¿Atentado? ¿Accidente? Veinticinco años después, la muerte de Carlos Menem Jr., Carlitos, sigue sin su respuesta definitiva. Para la Justicia, todo lleva a concluir que murió por pilotear de manera temeraria. Pero su madre, Zulema Yoma, siempre sospechó que lo mataron, hipótesis a la que desde 2014 se plegó el expresidente Carlos Menem, con el peso que conllevan las palabras de un ex jefe del Estado. O deberían conllevar.
La prematura muerte de Carlitos, a sus 26 años, se inscribe, así, en la lista de fallecimientos que levantan suspicacias entre los argentinos, desconfiados de las instituciones, que deberían dar respuestas. A veces porque estas instituciones no aportaron esas respuestas. Y, otras, porque las respuestas que sí ofrecieron no coincidieron con sus deseos.
¿Está muerto Alfredo Yabrán? ¿O disfruta de unos buenos tragos en el Caribe, con otro rostro y otra identidad? ¿A Néstor Kirchner lo mataron, como incluso planteó Carlos Menem en 2016, y por eso lo velaron a cajón cerrado? ¿Alberto Nisman se suicidó o lo asesinaron? ¿Y Juan Duarte? ¿La muerte de Carlitos encarnó el temido "tercer atentado" tras los ataques a la embajada de Israel (1992) y la sede de la AMIA (1994)? Preguntas, todas, que muchos responden basándose en sus creencias, sin apoyarse en pruebas.
Carlitos murió el miércoles 15 de marzo de 1995, a las 11.44 de la mañana. El helicóptero que piloteaba se estrelló a un costado de la ruta nacional 9, en el kilómetro 211,5, entre Ramallo y San Nicolás. Cayó en la mano contraria a la estación de servicio Esso, que ya no está. Hoy es una YPF. Se precipitó tras impactar contra unos cables de media tensión, que cruzan la ruta de manera perpendicular a 11 metros de altura y que lo llevaron a perder el control del Bell 206B JetRanger III. Era un día de sol –que a esa hora caía vertical, sin molestar su visión–, sin nubes, niebla, neblinas, polvo ni humo causado por la quema de pastizales.
La pregunta sigue siendo por qué. Por qué uno de los helicópteros más modernos y seguros del mercado se estrelló en un día con condiciones perfectas de vuelo. Pregunta que LA NACION planteó al juez federal de San Nicolás a cargo de la investigación desde 1996, Carlos Villafuerte Ruzo; al fiscal federal Matías Di Lello; a Zulema Yoma, y a uno de sus exabogados, Juan Gabriel Labaké; a uno de los médicos que asistió a Carlitos, Ismael Passaglia, y a policías y testigos que pidieron resguardar sus nombres, pese a los años transcurridos. Durante semanas, LA NACION también procuró dialogar con el expresidente Menem, pero evitó la consulta.
Para el juez Villafuerte Ruzo y sus superiores de la Cámara Federal de Rosario, Carlitos Menem y su acompañante, el piloto de carreras Silvio Oltra, murieron porque el hijo del entonces presidente piloteó el helicóptero de su tío, Emir Yoma, como jamás debió pilotearlo: a baja altura, sobre el cantero de tierra que separa los carriles de la ruta 9. A tan baja altura voló durante al menos 108 kilómetros, según coincidieron más de cincuenta testigos en sede judicial, que el helicóptero debió elevarse para esquivar puentes y cables que cruzan la ruta. Tan bajo, que el viento que generó sus aspas le voló la gorra al jardinero Pláceres Víctor Velázquez, quien cortaba el pasto lindero.
La familia Oltra tampoco respondió la consulta de LA NACION. Pero dejó clara su posición en el expediente. Sostuvo que fue "un accidente causado por la imprudencia" de Carlitos, a cuya familia le reclamó una indemnización. "No estamos nada de acuerdo con la teoría del atentado", remarcó el otrora abogado de Carolina Oltra -por entonces menor de edad-, Arturo Goldstraj, en 1997 y reafirmó ante la consulta para este reportaje. Calificó lo ocurrido como "producto de la negligencia".
Los antecedentes de Carlitos alimentan esa hipótesis. En 1989, se accidentó con su moto y terminó con fracturas expuestas de tibia y peroné, por las que perdió sensibilidad y movilidad en su pierna izquierda, de la rodilla hacia abajo. Con esa dificultad para usar el embrague, como piloto de rally registró accidentes en 1990, 1991, 1992, 1993 y 1994, año en que llegó a destruir un Peugeot 405 y un Renault 18 en un mismo día. Y a fines de ese año, se desplomó con su helicóptero al intentar aterrizar en Anillaco, La Rioja.
