Antonio Salonia: “Hay pelea por los cargos, no verdadero debate”
Para el ex ministro, la preocupación por lo educativo es nada más que retórica
Se define como un “desarrollista a la intemperie”, porque no forma parte de ningún partido político desde 1987. De extracción radical, cuando en 1957 el gobierno de la Revolución Libertadora legalizó la escisión del partido, Antonio Salonia se quedó junto a Arturo Frondizi en la Unión Cívica Radical Intransigente. Desde entonces, hasta que Frondizi murió, estuvo políticamente a su lado.
“Yo he tenido dos andariveles en mi vida: la docencia y la política. Ambas funcionaron como mandatos familiares”, reconoce hoy. Su padre era un dirigente radical importante de General Alvear, en el sur mendocino. Su madre era maestra. “Fue una maestra ejemplar, como que hoy, en General Alvear, hay una escuela que se llama Delia Euliarte de Salonia”, recuerda con orgullo.
Salonia sostiene que la preocupación por lo educativo, que muchos dirigentes declaman, suele ser pura retórica. También piensa que en el país hay más pelea por los cargos que debate político de fondo. El hizo los estudios de maestro normal nacional en San Rafael, a cien kilómetros de su ciudad natal. A partir de los 18 años fue maestro rural en Las Catitas, una región relegada del desierto mendocino, y paralelamente estudió la carrera de Letras en la Universidad Nacional de Cuyo.
A los 26 años ya era diputado provincial. Había sido elegido por seis años, pero a los pocos meses se produjo el derrocamiento de Perón y se quedó sin la banca. A los 29, como subsecretario de Educación de la Nación de la gestión de Frondizi, sería el funcionario más joven del gabinete. Volvería una vez más con cargos expectantes al Palacio Pizzurno, pero ya como ministro de Educación de la Nación, en el primer tramo del gobierno de Menem.
"Yo había declinado un ofrecimiento de Lanusse para el mismo cargo. En cambio, en esta oportunidad me lo ofrecían sin ningún condicionamiento, sabiendo que yo era desarrollista, el representante de un partido popular que había llegado a la presidencia como consecuencia de un proceso democrático. Luego de conversar acerca de lo que deberían ser las líneas de la política educativa, acepté y allí trabajé desde julio de 1989 hasta diciembre de 1992, fecha de mi renuncia. Desde entonces hasta hoy, he seguido muy preocupado por cuestiones de la vida política nacional, pero sin militancia activa", afirma.
Miembro de la Academia Nacional de Educación y coordinador de la comisión de publicaciones de esa corporación, hoy se enorgullece de no haber abandonado nunca la docencia. Hace 36 años fundó en Buenos Aires la Nueva Escuela Argentina 2000, que dirige su mujer, Marta Ruzo de Salonia.
En comparación con sus años jóvenes, el ex ministro dice que actualmente hay una mayor conciencia en los gobiernos, de distinto signo, de que es importante brindar servicios educativos y gratuidad, aun cuando, paralelamente, funcionen escuelas e institutos privados. "La oferta se ha ampliado, no sólo en cantidad, sino también respecto de la distribución geográfica del país -dice-. En mis tiempos de estudiante, no existían universidades privadas y había pocas universidades estatales ubicadas en determinados puntos de la geografía nacional, lo que complicaba el acceso. En cambio, las características actuales facilitan los estudios superiores y, entre estatales y privadas, ya hay alrededor de cien universidades."
-Sin embargo, sólo un poco más del cuatro por ciento de los argentinos tiene un titulo universitario. ¿No es mucho esfuerzo para tan pobres resultados?
-Así es. Las puertas están abiertas de par en par para el que quiera ingresar en la universidad, pero hay una gran deserción, de alrededor del cincuenta por ciento en el primer año de la carrera, y luego hay dificultades para sostenerse en los años siguientes, lo que impacta en los índices de egresos.
-¿Por qué ocurre?
-Por múltiples razones. Una es que el déficit de la escuela secundaria actual se refleja en la incapacidad de asumir los compromisos intelectuales que exigen los estudios superiores. Esto se traduce rápidamente en deserción. Por otra parte, el contexto social y económico del país no estimula la retención de los estudiantes dentro del sistema de las universidades. Otro factor que se ha hecho evidente en los últimos años es que la capacitación y la formación que se dan en la educación superior no se corresponden con la capacidad de absorción del sistema laboral y profesional actual. Creo que éste es otro factor que desestimula a los estudiantes.
