y tiene razón Kicillof cuando dice que la provincia recibe mucho menos de coparticipación de lo que aporta. Pero oculta que fue el abuelo del actual jefe de Gabinete el que firmó con Raúl Alfonsín un pacto fiscal desventajoso para los bonaerenses. Y, mucho peor, fueron Néstor Kirchner y luego Cristina (con él como ministro, inclusive) los que congelaron el Fondo del Conurbano, inventado por Carlos Menem y Eduardo Duhalde. Fue una forma de mantener a Daniel Scioli atado a la caja nacional.
Es más fácil seguir el discurso abierto por Cristina, que comparó la situación de la ciudad de Buenos Aires con la de la provincia. ¿Nada tuvo que ver la vicepresidenta en el crecimiento de ese viejo abismo? El pasado es un problema, relate quien relate.
Kicillof comunica muy bien y su clientela lo escucha como el hijo político más aventajado de Cristina. Lo es, de hecho, mal que le pese a Máximo. Tanto insiste en justificar sus desgracias que desnuda el flanco más obvio de sus palabras: ni el peor cataclismo pudo haber dejado tan mal una provincia en solo cuatro años; algo debió pasar antes en Buenos Aires. Y de eso que pasó no puede hablar Kicillof: se llama 28 años de peronismo. Son 10.220 días de Antonio Cafiero, Eduardo Duhalde, Carlos Ruckauf, Felipe Solá y Daniel Scioli contra 1460 días de Vidal.
Kicillof no se pregunta qué pasó en la provincia más rica porque una respuesta completa enojaría a buena parte de quienes lo recibieron como delegado de Cristina para gobernar en La Plata.
La multiplicación de la pobreza a una tasa por encima de la media nacional en el conurbano bonaerense es una construcción cincelada en esas tres décadas. Vidal y Mauricio Macri acentuaron esa tendencia entre 2015 y 2019. El peronismo bonaerense podría argumentar que el agotamiento del modelo industrial que alguna vez generó empleo masivo y una concentración poblacional desmesurada es el factor esencial de ese proceso. Es verdad. Esa secuencia se verifica desde principios de la década de 1970.
También es un dato cierto que esa pujanza agotada hace medio siglo fue reemplazada por un entramado mafioso que primero ganó fortunas con el juego clandestino y la prostitución, y luego incorporó el narcotráfico en forma exponencial. El poder político y su brazo ejecutor, la policía, son partes esenciales de ese sistema.
Kicillof lo sabe pero no puede ir contra ellos, al menos en forma frontal, y mucho menos ahora. Ese sistema recauda fondos clandestinos y controla votos en forma clientelar. Una falla inesperada (la división del peronismo) dejó ver el hartazgo de una parte de la sociedad en 2015. Es lo que hizo posible la gobernación de Vidal. Ahora las aguas volvieron a cerrarse, con un nuevo gobernador como convidado de piedra.
Si Cristina le dio la presidencia a Alberto y ahora lo condiciona, al exministro convertido en gobernador el peronismo bonaerense lo llevó al poder y ahora le reclama lo que por la crisis y la pandemia no puede darle. Kicillof solo tiene discursos para los propios y críticas para los ajenos. Imposible saber todavía si con eso le alcanzará para seguir su camino hacia la presidencia.
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