"Un tiro en la frente"
Para Zulema Yoma, sin embargo, esos datos no responden la pregunta. Carlitos volaba demasiado bajo, cree junto a sus abogados, porque tres grupos de francotiradores –apostados a la vera misma de la ruta- le habrían tirado con fusiles FAL, obligándolo a descender para dificultarles los disparos, mientras buscaba un lugar seguro para un aterrizaje de emergencia que los cables de media tensión dejaron trunco.
"Menem me dijo que mi hijo tenía un tiro en la frente. Esa es la verdad", le dijo Zulema Yoma, de los 77 años y voz apagada, a LA NACION.
-Pero eso no consta en la historia clínica ni en los estudios desarrollados por decenas de peritos que están en el expediente.
-Yo aún dudo de que el cráneo que analizaron sea el de mi hijo. Soy una madre que va a morir sin saber la verdad. ¿Qué quieren ocultarle a una madre que 25 años después espera con un cadáver mutilado?
-¿Qué espera usted, hoy, de la Justicia?
-Reclamamos nuevos análisis. Pero está tan manoseado todo… ¿Cuándo será el día que se diga la verdad? Dios dirá si tendremos justicia algún día, pero yo hasta aquí llego.
Sus abogados sustentan la hipótesis de un atentado apoyados en dos columnas. La primera, un peritaje que desarrollaron doce expertos de la Gendarmería en 1997 y que concluyó que el helicóptero acumulaba "perforaciones, deformaciones e irregularidades atribuibles a impactos de proyectiles de arma de fuego". La segunda, un análisis de expertos contratados por Zulema Yoma que evaluaron los ángulos de esos disparos y videos e imágenes del helicóptero, y sostuvieron que esos impactos habrían ocurrido en pleno vuelo.
No solo eso. Zulema y su entonces abogado, Alejandro Vázquez, afirmaron que un agente de inteligencia llamado Rodolfo Cortese les hizo escuchar una grabación en la que Carlitos se dirigió a su custodia –que venía más atrás en la ruta debido a la pinchadura de un neumático- o a la torre de control del Aeropuerto de Ezeiza, poco antes de estrellarse. "Huevones, contesten, me disparan, me disparan", habría gritado.
Para la Justicia, sin embargo, todo eso es inexacto o falaz. Primero, porque la cinta jamás apareció (según Zulema Yoma porque el agente de inteligencia le pidió dinero a cambio de la cinta y ella le pidió que volviera, pero lo mataron y el audio desapareció). Segundo, porque la Fuerza Aérea negó que el helicóptero se haya comunicado con Ezeiza. Tercero, porque ningún aeroclub ni base aérea más cercana al trayecto que siguió el Bell registró contacto radial alguno. Cuarto, porque ningún testigo jamás declaró haber escuchado disparos, ni visto tres grupos de francotiradores a la vera misma de la ruta. Quinto, porque todos los testigos lo vieron volar sobre la ruta hacia Rosario, sin zigzagueos ni maniobras evasivas. Sexto, porque los testigos tampoco lo vieron intentar un aterrizaje o retornar a Buenos Aires. Y séptimo, porque la Junta de Investigaciones de Accidentes de Aviación Civil y un experto de la fábrica Bell, Jack H. Suttle, inspeccionaron por separado los restos y no detectaron orificios de bala en las primeras semanas de investigación.
Veinticinco años después, Passaglia también refutó a Zulema Yoma. Negó que el hijo del entonces presidente hubiera llegado con heridas de bala al Hospital San Felipe de San Nicolás, que él dirigía. "No tenía ningún tiro. Llegó al hospital con lesiones incompatibles con la vida. Estaba tan comprometido que, si el helicóptero se hubiera estrellado al lado del quirófano de la Clínica Mayo de Estados Unidos, hubiera muerto igual. ¿Está claro?", dijo a LA NACION, afirmación que coincide con las conclusiones a las que arribaron los dos grupos de profesionales que integraron la junta médica y desarrollaron la autopsia.
Una errónea decisión judicial
Durante los meses que siguieron a las muertes de Menem y Oltra, no obstante, se tomó una decisión que complicó desde entonces la investigación judicial y alimentó las suspicacias. Apoyado en los análisis preliminares que validaban la hipótesis del accidente, el primer juez instructor, Eduardo Alomar, devolvió a Emir Yoma los restos del helicóptero para que iniciara los trámites para el cobro del seguro. La máquina se desguazó, y para cuando la Justicia Federal tomó el expediente y quiso recuperarla para disponer nuevos peritajes, solo pudo acceder a pedazos incompletos, sin custodia efectiva durante ocho meses. LA NACION contactó al hoy camarista Alomar, quien declinó la consulta.
Esa preservación parcial y sin supervisión oficial de las piezas recuperadas del Bell llevó al juez Villafuerte Ruzo a relativizar las conclusiones de Gendarmería. Estimó que resultaba imposible determinar si los disparos fueron anteriores o posteriores al 15 de marzo de 1995. En otras palabras, no podía descartarse que una o más personas les hubieran disparado a los restos mientras quedaron arrumbados en un depósito, sin resguardo alguno.