-¿Está a favor del ingreso irrestricto?
-Sí, porque forma parte de la oferta democrática de educación. Pero también creo que deberían superarse prejuicios e ideologismos en el análisis de los requerimientos económico-financieros de la universidad estatal respecto de la posibilidad de que el que tiene recursos los aporte para mejorar el presupuesto universitario y el sistema de becas. Creo que hay una inmadurez del criterio político y de la responsabilidad política que impiden todavía debatir estos temas.
-¿Cómo ve el compromiso de los muy jóvenes en política? ¿Confía en que habrá un recambio generacional?
-No quiero justificar a los jóvenes, pero hay razones para el desencanto juvenil. Han pasado muchas cosas graves en la política argentina, que nos han dejado como resultado una juventud escéptica, incrédula, con pocos fervores para asumir responsabilidades y militar en política. Nosotros cuando éramos jóvenes teníamos pasión por la política. En cualquier partido en el que militáramos, los partidos estaban llenos de juventud y los mayores se preocupaban por que los jóvenes tuvieran representación a la hora de la contienda electoral.
-¿El Gobierno está aprovechando el favorable contexto económico internacional para darle impulso al desarrollo?
-Creo que al Gobierno se le han dado condiciones favorables y se le siguen dando y además creo que el ministro Lavagna tiene solvencia y autoridad como para dar una respuesta adecuada a los problemas de la coyuntura económica. Lo importante es que las respuestas que dé no sólo sirvan para la coyuntura, sino que también sirvan para resolver problemas estructurales de la economía argentina y que esas soluciones se proyecten en el mediano y el largo plazo.
-¿Cuáles son los mayores logros de la democracia argentina?
-En primer lugar, la vigencia de las libertades. Ha habido altibajos, pero en general el país, desde 1983 hasta ahora, ha conocido lo que es el funcionamiento del sistema democrático. Creo que esto es positivo. Aunque no nos alcanza sólo con eso. La democracia debe amalgamar y debe equilibrar los beneficios de la libertad con las exigencias de la responsabilidad ciudadana. En esto todavía tenemos muchos deberes por cumplir.
-¿Cuáles, por ejemplo?
-Si pensamos en la educación, las soluciones no dependen sólo de lo que hagan las autoridades del sector, tanto en el nivel nacional como en las jurisdicciones. Hay una corresponsabilidad que atañe también a los gremios docentes, a las asociaciones de padres, al empresariado. Creo que nadie puede eludir su responsabilidad en las soluciones educativas. Y, particularmente, no pueden eludir sus responsabilidades los medios de comunicación. Porque nunca como hoy ha sido tan evidente su incidencia en el campo educativo. Los medios de comunicación y los educadores profesionales somos socios y debemos tomar conciencia de ello. No podemos caminar por senderos paralelos ni podemos aceptar que los medios de comunicación sirvan para transmitir o inculcar disvalores o que contribuyan a generalizar la vulgaridad en el idioma, la ordinariez y la procacidad.
-¿Comparte las críticas que desde distintos sectores se le hacen a la ley federal de educación?
-La ley federal de educación estableció la obligatoriedad de los diez años de educación. Esto es positivo. También se propuso llevar adelante el proceso de federalización educativa, comenzado con la transferencia de escuelas, que había ocurrido dos años antes y para lo cual se aprobó en el Congreso de la Nación una ley específica de transferencia. Pero también esa ley federal de educación incluyó en el trámite parlamentario modificaciones al proyecto original del Poder Ejecutivo que no incluían ni la EGB ni el polimodal. Nosotros respetábamos el sistema educativo tradicional: escuela primaria, nivel medio y educación superior. Creíamos que debía respetarse, porque este sistema había sido eficaz en la historia argentina, sobre todo en la aplicación y en los logros de la ley 1420, de educación común, que fue ejemplar para toda América latina. Sin embargo, técnicos y expertos que rodeaban a senadores y diputados, trajeron esa presunta innovación de la EGB y el polimodal. La impusieron en las comisiones del Senado y después en Diputados. Así salió, en definitiva, en abril de 1993 la ley federal. Pero durante todo el tiempo de mi gestión en el Ministerio de Educación me opuse públicamente, y hay testimonios periodísticos que lo demuestran.
