Un Presidente aislado y confinado en el autoelogio
La defensa que hizo Alberto Fernández de su legado como jefe de Estado se completó con un claro rechazo de los ataques internos, que no paran de crecer desde hace un año
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El calor agobiante en las calles porteñas contrastó con el frío clima que recibió al Presidente en el entorno y el interior del Congreso de la Nación. Se preveía y quedó claro que Alberto Fernández lo preveía.
El último discurso de su mandato en la inauguración de las sesiones ordinarias del Paramento tuvo un eje centrado en la autodefensa y el autoelogio, personal y de su Gobierno a lo largo de 126 minutos, en el que no faltaron contradicciones. Explicitó así la fractura en la cúpula de la coalición que lo llevó al Gobierno y, en consecuencia, de la soledad extrema en la que llega al final de la gestión. El reencuentro personal con la vicepresidenta Cristina Kirchner después de seis meses de no verse no pareció haber cambiado nada, aunque Fernández hiciera numerosas concesiones retóricas y también marcara diferencias.
No disimularon esa fragilidad y aislamiento las reiteradas y airadas diatribas que dedicó al Poder Judicial, empezando por la Corte Suprema, a los que sumó a los “poderes fácticos” y a los “medios concentrados”, que, dijo, le hicieron un cerco mediático, con lo que buscó y logró, finalmente, el aplauso cerrado de la bancada oficialista que le había sido esquivo durante casi una hora y media.
El frontal y durísimo ataque al máximo tribunal a los 110 minutos de discurso fue el momento más caliente de una presentación que, hasta entonces, casi no había generado emociones ni picos de interés. Fernández no solo logró allí la única aprobación unánime de los oficialistas sino la reacción destemplada de la mayoría de los legisladores de Juntos por el Cambio, muchos de los cuales se retiraron del recinto, ante el gesto adusto e impertérrito de los dos ministros de la Corte presentes, su titular, Horacio Rosatti, y Carlos Rosenkrantz.
Para esa embestida (aunque dijo que no era tal) se apalancó en el fallo del máximo tribunal por la coparticipación en contra del recorte que su gobierno dispuso contra la Ciudad de Buenos Aires. En el lapso más airado de su alocución subió así al ring a Horacio Rodríguez Larreta contraviniendo una máxima de su admirado Néstor Kirchner, que decía que nunca había que pelearse con nadie que pudiera sumar votos gracias a sus ataques.
Previamente, Fernández en su línea autodefensiva había dicho que los logros de su gestión fueron invisibilizados o falseados por conspiraciones de necios y poderosos que ponen trabas y niegan los logros que su Gobierno habría alcanzado. Por las dudas, afirmó: “No oculto necesidades ni dibujo mundo irreal”. Fue cuidadoso y preciso. Hablaba del mundo, no del país. Y, a modo de justificación o de marco épico, subrayó que su mandato habías estado atravesado por “crisis sanitarias, ambientales, económicas y bélicas”.
Para apuntalar su mensaje, la Presidencia hizo una cuidada y muy preparada puesta en escena con la integración de un palco de argentinas y argentinos beneficiados por sus políticas o que pueden mostrar logros en sus áreas. Casos individuales con pretensión de universalidad. A ellos los mencionó y mostró uno por uno, en un intento de desmentir a quienes llevan el “desaliento” y son artífices de una " sistemática operación de desinformación” (sic) para ocultar lo bueno de la administración Fernández .Muy similar a los actos de cuando la presidente era Cristina Kirchner, que a su lado se mantuvo durante casi todo el discurso seria y distante, salvo cuando sonreía para las barras.
La defensa y la valorización de logros se completó con un claro rechazo de los ataques internos que solo aumentaron exponencialmente desde hace un año, cuando abrió las sesiones signado por la reciente y sonora renuncia a la jefatura de la bancada oficialista de Diputados, de Máximo Kirchner, en rechazo de lo que era la inminente firma del acuerdo con el FMI. El hijo bipresidencial volvió a faltar ayer, igual que hace un año.
