Ante un acuerdo obligado con el FMI
Las perspectivas económicas del país tornan prácticamente inevitable la necesidad de un arreglo por la deuda: un default lo convertiría en catástrofe sin atenuantes, capaz de borrar del almanaque del Frente de Todos el 2023
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Sin 2022 no hay 2023. Y nada asegura que el Gobierno pueda atravesar el año sin grandes riesgos. Mucho menos sin un acuerdo con el FMI. Por eso, en la Casa Rosada se abocaron a tratar de cerrar un arreglo, que pretenden anunciar hoy. A pesar de que todavía quedaban cabos sueltos y de la abundancia de manifestaciones contradictorias.
Las señales de un acercamiento técnico entre el organismo y el gobierno argentino, y el trascendido de que el staff del FMI tratará hoy con el directorio el avance de las negociaciones permitían anoche al Gobierno emitir gestos de entusiasmo y, sobre todo, de alivio.
La realidad aporta cada día evidencias más elocuentes y preocupantes. Hoy, aún más que hace un mes, las perspectivas económicas del país tornan prácticamente inevitable la necesidad de un arreglo por la deuda (impagable) con el organismo internacional. Alberto Fernández y Martín Guzmán lo saben. No hay viento de cola en el horizonte sino pronósticos de huracán de frente. Un default lo convertiría en catástrofe sin atenuantes, capaz de borrar del almanaque del Frente de Todos el 2023. Aunque Cristina Kirchner y los suyos piensen y digan lo contrario.
Al filo del primer vencimiento de deuda del año, que se producirá hoy, las discusiones dentro del oficialismo se centraban hasta último momento en la escenografía y la puesta en escena final casi tanto como en el texto por firmar, más allá de los detalles (para nada menores) que seguían en discusión con el FMI. La realidad es tirana con algunos símbolos y tradiciones. Y Cristina no está dispuesta a ponerlos en juego. Habrá que ver cómo los resignifica. De todas maneras, no será la primera vez que maquille contradicciones.
En tal contexto, otra vez Fernández se ve obligado a hacer malabarismos, mientras Guzmán hace dibujos que van y vuelven de Washington con correcciones y tachones.
En la Casa Rosada esperaban y confiaban anoche en que llegara desde la capital norteamericana una versión final posible de cerrar. Y de vender, sobre todo, puertas adentro del Frente de Todos. Si lo pudieran presentar mientras la vicepresidenta está en el aire en su viaje de regreso al país cantarían bingo. Aunque digan que no hay nada para celebrar, para que ninguno de los suyos se ofenda demasiado.
Lo cierto es que el plazo para abonar los 750 millones de dólares que vence hoy se convirtió en un acelerador de las discusiones, que exceden la cancelación de la cuota de capital. En el Gobierno afirman que fue el disparador para avanzar hacia un acuerdo global por toda la deuda.
“No tenía sentido pagar esta cuota sin tener alguna certeza de la posibilidad de un acuerdo conveniente”, afirmó uno de los integrantes de la mesa chica presidencial para explicar (o justificar) un nuevo trekking nacional al borde del abismo.
Para fundamentar los supuestos avances logrados en la última semana, mientras Cristina Kirchner y sus acólitos despotricaban contra el FMI, los más estrechos colaboradores presidenciales afirman que se debió a una conjunción de esfuerzos políticos y técnicos desplegados por Fernández, Guzmán y el canciller Cafiero destinados a lograr apoyo internacional, buena disposición del gobierno de Estados Unidos para avalar un acuerdo y a limar las diferencias técnicas con el FMI. Hasta hace casi nada, los dos primeros objetivos parecían más claros y más cercanos que el último.
Anoche, una gran duda iba de la Casa Rosada al Palacio de Hacienda, con escala en Washington. Radicaba en qué se podría presentar hoy públicamente. Las posibilidades, eran, de mínima, algún tipo de dilación consensuada del pago para seguir negociando o, de máxima, la cancelación de la cuota atada a un acuerdo por el total de la deuda de 47.000 millones de dólares, de los cuales este año vencen 29.000 millones. La noche llegó antes que las certezas.
Mientras tanto, en el sector financiero empezaba a ganar posiciones el optimismo. En la oposición y entre los economistas no oficialistas, los trascendidos de un acercamiento y eventual acuerdo se evaluaban con algún escepticismo.
Los interlocutores locales de los funcionarios del FMI y los conocedores de las dinámicas del organismo internacional tenían demasiado presentes la distancia que había hasta hace nada así como las condicionalidades difíciles de digerir para una parte decisiva del oficialismo. Alguien tuvo que ceder, dicen.
Más amenazas en el horizonte
La urgencia, sin embargo, no impide sino que obliga a ver otros riesgos no menos importantes que amenazan a la economía nacional y que para muchos tornan imperativo y explican la urgencia de un acuerdo con el Fondo.
El dato más relevante está a la vista de todos, aunque no muchos en el oficialismo lo visualizan y lo calculan o prefieren ponerlo bajo la alfombra: la principal fuente de provisión de divisas de la economía argentina emite por estos días estridentes luces de alerta.
Los ingresos del complejo agroexportador se reducirían este año, respecto del año pasado, en 4000 millones de dólares, como mínimo, por cuestiones meteorológicas, según cálculos del economista Gabriel Delgado de la consultora Equilibra, que comparten otros especialistas y que se condicen con las previsiones de los rindes de la cosecha de los principales granos exportables.
