Ante un punto de inflexión
Cumplidos nueve años de gobierno, y a sólo seis meses de comenzado el tercer período, se tomaron un conjunto de decisiones de política y organización económica que marcan un antes y un después donde "nada volverá a ser como antes". Se cruzaron límites que son verdaderos puntos de inflexión.
El control de cambios, al que recurrió el Gobierno para frenar en octubre 52 meses de salida de capitales, llegó para quedarse y profundizarse. La reforma de la Carta Orgánica del Banco Central, que legalizó el financiamiento al Tesoro con reservas y emisión y formalizó el impuesto inflacionario, es un camino de ida que inhibe y desmotiva políticamente cualquier tipo de disciplina presupuestaria. El control de la importación altera las bases de la organización productiva en pos de un hipotético y no menos traumático fomento de la producción local, a la que también le está generando problemas. La expropiación de YPF sienta un precendente negativo para hundir inversiones en el país.
Bajo esta lógica, estas medidas a nueve años de gobierno no son circunstanciales o anticíclicas para sortear una coyuntura adversa. Ni siquiera una respuesta extraordinaria para enfrentar turbulencias internacionales. Por el contrario, es la decisión oficial de prolongar la vida útil de un programa económico que ya dio todo lo que podía dar. Se trata de puntos de inflexión que alejan a la Argentina del "sentido común" no sólo internacional, sino también regional. La acercan cada vez más a lógicas setentistas y ochentistas.
En este contexto, la brecha cambiaria pasa a ser un dato estructural. Irá y vendrá, se agrandará y se achicará. No será de comportamiento lineal, pero la tendencia es de aumento. En un punto, hasta será independiente de más o menos divisas en el mercado de cambios entre un mes y el otro, y hasta de los pagos de la deuda pública en dólares que haga el Gobierno. Mercados y precios alternativos para la moneda tienen en estos modelos "vida propia". Los da la política macroeconómica y sus desvíos (fiscales, monetarios y de controles cambiarios).
Habrá que ver el grado de profundización respecto del camino actual con un control más duro aún, que genera simultáneamente atrasos adicionales del tipo de cambio oficial vs. los precios. Aceleramientos en el deslizamiento del dólar oficial sólo de modo circunstancial pueden acercar las brechas: de ningún modo esta eventual aceleración sustituye a una política económica integral. Llegado a esta instancia, se corre detrás de los hechos, viendo qué pasa y sin una hoja de ruta predefinida.
Así son estos escenarios para acostumbrarse a convivir con lo que hay. En esta coyuntura argentina en particular, para los mayores de 40 años es reentrenarse. Para los menores, aprender. Estos controles al atesoramiento, al pago de importaciones, a la remisión de utilidades, generan inevitablemente mercados alternativos y precios superiores. Es éste un modelo de brecha cambiaria que tardó algunos meses para instalarse, pero llegó para quedarse.
Sin perspectivas de cambio, la adaptación habrá que hacerla también a los efectos colaterales que se generan. Que no son gratuitos. Con el tiempo le ponen un piso más alto a la suba de precios y uno más bajo a la monetización de la economía en moneda local, son un escolllo insalvable para la inversión y se traba el consumo. La tasa de ahorro natural de la economía queda a la deriva, busca hacia dónde ir. Sin reaccionar, aun sin colapsos, el deterioro es continuo e irreversible.
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