Audaz e histriónica reina del contragolpe
No pudo atravesar el vidrio del televisor como María Eugenia Vidal aquella noche de Intratables en que se metió en el bolsillo a buena parte de la audiencia horas antes de las PASO, con un apasionado manifiesto personal y político. Pero no por falta de recursos histriónicos, que esta vez usó particularmente cuando debió opinar sobre los bolsos repletos de dólares de José López. La respuesta de culebrón, con un sollozo contenido, fue: "Lo odié como pocas veces he odiado". En cambio, resultó poco convincente al responder sobre sus negocios multimillonarios asociada a concesionarios estatales. Fueron momentos en que la actuación flaqueó, por más que repitiera que le "encantaban" las peores preguntas, tomara agua muy seguido, abriera muy grandes los ojos e intentara bastonear la conversación.
Pero no alcanzó para conmocionar a la audiencia, tal vez porque fue la Cristina Kirchner de siempre, aunque más contenida y a la defensiva, ya que esta nueva batalla por el relato se libraba en un territorio que no dominaba por completo. Eso sí: cuidó el tono para lucir más amistosa y menos autoritaria. Con argumentos ya conocidos y recurrentes contra el gobierno actual, les habló, una vez más, a sus seguidores, que la alabaron como de costumbre en las redes sociales y en los medios adictos. Pero al reivindicarse peronista procuró pescar entre los votantes de Randazzo y de Massa. Venía de una semana vapuleada por Miguel Ángel Pichetto, su ex ministro del Interior y hasta por Luis D'Elía, y tenía que dejar en claro que aspira a conducir de nuevo ese continente impreciso que ya no teme rebelarse en su propia cara. Pero aclaró dos cosas: la carta abierta que dio a conocer hace unos días es para los votantes, no para la dirigencia, y que si ella es un obstáculo para ganar las elecciones presidenciales de 2019 se excluirá sin ninguna duda.
Salir por la Web y en vivo frente a un periodista como Luis Novaresio, que no fue concesivo y la paseó por los temas más conflictivos de los que nunca había hablado, implicó cierta audacia de su parte. Sin amilanarse, redobló la apuesta: lejos de querer irse cuando se cumplió la hora pactada para el diálogo, aceptó más preguntas hasta duplicar ese tiempo.
Su lenguaje por momentos desenfadado hacia ella misma ("a mí me decían yegua, puta y montonera; hoy meten preso a un pibe por un Twitter") producen empatía en una porción del electorado más joven, que se entusiasma con su defensa de un país adolescente que pueda pintar paredes a manera de protesta y tomar la calle sin riesgo de caer presos.
Supo deshacerse de las incomodidades del pasado que le traían las preguntas de Novaresio, como eximia reina del contragolpe, arreglándose para saltar de aquellos tiempos a éstos de la Argentina de Macri a la que "hay que ponerle freno". Sólo hizo dos modestas autocríticas: el tono crispado de sus cadenas nacionales y, con ostensible ironía, pidió perdón por no haber entregado los atributos del mando.
Tomó riesgos, pero, de alguna manera, marcó la cancha. Dejó de lado a los medios de comunicación más tradicionales, a los cuales hostigó durante sus dos gobiernos, y en cambio se inclinó por reaparecer desde un sitio de Internet, como Infobae, con cuyo dueño, Daniel Hadad, supo tener relaciones ambivalentes, de excelentes a pésimas, en el inicio de lo que parece ser un nuevo ciclo.
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