-Esta confusa denominación de los ciclos ¿impidió que la reforma fuera mejor comprendida por la sociedad?
-Exactamente. E impidió también que fuera aceptada por las 24 jurisdicciones. Como consecuencia de la nueva estructura de los niveles del sistema, se suprimieron materias importantísimas que tenían que ver con la formación de la matemática, de la lengua, de la historia argentina, y se incluyeron áreas nuevas, para las cuales no había docentes formados. Creo que se hizo un cambio en los papeles que no se correspondía con la realidad de la docencia y de la vida escolar argentina. También, como se sabe, la ley estableció que en el plazo de cinco años se debía duplicar el presupuesto de educación y llevarlo del cuatro al seis por ciento del PBI. Es decir, se fijaban las mismas metas que se propone ahora el gobierno nacional. Esto lo estableció la ley federal de educación, pero no se cumplió y no hubo protestas de la sociedad ni del Ministerio de Educación ni de los 24 ministerios de Educación de las jurisdicciones, a las que ya habían sido transferidas las escuelas, lo cual era gravísimo, porque sin recursos económicos para sostenerlas todo se reducía a una transferencia tramposa.
-¿La preocupación de la sociedad por la educación es sólo un discurso?
-Es retórica. No digo de todos, porque creo que en la sociedad hay buena fe cuando reclama más y mejor educación. Pero es retórica de los políticos y de los legisladores que aprueban determinadas normas y que después no reaccionan exigiendo el cumplimiento de lo que está fijado por ley. Esta es otra evidencia de dirigencias no comprometidas con la realidad del país. En los hechos, se lavan las manos y dejan pasar las cosas por cualquier lugar, al margen de lo que efectivamente contribuye al desarrollo nacional. Los intereses del corto plazo y del partido político del gobierno de turno son más importantes que los intereses permanentes de la sociedad.
-¿Qué debería hacerse con esta ley?
-Hay que reformularla. Discutirla de nuevo. Pero no se debe hacer borrón y cuenta nueva. No se puede tirar todo por la borda. Debe haber una gran sabiduría política de las clases dirigentes con participación de todos los sectores sociales, a la hora de discutir cómo debe hacerse la ley federal de educación y asumir la nueva realidad a través de nuevas normas legislativas.
-¿Cómo evalúa usted, a la distancia, la gestión de Carlos Menem?
-Fue una gestión muy prolongada. Yo tuve que ver desde 1989 hasta 1992. En lo que nosotros nos propusimos hacer en el campo educativo, tuvimos el apoyo entusiasta del presidente Menem. Después, yo no tuve ningún otro vínculo con él, entre otras cosas porque no pertenecía a su partido. Reconozco, sí, que durante su gestión se dieron situaciones que merecieron y merecen críticas de distintos sectores de la vida económica, social y política del país. Muchas de esas críticas yo también las comparto. Sobre todo, las acciones que contribuyeron a la desindustrialización del país.
-Juan José Sebrelli sostiene que la aparición del peronismo en la historia política argentina fue causa y consecuencia de la decadencia del país. ¿Coincide?
-No. Creo que en función de los arrastres de la situación política, económica y social que imperaba se dieron las condiciones como para que surgiera un líder nuevo que levantaba banderas de reivindicación social. Se lo dice alguien que nunca fue peronista, pero hemos hecho muchas veces los desarrollistas alianzas electorales con el peronismo. Perón levantó la bandera de la reivindicación de la clase obrera con sentido nacional. Esto explica el protagonismo que desde entonces hasta hoy tuvo y tiene el peronismo. Creo que, de todos modos, el peronismo de hoy es otra cosa, heterogénea y contradictoria.
-¿Cómo lo ve a Kirchner?
-No tengo nada que ver con el peronismo ni con Kirchner, al cual le reconozco, sin embargo, aciertos en el plano económico y en la continuidad de su ministro de Economía. Hay cuestiones de estilo del Presidente que yo no comparto, que no resultan de mi agrado. Pero estamos en una democracia. Kirchner tiene derecho a ejercer su estilo y yo tengo mi derecho a apoyar otros estilos de la política y de la actuación pública.
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