Fernández dedicó varios minutos a defender su “moderación”, el atributo que todo el cristicamporismo critica ya en público sin pruritos. Lo había hecho el día anterior el secretario general de La Cámpora y ministro bonaerense, Andrés “Cuervo” Larroque, luego de denunciar la ruptura del contrato electoral por parte del Presidente. También Larroque había desmentido por anticipado el rosario de éxitos recitado ante la Asamblea Legislativa al decir que “si se hubieran hecho las cosas bien de manera tan clara y contundente el peronismo hubiera ido por la reelección de Alberto”. No fue una sentencia de la oposición ni de los medios concentrados.
Moderación
En ese autoelogio de la moderación, con un repetitivo uso del pronombre de la primera persona del singular además, llegó a marcar, además, diferencias claras y directas respecto de la propia Cristina Kirchner, a quien dejó expuesta por la actitud que el uno y la otra tuvieron en defensa del ahora presidente brasileño Lula da Silva cuando estuvo preso.
No sorprendió, entonces, que a la vicepresidente no se le escapara siquiera un gesto de agradecimiento, amabilidad o simpatía aun cuando dijo que él con su moderación es “el que está siempre al lado de Cristina cuando la persiguen injustamente” y reiteró que le exigía a la Justicia el esclarecimiento y castigo a los autores del atentado contra ella. Solo generó algunos mohínes aprobatorios la embestida contra la Corte y los opositores.
Para la vicepresidenta solo pudo ser insuficiente. Es que Fernández no cedió del todo. Resaltó, por ejemplom que en su gestión hubo un crecimiento de la economía que no se lograba desde 2008, último año suyo como jefe de Gabinete del kirchnerismo. Too much, podría decir su ahora arrepentida creador, sino fuera porque Fernández en su zigzagueo diálectico fue más lejos: “Cuando deje mi cargo no podrán atribuirme haberme enriquecido”. Teléfono para la habitante de El Calafate y su familia.
En ese “cuando deje mi cargo” pareció insinuar que archivaba los intentos de reelección, así como en el creativo balance que esgrimió en su beneficio. Sin embargo, el resto del mensaje lejos estuvo de despejar dudas. Los carteles de A23 que rodearon el Congreso no fueron un gesto autónomo de fanáticos albertistas, que de tan anónimos y discretos, nadie conoce.
A pesar de haber hablado más de dos horas, como despedida supo a poco y como lanzamiento faltó de sustento y, sobre todo, de apoyos. Fue el acto de un Presidente aislado, confinado al autoelogio y destinado a la pelea con demasiado enemigos reiterados y sin haber logrado ningún aliado nuevo.
No fue el Presidente del equilibrio inestable y constante de su primera apertura de sesiones, en 2019 que buscaba ampliar su base de sustentación obtenida por un poder delegado. Tampoco fue el Alberto Fernández crisitinista de hace dos años, lanzado a la campaña por las elecciones de medio término, que, al final, fueron el comienzo de una espiral descendente aún inacabada. Tampoco fue el Presidente que amenazaba con iniciar una gesta emancipadora del cristicamporismo con la que amagó el año pasado, antes de pasar por varios calvarios políticos y económicos.
Fue el acto de un Presidente aislado, confinado al autoelogio y destinado a la pelea con demasiados enemigos repetidos y sin haber logrado ningún aliado nuevo. Fue el Presidente que dibujó en cuatro años una extraña parábola; después de haber dicho en su primer discurso que el suyo no era “un gobierno de CEOs, sino de científicos”, termina con un exCEO como jefe de asesores, luego de que muchos científicos se fueran de su lado. Al igual que varios de los que lo llevaron a la Presidencia y ahora se arrepienten, pero no pueden romper con él en defensa propia. Los contradestinatorios de sus palabras estuvieron claros. Los destinarios fueron tan difusos como sus aspiraciones.
La apertura de sesiones del final de su mandato se asemejó, así, bastante a un último primer día de clases. En muchos que lo escucharon quedaron sensaciones similares a las resacas que deja la apertura-despedida anual de los alumnos de quinto año del secundario. Y todavía quedan tres trimestres por cursar.
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