Ante una guerra que nadie quiere ver
Sergio Massa ha elegido como su enemiga electoral a Patricia Bullrich, que inauguró su campaña con un spot intransigente e implacable, que difícilmente le sea útil más allá de las PASO
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¿En qué curva del camino pasado quedó la ancha avenida del medio que le gustaba recorrer a Sergio Massa? Desde la mañana del lunes último, el ministro de Economía ha señalado como su enemiga electoral a Patricia Bullrich, convencido, tal vez, de que en política es tan importante saber elegir los amigos como los adversarios. Está seguro de otra cosa, además: con Horacio Rodríguez Larreta sería un combate pobre, porque competirían por el mismo espacio, supuestamente el de la moderación, mientras que con Bullrich podría polarizar con lo que ahora Massa llama la “extrema derecha”. Su problema es que ya él no es un moderado; su reciente alineamiento absoluto con Cristina Kirchner lo colocó en el palco de los talibanes de la política. Es difícil, con todo, saber con precisión desde qué lugar habla el virtual jefe del gobierno. ¿Asumió realmente el discurso de centroizquierda del kirchnerismo o estamos solo ante otro de los muchos paseos ideológicos de Massa? Ligero y superficial, el ministro sacó el único tema que nadie imaginó nunca que estuviera en su boca: el pasado. Muy pocos políticos en el país han sido coherentes con la acción política y con la ideología, pero Massa es el que más barquinazos dio en los últimos diez años. En 2013, enfrentó duramente a Cristina Kirchner en las elecciones legislativas de aquel año; entonces la derrotó y hundió definitivamente el proyecto de rereelección de la actual vicepresidenta. Dos años después, el 1º de mayo de 2015, en un acto como candidato presidencial por su coalición, anunció que “metería presa a Cristina Kirchner” y que echaría del Estado a los “ñoquis de La Cámpora” cuando fuera el presidente que hasta ahora nunca fue. El lunes pasado se dio vuelta: subrayó la excelente relación que lo une a Cristina y el respeto que le tiene.
Massa también es intrépido. Se metió de lleno en el supuesto pasado montonero de Bullrich sin detenerse en un hecho fácilmente comprobable: su ahora elogiada lideresa, Cristina, es la principal exégeta de la agrupación peronista Montoneros que se levantó en armas en los años 70. La vicepresidenta viene de enaltecer a la “generación diezmada” en una clara alusión a los jóvenes peronistas que optaron por la lucha armada hace más de cuatro décadas. Parecía, en rigor, que aquel sangriento desafío de los insurgentes al Estado era intocable para el peronismo kirchnerista, porque la tardía e inútil adhesión de los Kirchner a la sedición los había cubierto con un manto de impunidad. No solo parece; es así. “Es como si tuvieran sangre azul en un régimen monárquico”, describe un conocido dirigente peronista la posición dentro del kirchnerismo de los que pasaron por la lucha armada o de los que perdieron a sus padres en aquellas refriegas. El primer reproche de Massa a Bullrich se limitó a los cambios en su vida política, pero luego aparecieron carteles en las vía pública, ya con el supuesto nombre de guerra de la actual candidata opositora en los años 70. Trabajo obvio de los pestilentes sótanos de los servicios de inteligencia. Nunca habrá que olvidar durante esta campaña que el candidato a vicepresidente de Massa, Agustín Rossi, sigue siendo el jefe virtual del espionaje oficial; la AFI (exSIDE) quedó en manos de su segunda, Ana Alberdi, cuando aquel fue nombrado jefe de Gabinete. Pero esa referencia del massismo a las luchas armada como un error y con supuesta información del pasado es otra cosa; significa meterse a los torpes manotazos en las profundidades del relato kirchnerista. Massa se mueve así, frívolo y liviano, desde que hace política. La primera formación de Bullrich en política fue, en efecto, durante aquellos tiempos sin piedad ni medidas. Ella lo reconoció ayer, aunque desmintió que haya militado en Montoneros (anduvo, dijo, con la Juventud Peronista que apoyaba a ese grupo armado) y recordó que hizo una fuerte autocrítica sobre esa historia. Se comparó con un ícono de la política internacional (y de su espectáculo) como lo es el expresidente uruguayo José “Pepe” Mujica, un simpático exguerrillero arrepentido. Massa se equivocó si olvidó el peso de la fuerte formación política de Bullrich y creyó que la callaría recordando algunos retazos del pasado. Peor: corre el riesgo de hacer de la candidata un fenómeno electoral incontrolable. Los electores saben quién es la enemiga de Massa, que es lo que este se propone, pero también quién es el enemigo de Bullrich. Es Massa.
