Amagos de autoridad que desnudan el aislamiento de Alberto Fernández
El Presidente viajó a Jujuy y lanzó otro desafío a la Corte Suprema en el momento más delicado de su gestión económica; las dudas del kirchnerismo no cesan
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Alberto Fernández golpea la mesa y sale con dolor en la mano. Esta semana, mientras un tembladeral financiero sacude al país y resquebraja lo que queda del Frente de Todos, se prodiga en amagos de autoridad que desnudan su creciente aislamiento político. Lo “paró en seco” a Boris Johnson con un reclamo sobre Malvinas, propuso ante los líderes del G-7 “el diálogo entre las partes” como solución a la guerra Rusia-Ucrania, pidió a la CGT que le organicen un acto para celebrar a Perón y ahora sorprendió con el enésimo desafío a la Corte Suprema.
Presentó su intempestivo viaje a Jujuy para visitar a Milagro Sala, internada por una trombosis severa, como una forma de “mostrar una situación oprobiosa que la Corte sigue sin resolver”, en alusión al fallo pendiente sobre los recursos que presentó la defensa de la dirigente kirchnerista para revisar la condena a 13 años de prisión en una causa de fraude y extorsión.
El jefe de la Agencia Federal de Inteligencia (AFI), Agustín Rossi, añadió que el viaje “debe generar una reacción en la Corte Suprema”. Añadió, con la misma convicción que validó como “instructores de vuelo” a los iraníes que vinieron en el misterioso Jumbo de Emtrasur que sus agentes no vieron venir: “Estamos ante un caso de persecución política del gobierno de Jujuy”.
El kirchnerismo elevó a Sala a símbolo del lawfare. Acusan al gobernador radical Gerardo Morales de liderar una operación judicial para mantenerla detenida desde 2016 (ahora está con domiciliaria). Sala tiene una condena ratificada el año pasado por la Corte nacional en un caso de amenazas (de dos años) y varios expedientes en trámite. La prisión preventiva que denuncia el Presidente está vinculada al caso “Pibes Villeros”, en el que la justicia provincial la condenó como jefa de una asociación ilícita que estafó al Estado en la construcción de viviendas sociales entre 2011 y 2015. El procurador general, Eduardo Casal, dictaminó en febrero a favor de dejar firme la condena. Ahora falta que el tribunal dicte la resolución sobre la que intenta influir Fernández.
Mientras volaba en su misión justiciera, en la Casa Rosada el Gobierno organizaba una ceremonia de la debilidad con una reunión de Gabinete donde no quedaba lugar para una ausente más. Sin Martín Guzmán en la sala, fue el ministro de Seguridad, Aníbal Fernández, el encargado de transmitir tranquilidad a los mercados. Repitió la frase inquietante que el día anterior había expresado el presidente del Banco Central, Miguel Pesce, sobre las restricciones a las importaciones para cuidar los dólares que escasean: “Se están tomando las medidas para evitar una devaluación”. La soga en la casa del ahorcado.
Admitió que hubo demoras en la compra de gasoil que provocaron la crisis de abastecimiento que resiente el aparato productivo del país y agiganta la tensión social. Habló incluso del caso del chofer asesinado por un grupo de transportistas después de eludir un piquete en el interior bonaerense y fue capaz de introducir una nota optimista: en Daireaux, donde ocurrió el crimen, no hay faltante de combustible.
Crisis de liderazgo
El Presidente sufre una crisis grave de autoridad desde que Cristina Kirchner se plantó a reprobar en público su política económica y a acusarlo sistemáticamente de no tomar decisiones. Su gobierno corre detrás de los acontecimientos económicos, sin vocación de presentar un plan contra la inflación (otra guerra que declaró solo de palabra) ni capacidad de ejecutar a tiempo las medidas a las que se compromete, como ocurrió con la quita de subsidios energéticos. Los mercados anticipan problemas más profundos y a una velocidad inesperada.
Ajeno a la necesidad de construir confianza, Fernández decide operar en su zona de confort. Percibe que suspender toda su agenda para ver a Milagro Sala será un gesto valorado por el kirchnerismo. Como si lo moviera todavía la ilusión de convencer a quienes lo elevaron al sillón presidencial de que sigue siendo uno de ellos.
La Corte es un enemigo que unifica. Más aún desde del fallo unánime con el que la semana pasada que sepultó la esperanza de Cristina Kirchner de suspender el juicio por corrupción en la obra pública que la expone a una posible condena este mismo año.
“Vengo a llamar la atención de la Argentina. La Justicia debe funcionar de otro modo. Es una cuestión de derechos humanos”, dijo Fernández en San Salvador. Llamó a la Corte y a los tribunales jujeños a que “terminen con la persecución”. Aclaró que hablaba como “hombre del derecho”, como si pudiera dejar de ser presidente de a ratos y sus palabras no pudieran afectar el principio constitucional de la división de poderes.
La “operación Milagro” parece otra “patriada” tribunera, como el planteo nacionalista al premier británico sin el menor trabajo diplomático previo. ¿Alguien en el Gobierno cree que la Corte actual, con la impronta que ha mostrado en sus últimas resoluciones, va a sentirse inclinada a fallar en favor de Sala porque Fernández lo reclame públicamente? La respuesta es no.
Cabe entonces plantear otra pregunta: ¿conseguirá con el apoyo a Sala recuperar el favor de Cristina? Otro no, rotundo. Ella exige un giro en las políticas, no palabras que endulcen sus oídos. “No se trata de defender a Venezuela y a Cuba en Estados Unidos, sino de tocar intereses de los poderosos”, traduce un kirchnerista de diálogo permanente con la vicepresidenta. Igual el camporista que lo enjuicia a diario, Andrés Larroque, le dedicó un circunspecto elogio en Twitter por la visita a la clínica donde está internada Sala.
Muy bien @alferdez. pic.twitter.com/CkKnERfNk2
— Andrés Larroque (@larroqueandres) June 29, 2022
Nada para ilusionarse. Acaso la sobreactuación con Sala termine por agravar la demanda interna. Un indicio lo aportó Juan Grabois, cuya mirada suele coincidir en los últimos tiempos con las de Cristina y Máximo Kirchner. Mientras Fernández volaba sobre un país de camiones varados en las rutas, pidió lisa y llanamente que firme un indulto. “Si está convencido de que Milagro es una perseguida, que ponga las pelotas sobre la mesa”, dijo.
Alberto sufre el karma del converso: para creerle siempre le piden un poco más.
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