Alguien bajó la palanca de la re-reelección
Enfurecida por momentos en público y siempre en privado desde el jueves pasado, Cristina Kirchner sólo sabe que ha perdido un discurso . Esencial. Era casi el eje de su poder frente a un peronismo históricamente esquivo con los que carecen de destino. El prematuro proyecto de re-reelección quedó sepultado ante cientos de miles de cacerolas, aunque ya antes había sufrido un golpe mortal. Se lo asestó la firma unánime de la oposición al anticipar que nunca habilitaría ni siquiera el debate de una reforma constitucional. Esa traba institucional se unió luego al sonoro veto social. La re-reelección ya no cabe ni siquiera en el discurso del kirchnerismo marginal. El horizonte de Cristina se encoge, irremediable, a diciembre de 2015.
La conservación del poder hasta esa fecha final deberá hacerse ahora por otros medios. ¿Cuáles? La oferta es escasa. La Presidenta rechazó la posibilidad de reconocer la protesta más grande que hubo en la democracia argentina. No existió. Esa inexistencia no se discute en el ágora del poder. Todo el Gobierno se ha convertido en el partido de la negación. Los caceroleros son fantasmas. La inseguridad es una sensación. Ghana debe rendirse ante los fanfarrones micrófonos de Héctor Timerman. El peronismo se sorprendió en un soterrado estado de asamblea. Siempre le gustó controlar la calle, no enfrentarse a ella.
El peronismo con estructura y con convocatoria se divide, en realidad, entre los que ya han dado el salto y los que se preparan para saltar hacia un lugar más acogedor que el cristinismo. Scioli, Massa, Urtubey y gran parte de los intendentes bonaerenses podrían anotarse en el segundo grupo. En el primero ya están De la Sota, algunos intendentes abiertamente antikirchneristas y el duhaldismo residual. Gobernadores e intendentes necesitarían tener almas de santos para soportar sin resistirse las condiciones del cristinismo. El único ajuste de las cuentas públicas que está haciendo el Gobierno es el ajuste al que somete a las provincias y los municipios. La seducción del dinero ya no es lo que era. La Presidenta tampoco tiene en cuenta al peronismo ni siquiera para los gestos. Cristina Kirchner se siente cómoda con el cristinismo y, sobre todo, con los jóvenes camporistas que le deben todo a ella. Sin afecto y sin recursos, y con la popularidad presidencial en franca decadencia, ¿por qué los peronistas se sacrificarían por su presidenta? ¿Por qué se enfrentarían con la clase media, crucial para una victoria o una derrota electoral ? Éstas son las preguntas que el peronismo se hace en voz baja.
Sin embargo, los fracasos públicos no se trasladaron aún a los equilibrios de la política. El enorme poder de los medios de comunicación estatales o paraestatales está dando sus frutos. Los jueces temen ser sometidos a las campañas mediáticas que ya sufrieron, o sufren, magistrados como Ricardo Recondo o Francisco de las Carreras. El ejemplo de la instancia máxima de la justicia brasileña, que mandó a la cárcel al hombre más importante en tiempos del poder de Lula, ni siquiera podría imaginarse en la Argentina. El partido de José Dirceu, el Partido de los Trabajadores, están aún en el poder en Brasilia. Esos jueces brasileños fueron implacables.
Mauricio Macri aceptó ayer las reglas de juego del gobierno nacional. El ajuste en los servicios públicos debía hacerlo Macri en su distrito. Que otros paguen los derroches del kirchnerismo. Macri decidió hacerse cargo de los subterráneos sin ningún acuerdo con el cristinismo, que es lo que el cristinismo quería. Los subtes son responsabilidad de Macri, como la letal proliferación de la droga en el país es culpa de los socialistas santafecinos. Antonio Bonfatti fue excesivamente cordial con la jefa de la organización que calumnió a su gobierno. Cristina Kirchne r estuvo en Santa Fe y el gobernador eludió toda referencia al "narcosocialismo" que describió Andrés Larroque, uno de los camporistas más cercanos a Cristina. El propio Scioli prefirió el silencio después del cacerolazo, aun cuando ya llegó a la conclusión de que nunca será querido por el kirchnerismo. Son triunfos pequeños del oficialismo frente a las muchedumbres opositoras del jueves pasado, pero le sirven para seguir ignorando lo que sucedió en una calle por primera vez ajena y extraña.
El populismo tiene una sola receta para responder a la adversidad política: abrazarse al nacionalismo a la espera de que la sociedad se abroquele detrás de su gobierno. La última malvinización de la política exterior coincidió con la caída inicial de la Presidenta en las encuestas. No sirvió. Después echó mano de la expropiación de YPF. Las encuestas remontaron durante un mes, pero se volvieron a derrumbar al mes siguiente. El costo político es cada vez más grande. Y también el papelón. Repsol está ganando más sin la carga de YPF. Y las ganancias de YPF se desplomaron sin Repsol. Parece que el Gobierno no sólo no mira las consecuencias; tampoco le importan.
La última gesta nacionalista es un discurso belicoso contra Ghana. El reciente pecado de Ghana fue ordenar un traslado de la Fragata Libertad en el puerto donde está. El conflicto de estos días por el traslado no es un enfrentamiento contra la supuestos fondos buitre, sino contra el gobierno de Ghana, una de las pocas democracias que existen en África. Envuelta en su bandera nacionalista, Cristina Kirchner ni siquiera evaluó la posibilidad que le dio el juez norteamericano Thomas Griesa. El magistrado ordenó que los bonos que no entraron en el canje de 2005 se los tratara de la misma manera que los que sí entraron; es decir, con una muy fuerte quita de su valor original. El Gobierno hasta puede discutir genuinamente el pago de intereses punitorios transcurridos desde 2005. Esos bonistas no entraron porque no quisieron.
Pero el modelo cristinista se basa en la premisa de no negociar, que es una manera de negar la política. No negocia ni con Ghana ni con Griesa. No reconoce ni concede nada a los caceroleros. No negocia con la política ni con los sindicatos ni con los empresarios. Los ministros acatan esa decisión, callados y obedientes. Es el requisito de su propia continuidad. Cuando el cristinismo se pregunte algún día quién frustró el sueño de una Cristina eterna, deberá mirarse al espejo para descubrir quién bajó la palanca y apagó para siempre la re-reelección de la Presidenta.
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