Llamó la atención en las últimas horas la soltura con que economistas y políticos hablaron de las reservas del Banco Central. No hay reservas, dicen, y repiten que el gobierno está usando los encajes (que son los dólares de los ahorristas) para comprar insumos industriales importados. De esa manera, la administración trata de evitar una mayor recesión de la economía. Una nota publicada en LA NACION por la periodista Sofía Diamante informó que las reservas netas son negativas en más de 6000 millones de dólares, cifra que corresponde a los encajes de los depositantes. “La Argentina está entrando en territorio desconocido”, se animó a describirle un economista. Nunca se había llegado a tales extremos con los dólares de los ahorristas y nunca antes se había hablado con tanto desparpajo de cómo se usa el dinero ajeno. Sin embargo, el ministro de Economía está contento porque probablemente mañana dará a conocer el índice de inflación de junio, que, según el relevamiento que hace el Banco Central entre los principales economistas, estaría algunas décimas por debajo de la de mayo. Sería del 7,3 por ciento, según ese relevamiento, en lugar del 7,8 de mayo. La alegría se explica porque en mayo varios economistas habían pronosticado una inflación del 8 por ciento para junio. ¿Comparte la sociedad esos regocijos? Una encuesta reciente de D’Alessio/Berensztein indicó que los tres principales temas de preocupación de la gente común son la inflación, la incertidumbre de la situación económica y la inseguridad. Esos tres temas atrapan entre el 70 y el 90 por ciento de la inquietud social. Todas las demás cuestiones nacionales están por debajo del 50 por ciento entre las prioridades sociales. Patricia Bullrich también eligió a su enemigo.
El precio del dólar rompió ayer la monotonía de las últimos días. Fue una mala noticia porque ese dólar paralelo suele ser el que formatea la inflación futura. Aunque nadie sabe si fue una excepción o una tendencia, lo cierto es que sacó al Gobierno de la sensación de calma que había instalado en jornadas recientes. Debe reconocerse que el oficialismo tiene más elasticidad para acomodarse al calendario electoral. Casi justo un mes antes de las elecciones primarias, el peronismo gobernante encontró la fórmula para exhibirse unido. “Es una calma rara, porque no se sostiene en nada objetivo”, sostuvo un encuestador. En contraste, la lucha interna en la oposición de Juntos por el Cambio no logra encauzarse por carriles más o menos razonables. En rigor, Bullrich y Rodríguez Larreta están protagonizando la primera interna presidencial en serio desde que se instauró el sistema de primarias obligatorias y simultáneas. Las elecciones primarias de 2015 entre Mauricio Macri, Ernesto Sanz y Elisa Carrió fueron, comparadas con la riña actual, un cordial divertimento entre viejos amigos. El peor problema de los cambiemitas actuales es que no saben si lograrán mantener la unidad de todos los votantes luego de las elecciones. No saben cómo será el día después. “Solo se los podrá juntar luego si uno de los dos arrasara al otro, pero será difícil lograrlo si la diferencia entre Bullrich y Rodríguez Larreta fuera de muy pocos votos. Las divergencias son muy grandes y quedaron muy expuestas”, señaló otro analistas de encuestas.
Sea como fuere, la capacidad acrobática del peronismo (era hasta hace poco inimaginable una Cristina Kirchner elogiando públicamente a Massa, aunque, eso sí, después de llamarlo “fullero”) logró que las encuestas que se conocen vayan acercando al peronismo a su piso histórico de votos; es decir, entre el 28 y el 30 por ciento. Al revés, Juntos por el Cambio no está cerca, por las mediciones que se conocen, del 40 por ciento de los votos que retuvo, en cifras redondas, en 2015, en 2017 y en 2021. Nadie sabe hacia dónde se van esos votos que le están faltando a Juntos por el Cambio, a pesar de que Javier Milei perdió algunas simpatías en las últimas encuestas. Esto es: decrece Milei por las denuncias de trasiego de dinero y candidaturas, pero no crece la oposición cambiemita. La intercesión involuntaria del libertario resultó inservible hasta ahora para la coalición de Juntos por el Cambio.
Cierta insolencia hubo también en el peronismo kirchnerista cuando se atrevió a abrir un debate sobre la política energética. Ya es una certeza histórica el fracaso del kirchnerismo en materia de energía, que llevó al país a ser importador neto de gas. Estudios serios señalan que se destinaron unos 40.000 millones de dólares a esas importaciones desde que los Kirchner llegaron al poder. El Gasoducto Néstor Kirchner -cuándo otro nombre- tuvo una inauguración formal, pero todavía necesita de unos seis meses más para entrar realmente en funcionamiento. De hecho, hay tramos de la cañería que todavía no están colocados bajo tierra. Fue un acto de campaña, aunque Alberto Fernández podría haber regresado a su primera versión presidencial; podría haber hecho de esa ceremonia, al menos, un función de Estado. Pero la iniciativa ya no es de él. El gasoducto lo inauguró la vicepresidenta. Y ella no conoce otro método de hacer política que el de una muy dura confrontación. Massa se acomodó, rápido, a ese estilo, que interpelará también a Patricia Bullrich. El flamante spot de campaña de Bullrich, en efecto, puede servirle para esta etapa, en la que necesita agrupar a los votantes duros de Juntos por el Cambio, pero difícilmente le sea útil en la campaña por las elecciones generales si ganara la candidatura. El estilo implacable e intransigente del spot coloca la actual competencia electoral en la categoría de una guerra. Es improbable que el hombre común aspire ahora a participar de escaramuzas de semejante tamaño. No se trata tampoco de la ancha avenida del medio que Massa ya perdió; eso fue siempre otra impostura.
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