Que el juez planteara esa posibilidad enfureció a Zulema Yoma y a sus abogados. ¿Pretendía sembrar "la ominosa sospecha", escribieron, de que ellos les dispararon a los restos del helicóptero "tendiente a simular un atentado"? Y a eso se sumó otra hipótesis judicial que los enervó: que Carlitos pudo volar a baja altura porque venían jugando con un Fiat Uno en el que se trasladaba una modelo rubia que iba al mismo destino que ellos, por la ruta 9.
Aludir a esa posibilidad indigna a Zulema Yoma y a los abogados que la acompañaron durante años. Entre ellos, a Juan Gabriel Labaké, quien la calificó de "calumnia" y escribió un libro para exponer que se trató de un "doble homicidio agravado", "un acto de terrorismo, un delito imprescriptible de lesa humanidad". Allí recuerda que un piloto, Adrián Piñero, declaró bajo juramento que vio despegar del aeropuerto de Don Torcuato el helicóptero con una tercera pasajera, rubia, de pelo lacio y hermosa.
Sin embargo, los testigos que se acercaron al helicóptero, segundos después de que se estrellara, y sacaron a Carlitos de entre los restos del fuselaje para evitar que se ahogara en su propia sangre, jamás aludieron a una tercera persona. Ni aparece en el video que grabó Raúl Maseda, el primer camarógrafo que llegó al lugar cuando Carlitos aún yacía junto a los restos del Bell y Oltra seguía atrapado entre los fierros retorcidos. "No había un tercer pasajero", zanjó. Por el contrario, el único que estuvo en el lugar, pero varios minutos después, y dijo que la había visto se comprobó vía judicial que mentía.
¿Qué pudo pasar con esa supuesta pasajera, rubia y hermosa, si acaso existió? La hipótesis que se barajó en San Nicolás es que, si en efecto subió al helicóptero en Don Torcuato, esa mujer debió pedir que la dejaran bajarse en algún punto previo al siniestro. Esa supuesta mujer, rubia, de pelo lacio y hermosa, según evaluó la Justicia, pudo haber sido Delfina Frers. Pero ella siempre lo negó. Fanática de la velocidad, llegó a ser piloto de automovilismo y competir en el TC 2000, categoría en que Oltra había sido campeón. La modelo tenía 38 años cuando el Bell se estrelló. "Yo no viajé en el helicóptero de Carlitos Menem", dijo a la revista Caras, en 1996. Lo repitió ante la Justicia.
Testigos que roban o mueren
Muchos testigos aportaron a la confusión en el expediente. Varios terminaron acusados de falso testimonio o de ladrones. Porque algunos se acercaron al helicóptero para ayudar; otros, por curiosidad. Y un puñado aprovechó para rapiñar. Desde 26.800 dólares hasta los anteojos oscuros y el reloj de Carlitos, un Rolex que recuperó la policía bonaerense y Menem usó durante años. Y varios testigos –al menos 13, según el conteo de Labaké– murieron en los meses posteriores al 15 de marzo de 1995.
Algunos murieron en aparentes episodios de inseguridad, alimentando las suspicacias de Zulema Yoma; otros murieron en accidentes que se comprobaron como tales. Entre ellos, el cuidador del campo donde cayó el Bell, Lorenzo Epifanio Siri, quien arrastraba serios problemas de alcoholismo –la autopsia arrojó que estaba ebrio al morir- y murió atropellado por Martín Vercelli, un estudiante universitario de una conocida familia de San Nicolás que fue absuelto y veinticinco años después sigue en la ciudad.
Hoy, la investigación por las muertes de Menem y Oltra sigue abierta, pero enfila hacia el archivo, otra vez. El juez Villafuerte Ruzo la archivó en 1998, decisión que confirmaron todas las instancias judiciales hasta la Corte Suprema, y Zulema Yoma acudió a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), donde el Estado argentino llegó a un acuerdo que derivó en la reapertura del expediente en 2010. Desde entonces, la novedad más saliente fue el giro de Carlos Menem, que afirmó que se trató de un atentado tras años de sostener que había sido un accidente. Pero al declarar ante el juez y el fiscal, sus respuestas evasivas y silencios lo dejaron al borde de la denuncia por falso testimonio.
Mientras tanto, el monolito que mandó construir Zulemita Menem a un costado de la ruta 9, a metros del lugar donde se estrelló su hermano, yace abandonado y semidestruido. La placa de bronce, implorando a Dios, sigue allí. Pero ya no la docena de pinos, ni uno de los dos cascos plateados. Alguien se lo llevó. Sobre la roca, traída de La Rioja, queda una pieza de metal, quebrada en el medio, que simboliza una ruta. Allí sigue, oxidada y trunca.
Edición visual: Fernando Gutiérrez/ Juan Trenado / Alejandra Bliffeld / Francisco Ferrari / Lucio Sepliarsky
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