Aplausos y emoción en una Casa Rosada desbordada por la militancia cristinista
En salones y patios interiores, funcionarios y militantes celebraron la vuelta de la Presidenta
Las elegantes puertas de madera blanca del Salón Blanco estuvieron a punto de astillarse, arqueadas por la presión de los que querían entrar. Los espejos y cristales resistieron de milagro. No eran militantes de a pie los que se apretujaban y discutían airadamente con los custodios de la Casa Rosada, sino decenas de funcionarios de saco y corbata los que ayer empujaron como fanáticos en un recital de rock para presenciar el regreso de la Presidenta, luego de más de seis semanas de ausencia.
Pese a que el lugar quedó abarrotado como nunca, hubo un vacío difícil de ocultar: el del secretario de Comercio Interior saliente y futuro agregado económico en la embajada de Italia, Guillermo Moreno. Todos lo esperaban para ovacionarlo. Se quedaron con las ganas.
Esa expectativa y las tensiones de los que pelearon para ingresar pudieron liberarse, sin embargo, a las 19.15, cuando Cristina Kirchner entró en el Salón Blanco seguida por su nuevo jefe de Gabinete, Jorge Capitanich, y los flamantes ministros de Economía, Axel Kicillof, y de Agricultura, Carlos Casamiquela. La recibió un aplauso cerrado que se extendió durante dos minutos. La Presidenta sólo atinó a saludar, emocionada.
Flanqueada por el vicepresidente Amado Boudou y la presidenta provisional del Senado, Beatriz Rojkés de Alperovich, Cristina Kirchner se mostró rodeada por todos los miembros de su Gabinete, incluidos los ministros salientes Juan Manuel Abal Medina, Norberto Yauhar y Hernán Lorenzino. Estos dos últimos, notablemente más distendidos que el primero.
Frente a ellos, la primera fila del salón quedó reservada para el secretario general de La Cámpora, Andrés Larroque; sus pares bonaerenses en la Cámara de Diputados Carlos Kunkel y Juliana Di Tullio; el líder de la CTA oficialista, Hugo Yasky; el flamante presidente del Banco Central, Carlos Fábrega; su par en el Banco Nación, Juan Ignacio Forlón; los senadores Aníbal Fernández y Miguel Ángel Pichetto; Estela de Carlotto y la madre de la Presidenta, Ofelia Wilhem, que llegó sobre la hora y tuvo que esperar varios minutos hasta que alguien le cediera una silla.
Sentado en primera fila, Fábrega terminó concentrando abrazos y saludos como ningún otro. Especialmente aquellos que, pese al interés que generaba su presencia, prefirieron permanecer en segundo plano. Como Augusto Costa, el hombre de confianza de Kicillof que reemplazará a Moreno: ayer llegó junto a la embajadora en EE.UU., Cecilia Nahón, y otros funcionarios cercanos al flamante ministro de Economía, que se refugiaron en la última fila del salón, lejos de los fotógrafos.
Desde temprano, dentro del salón se desató una versión cruenta del juego de la silla, que mezcló a funcionarios de segundo orden, asesores y cholulos con secretarios de Estado y ministros. Muchos terminaron viendo el acto de pie. "Esto no se llenaba así desde [Héctor] Cámpora, cuando no pusieron sillas", recordaba un memorioso.
El grueso de la tropa se apuró en ocupar las sillas desde una hora antes de la llegada de la Presidenta. De a uno, fueron encontrando un espacio los intendentes del conurbano Alberto Descalzo (Ituzaingó), Mariano West (Moreno), Hugo Curto (Tres de Febrero) y Francisco Gutiérrez (Quilmes); los legisladores porteños Juan Cabandié, María José Lubertino, Carlos Dante Gullo y Francisco Nenna; los sindicalistas Antonio Caló y José Luis Lingeri; los diputados Carlos Heller, José María Díaz Bancalari y Héctor Recalde; el titular de la UIA, Héctor Méndez; el cantante Ignacio Copani, y el piquetero Luis D'Elía.
D'Elía llegó y se fue hablando de Moreno. "De ninguna manera es una despedida. Guillermo puede venir en cualquier momento", alentó. O alertó. Pero quien intentó explicar su ausencia fue el presidente de la Confederación General Económica (CGE), Ider Peretti. "No vino porque está trabajando", repetía, para desdramatizar el faltazo.
El pleno de los gobernadores oficialistas fueron ubicados a la derecha de la Presidenta. Las miradas confluyeron naturalmente en el bonaerense Daniel Scioli y el entrerriano Sergio Urribarri, que aplaudieron la jura de Capitanich, desde ayer ubicado en el tercer extremo del triángulo de aspirantes a suceder a Cristina Kirchner.
"Soldado soy, del General, este proyecto, vamo' a bancar", intentaron cantar los pocos sub 35 presentes en el Salón Blanco cuando vieron entrar a la Presidenta, pero el canto se apagó tan rápido como comenzó. Ese otro momento, el emotivo, vendría después de la jura, cuando Cristina inició un recorrido por los distintos patios de la Casa Rosada, que ayer fueron copados casi exclusivamente por estudiantes de colegios secundarios que militan en las fuerzas que integran Unidos y Organizados.
"Hemos estado un tiempo separados. Nos extrañamos mucho", les dedicó Cristina en su segunda parada, en la Galería de los Patriotas Latinoamericanos. Fue antes de elogiar a Mariano Recalde por la conducción de Aerolíneas Argentina y celebrar lo "logrado" con los ferrocarriles. "Vamos a ir por más, porque vamos por los trenes de carga", le prometió a la platea casi enteramente adolescente, que deliró con la marcha de la juventud peronista y cantando contra Clarín.
Unos minutos antes, cuando Cristina daba el primero de sus discursos en el Patio de las Palmeras, Abal Medina abría la puerta doble de la antesala de la Jefatura de Gabinete para retirarse. Eran las 19.57. Sin exagerar emociones, saludó a quienes cuidaban el ingreso. Entre ellos ya se encontraban asistentes de Capitanich, teléfono en mano: "Avísenle al Coqui que ya estamos listos, esperándolo".
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