Apertura de sesiones: una asamblea con mucha tensión y poca liturgia oficialista
Calmo, pero visiblemente molesto, Alberto Fernández puso en escuadra las hojas del discurso que ya había leído golpeándolas contra el escritorio y, mirando por arriba de sus anteojos, se salió del libreto elaborado para improvisar una réplica al diputado macrista Fernando Iglesias: "Tuvo cuatro años para hablar, por qué no me deja ahora hablar a mí".
Fernández cayó así en la provocación que Iglesias le propuso casi desde el mismo momento en que el Presidente empezó a trazar el estado de la Nación ante el Congreso reunido en Asamblea Legislativa.
Además de inédito (no hay memoria de un jefe del Estado prestándose al cruce dialéctico con legisladores de la oposición), el incidente se convirtió en uno de los momentos más tensos de la apertura de las sesiones ordinarias del Poder Legislativo que encabezó Alberto Fernández, la segunda desde que asumió la primera magistratura.
Fue una Asamblea Legislativa histórica y única, en la que la pandemiade coronavirus estuvo presente todo el tiempo.
No sólo por el tiempo que el Presidente le dedicó en su discurso, sino porque el recinto semivacío ante el que habló el jefe del Estado se convirtió en una cicatriz indeleble que a cada segundo recordó que la normalidad interrumpida a inicios del año pasado todavía está lejos de recuperarse.
Apenas 97 legisladores ocuparon las 257 bancas de la Cámara de Diputados. El resto participó de manera remota. El mismo método utilizaron para seguir la reunión una decena de gobernadores provinciales, habituales integrantes de la escenografía del poder político que suele mostrar cada Asamblea Legislativa.
Sin barras en los palcos, el apoyo a las palabras presidenciales quedó a cargo de los legisladores oficialistas y de los ministros y funcionarios que, casi en pleno, se instalaron a lo largo del primer piso de balcones. Fue notable la diferencia de entusiasmo entre unos y otros a la hora de aplaudir al jefe del Estado.
La respuesta a Iglesias no fue la única vez que Fernández se prestó al juego dialéctico que los halcones de Juntos por el Cambio le plantearon desde sus bancas, replicando los tramos más duros del jefe del Estado contra la herencia recibida de la administración de Mauricio Macri.
"Si alguien cree que me insulta llamándome peronista, quiero decirle que me enorgullezco", le respondió ante una intervención del también diputado macrista Waldo Wolff.
El clima de tensión política entre oficialismo y oposición estuvo presente desde mucho antes de la llegada del Presidente al Congreso. Así, el gobernador peronista de Formosa, Gildo Insfrán, y su polémica gestión sanitaria de la pandemia se convirtió en otro de los blancos de Juntos por el Cambio, sobre todo de la diputada Mónica Frade (Coalición Cívica), que ingresó al recinto con una remera blanca y negra a rayas horizontales con la leyenda "30-8-2020 Clorinda", en alusión a la fecha en que el mandatario provincial declaró el aislamiento de la ciudad formoseña.
La careta de Insfrán
No conforme con eso, Frade montó una "instalación" en una banca vacía. Colgó una careta con el rostro de Insfrán acompañada por un gorro blanco y negro a rayas que, miradas desde el punto de vista correcto, dejaban ver al gobernador como si de un presidiario se tratara.
El distanciamiento social dejó el recinto semivacío y mostró a los legisladores presentes embozados en sus respectivos barbijos.
Pero no todos cumplieron las reglas a rajatablas. El radical Alfredo Cornejo no pudo con su genio y se ubicó en el escaño que debió quedar vacío entre los jefes de bloques de Juntos por el Cambio de ambas cámaras, Mario Negri (Diputados) y Luis Naidenoff (Senado).
También fueron varios los que desobedecieron la obligación de usar barbijo. La primera fue Cristina Kirchner, que en ningún momento se tapó la cara.La peronista jujeña Carolina Moisés y la macrista bonaerense María Carla Piccolomini siguieron las casi dos horas de discurso sin cubrirse boca y nariz. Otro que también estuvo mucho tiempo a cara descubierta fue Facundo Moyano.
Tal vez fue por la menor cantidad de gente presente, pero lo cierto es que el discurso de Fernández no encendió a la platea presente. De hecho, en varias oportunidades dio pie con sus palabras para un aplauso que no llegó. Como cuando el silencio acompañó a su reivindicación de las diferencias internas que existen en el Gobierno al afirmar que "la diversidad es sinfónica".
Esa sinfonía quedó al descubierto al término de su discurso, cuando algunos ministros, con el de Obras Públicas, Gabriel Katopodis, a la cabeza, intentaron ponerle épica al final de la Asamblea al grito de "Alberto Presidente". Lo siguieron varios en su entusiasmo, pero fueron más los que prefirieron dedicarle al jefe del Estado un protocolar aplauso como retribución a su discurso.
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