Argentina muta a Cristilandia
La vicepresidenta reconectó con las raíces peronistas y apeló al estilo de “stand up” que usaba en sus años en el gobierno
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Para utilizar una consigna clásica muy peronista, “volvieron los días felices”. Pero solo para Cristina Kirchner.
Ella también se peronizó: “Este es un juicio al peronismo y a los gobiernos populares”, sentenció para encolumnar a leales y díscolos. Volvió a un balcón después de mucho tiempo (aunque no de la Casa Rosada sino del Congreso), cantó la marcha partidaria (una rareza) y saludó a los saltitos y con los dedos en “V”, cual si fuera una rockstar. ¿Hace cuánto que no se la veía tan feliz?
Incomodísima y caracúlica desde hace más de dos años y medio por el diseño que ella misma le dio al presente cuarto gobierno kirchnerista, nunca había encontrado su lugar ideal y disfrutable. Por eso probaba con distintos formatos que nunca terminaban de convencerla. Mucho menos ser apenas una comentarista cordial o áspera de su invención fallida, el presidente Fernández. El paso de Sergio Massa al frente del tinglado oficial, lejos de mejorar su situación la puso en un lugar todavía más incómodo e intrascendente.
La pieza que dirigió desde su despacho en el Senado la reconectó con lo que mejor sabe hacer: el formato standapero de larga duración (más de una hora y media) que combina momentos de distintas intensidades, con gran manejo histriónico de la palabra y de las emociones. Su mira telescópica estuvo firmemente dirigida hacia tres blancos exclusivos: los fiscales de la causa Vialidad y la Justicia en general, el macrismo y los medios de comunicación.
Y, como diría el General, fue música para los oídos de su tribuna cuando afirmó que los doce años de cárcel pedidos por la fiscalía correspondían a cada uno de los doce que gobernaron Néstor Kirchner y ella que, según su opinión, fueron durante los cuales los argentinos “habían vivido mejor que nunca”.
Aunque se disculpó por su poca familiaridad con las cámaras por no ser actriz ni tener, dijo, “tanta experiencia como otros dirigentes” con los sets de televisión, se manejó con una ductilidad que, a veces, ni siquiera logran tener siempre conocidos conductores de ese medio. En efecto, la cantidad de papeles que manejó en tiempo real sin errar ni perder el hilo de su relato no es algo común. Su afiatada producción mostraba en perfecta sintonía con su discurso los documentos a los que quería referirse, partiendo la pantalla para que ella jamás se perdiera de vista, superando el esquema más monótono que usaron los fiscales Luciani y Mola que no podían hacer las dos cosas al mismo tiempo y cuya documentación no era tan legible. Debe haber sido la envidia de varios programas de TV, cuyos conductores sufren vuelta a vuelta el anuncio de materiales que no entran a tiempo.
Utilizó un tono coloquial, ameno, muchas veces filoso y hasta cínico. Con astucia decidió no responder ninguna de las acusaciones que le hicieron durante nueve días los fiscales, sino que tomando el mismo tema -la corrupción en la obra pública- lo desvió hacia el macrismo, eso sí, sacrificando a una de las piezas claves de sus gobiernos y el de su marido: José López, su secretario de Obras Públicas que pasó a la historia por el “revoleo” (utilizó esa palabra más de una vez) de cinco bolsos con nueve millones de dólares en el convento de General Rodríguez. Gran parte de su mensaje lo consumió en mostrar y leer intercambios de mensajes entre Nicolás Caputo (el empresario de la construcción amigo de Mauricio Macri), Eduardo Gutiérrez (del grupo Farallón) y López para llegar a la siguiente conclusión: “Eran de ellos los nueve millones de dólares, no tengo la menor duda”. Y agregó, casi eufórica e irónica, como si transmitiera una revelación y personalizando: “Tiene razón el fiscal Luciani, donde se aprieta sale pus, pero el pus es de ustedes”. José López, en cambio, había declarado en 2019 a la Justicia que ese dinero se lo había dado Fabián Gutiérrez, el exsecretario privado de Cristina Kirchner, asesinado en 2020.
Como concepto y síntesis de su alocución, la vicepresidenta podría haber parafraseado el estribillo del popular bolero “Piel Canela” y cantado: “Me importo yo y yo y yo y solamente yo y yo y yo y nadie más que yo”.
En efecto, ya no es que relegó a un tercer opaco plano solamente al presidente Alberto Fernández (cuyo gobierno volvió a no incluir en su suma de administraciones kirchneristas), sino que también quedaron totalmente de lado Massa y sus esfuerzos por sacar del coma 4 a la economía.
Las dramáticas asignaturas pendientes que aquejan a la Argentina -inflación, dólar, inseguridad, pobreza, narcotráfico y tantos más- fueron desplazadas por completo por el imán que Cristina Kirchner produce tanto en sus seguidores más incondicionales como en sus acérrimos detractores. Y hasta logró que quienes aborrecían las cadenas nacionales a repetición de sus presidencias, le prestaran más atención que nunca a su vibrante descargo extrajudicial. Argentina muta a Cristilandia y ya no hay otro tema que pueda ser más importante.
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