“Argentina, 1985″: el giro de la madre de Moreno Ocampo, su cariño por Videla y el impacto de una nota de LA NACION
La película sobre el Juicio a las Juntas relata el efecto que tuvo para el fiscal adjunto de Strassera el respaldo que le dio una llamada inesperada
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El mensaje es bastante más profundo que el que puede transmitirse en apenas un puñado de segundos. Una simple anécdota en el momento adecuado puede ser arrolladora en el cine. Resumir en un instante lo que demandaría horas de explicaciones y argumentaciones. En la película Argentina, 1985, el difícil sentimiento de enfrentarse al poder y a la opinión pública atormenta al joven fiscal Luis Moreno Ocampo. Hasta que la más cruda realidad queda expuesta y percibe un cambio. Una apertura que lo lleva a creer que su trabajo en el Juicio a las Juntas -hecho crucial de la historia de la Argentina- podía concluir en un triunfo legal, pero también recuperar el esperanzador y contundente valor de la verdad.
Antes de profundizar y describir la situación, es necesario alertar a aquel que no vio el film sobre un pequeño spoiler. Por un lado, la historia refleja fielmente lo ocurrido en aquel proceso que juzgó a los integrantes de la Junta Militar entre 1976 y 1982, y condenó a Jorge Rafael Videla, Emilio Eduardo Massera, Roberto Eduardo Viola, Armando Lambruschini y Orlando Ramón Agosti. Por otra parte, los caminos cinematográficos tienen detalles que facilitan el desarrollo artístico en el relato.
En la escena a la que se alude en el comienzo de la nota, Moreno Ocampo, que tenía 32 años en 1985, conversa telefónicamente con su madre, Mercedes Pérez Amuchástegui, una persona que admiraba a Videla y que no estaba del todo convencida de la acusación que llevaba adelante su hijo. Sin embargo, tras escuchar en la radio el testimonio de Adriana Calvo de Laborde, víctima de secuestro y torturas durante la dictadura, habla con él por teléfono y, por primera vez, le da la razón. En la ficción, parte de la conversación es escuchada por Julio César Strassera, el fiscal principal.
La historia real fue bastante parecida, pero el mismo Moreno Ocampo explica algunas diferencias. “La radio y la televisión no tenían los testimonios en esa época –recuerda desde su casa en los Estados Unidos-. Mi madre leía LA NACION, por la cobertura del periodista Martín Carrasco Quintana. No sé si él estaba muy de acuerdo con el juicio, pero escribía muy bien, tenía buena pluma y era muy objetivo. Él contó la historia. Eso cambió a mi vieja, leer el diario.”
También aclara la frase exacta de aquella conversación telefónica. “Me dijo: ‘Estuve leyendo el testimonio de Calvo de Laborde. Yo todavía lo quiero a Videla, pero tenés razón: tiene que ir preso’. Ese fue el diálogo verdadero”, aclara.
Martín Carrasco Quintana, que trabajó en LA NACION entre 1984 y 2002, falleció en 2010. Fue el encargado de la cobertura durante todo el juicio. Su hijo, Martín, habla de esos días: “Lo acompañaba bastante a mi papá al juicio. En las primeras semanas, la gente hacía cola para conseguir entradas para ingresar en Tribunales. Más adelante, los periodistas tenían acceso a las entradas y mi papá me dio algunas. Recuerdo haber ido tres veces a las audiencias. Tenía 21 años”.
Aquella nota de Carrasco Quintana se publicó a continuación del extenso testimonio del exdirector del diario Buenos Aires Herald, Robert Cox, que daba a entender el vínculo que Emilio Massera tenía con las funciones de grupos que participaban en las detenciones ilegales y secuestros. “Massera tenía una sonrisa deslumbrante. Me tomó por los hombros como con expresión afectuosa y oprimiéndolos me dijo: ‘Lo voy a hacer llevar...’”, reveló Cox.
Luego, la crónica publicada por LA NACION presentaba un resumen de la declaración de Calvo de Laborde. Decía sobre ella: “Física, que se desempeñaba en la Facultad de Ciencias Exacta de la Universidad de La Plata en el momento de ser secuestrada por desconocidos, el 4 de febrero de 1977. La testigo –presentada por la fiscalía- manifestó que un grupo de personas con armas largas la secuestró de su domicilio, ubicado en la calle 528 número 1155, de Tolosa, y que permaneció 87 días en esa condición.
“Indicó que no podía identificar el primer lugar de su cautiverio, pero manifestó ‘sospechar’ que se trató de ‘la Brigada de Investigaciones de la provincia de Buenos Aires’. Identificó a algunas de las personas que permanecieron detenidas con ella y dio los nombres, entre otros, de Silvia Muñoz, Susana Falabella, Nélida Leguizamón, Patricia de Simone y Carlos Simone, Jorge Bonafini, Diana Martínez e Inés Ortega de Fosatti.
“La testigo indicó que, a lo largo de su cautiverio, fue trasladada a otros centros de detención, entre ellos un lugar conocido como ‘el pozo de Arana’, la comisaría 5ª de La Plata y la Brigada de Investigaciones de Banfield, donde permaneció junto a María Luisa Castellini, Cristina Villarreal y Cristina Maroco –también detenidas- hasta el 27 de abril de 1977, día en el que fue liberada. En ese lapso dio a luz asistida por un médico de la policía bonaerense al que identificó como ‘doctor Bergés’.
“Hizo un largo y pormenorizado detalle de las torturas a las que fue sometida, junto con otras detenidas, y su testimonio se vio interrumpido en varias oportunidades por el llanto, que contagió a algunos de los asistentes a la audiencia. Adriana Calvo de Laborde aportó detalles de las sesiones de tortura, de su parto, hecho en condiciones infrahumanas, y de los tormentos que padecieron los detenidos en los centros donde permaneció cautiva, y la crudeza de su testimonio hizo que tanto el fiscal como los abogados defensores se abstuvieran de formularle preguntas”.
La crónica no incluye los detalles más macabros del tormento que testimonió Calvo de Laborde. Su relato puede verse completo en este link. Tras ser liberada, continuó su carrera docente y fue activista por los derechos humanos durante años. Falleció en 2010.
Acerca de la estrategia de la fiscalía, Moreno Ocampo repasó: “Cuando estábamos preparando la prueba, teníamos que darle un orden a los testigos. Tuvimos un debate sobre cómo presentarlos. Empezamos con Ítalo Lúder, porque había sido el presidente del Senado a cargo de la presidencia, y había firmado una orden de aniquilar a la subversión en Tucumán. La defensa usaba como argumento que ellos habían obedecido al gobierno que habían derrocado. Era paradójico, pero era así. Invitamos a Cafiero y a miembros del gobierno de Isabel Perón. Trajimos al forense Clyde Snow, que había hecho un estudio muy bueno (N. de la R.: el antropólogo estadounidense, que proyectó la imagen del cráneo de una persona ejecutada de un balazo)”.
Tras los testimonios que daban contexto a la historia, debían empezar con las víctimas. Allí fue que se decidieron por Calvo de Laborde. “Nos pareció una buena primer testigo –afirma Moreno Ocampo-. Era inteligente, muy articulada, explicaba bien. Había sufrido mucho y tenía una historia increíble. Eso nos decidió y fue muy buena la elección”. Una que sirvió para empezar a cambiar el pensamiento de su madre, y de buena parte del país.
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