Sin embargo, hay proyecciones más preocupantes: la disminución podría ser de más de 10.000 millones si no hubiera un cambio (por ahora imprevisto) de las condiciones climáticas. La caída en el volumen de la producción sería de tal magnitud que no lo compensaría de ninguna manera el alza de los precios internacionales que se viene registrando desde hace unas semanas, afirman los especialistas en la materia. Un rojo cada vez más intenso.
Para poder dimensionar lo que se avizora, basta mencionar que el año pasado la Argentina recibió un extra en sus ingresos de alrededor de 12.000 millones de dólares entre lo que aportó el agro por el aumento de los precios internacionales y los derechos de especiales de giro del FMI. En materia de ingresos fiscales cabe agregar el aporte que hizo el impuesto a las grandes fortunas, del orden de los 2000 millones de dólares.
Aún así, 2021 terminó con las reservas al borde del rojo y el déficit apenas abajo de lo presupuestado gracias a esos aportes y a la inflación que le perforó el bolsillo a los jubilados. Difícil no pensar en ajustes. Aunque de eso no se hable. O no se quiera hablar. Más allá de los eufemismos o los sinónimos.
Otras comparaciones permiten visualizar mejor las inquietantes perspectivas. El pasado puede ser un espejo demasiado nítido. En toneladas producidas, la campaña agrícola 2021-2022 se asemejaría a la fatídica de 2017-18 que jaqueó a Mauricio Macri, antes de que el cambio de viento financiero internacional le diera el golpe de gracia a su gestión hiperendeudada en dólares. También podría equipararse en ingresos a la de 2008/09, que llevó a Cristina Kirchner a manotear las AFJP para afrontar el disparado déficit fiscal ante la falta de acceso al crédito internacional y cerrada la posibilidad de aumentar retenciones tras la derrota de la famosa resolución 125. Recuerdos dolorosos para todos, que obligan a medicinas amargas para muchos.
Cálculos demasiado optimistas
“No hay almuerzos gratis”, advierte un economista que mira con preocupación el horizonte económico argentino. Los optimistas cálculos de crecimiento que pregona para este año el oficialismo con el propagandista Guzmán en el centro de la escena entran así en categorías que van del realismo mágico, para los benevolentes, a la ciencia ficción, según los escépticos.
Caída del ingreso de divisas y fiscales por derechos de exportación y aumento de los gastos en dólares para solventar la importación de energía en alza y los bienes de capital que demanda una reactivación componen un cocktail que abre demasiados interrogantes y que casi nadie duda que está en consideración del Fondo Monetario Internacional. Es otro de los puntos que abre incógnitas frente al optimismo oficialista.
El acuerdo por firmarse, por más provisional (o light) que sea debe, como mínimo, ser consistente y cumplible, al menos teóricamente. Nadie firmará un descalce con la realidad demasiado evidente, dicen quienes conocen la intimidad del organismo de crédito.
“Hasta acá la cuestión argentina fue un problema del FMI como ente y de las autoridades que le dieron el préstamo excepcional al gobierno de Macri y ya no están. A partir de la firma pasaría a ser un tema de Kristalina Georgieva y de los nuevos responsables de la región. Nadie va a querer ponerle precio a su cabeza tan pronto sin alguna garantía”, explica un habitual interlocutor de los funcionarios del Fondo, que anoche abrigaba dudas no solo sobre la inminencia de un acuerdo sino sobre la benevolencia de ese arreglo que publicitaban desde la Casa Rosada. Faltan pocas horas para dilucidar al menos una de las incógnitas.
El futuro de Fernández
El apuro por llegar a un principio de acuerdo o, al menos, por alejar el riesgo del default tenía para el Presidente otros alicientes que los económicos. El viaje que el martes próximo emprenderá Fernández a Rusia y China también operó como un acelerador de las discusiones.
A pesar de la rivalidad que ambos países mantienen con los Estados Unidos, todos ellos coinciden en que un default es inaceptable y que no hay recetas ni soluciones mágicas. Mucho menos que estas pudieran salir de galeras rusas o chinas. La Casa Rosada y la Cancillería tuvieron señales demasiado claras en ese sentido como para no andar comprando espejitos de colores, aunque no faltó la tentación. A esas ilusiones, finalmente desvanecidas, adjudican algunas dilaciones y reticencias para llegar a un acuerdo. El cristicamporismo suele caer en ensoñaciones de un mundo imaginario,
No parecía muy viable la búsqueda de acuerdos comerciales e inversiones de parte de esos países sin algún avance en las negociaciones por la deuda con el FMI, en momentos en que sobreabunda la tensión entre ellos y los Estados Unidos. Ellos también son socios del Fondo, especialmente los chinos.
De lograr el decisivo avance que anoche se daba casi por hecho en el Gobierno, Fernández se embarcará hacia Oriente con otro talante y otras perspectivas.
Como siempre, cualquier posibilidad de gol desata la euforia en el elenco oficialista y al final del día de ayer ya empezaban a soñar con nuevos horizontes, aunque ninguna nube se hubiera disipado del todo. Los colaboradores más cercanos del Presidente ya lo dibujaban más esbelto y más joven que lo que lo veían el día anterior.
Si el Gobierno logra anunciar al menos un preacuerdo con el Fondo y, además, se cierran inversiones en Rusia y China, el albertismo nonato sueña con una reconfiguración de la relación de fuerzas dentro del oficialismo.
Si hay 2022, puede haber 2023-2027, se ilusionan por anticipado los allegados a Fernández. Pero todavía queda mucho camino de ripio por recorrer. La economía, la política, la compleja realidad internacional y la pandemia mantienen abiertas demasiadas incógnitas y amenazas. Cristina Kirchner también.
El acuerdo obligado con el Fondo es apenas un punto de partida.
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