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Hoy se cumplen 12 años desde su fallecimiento y, sin embargo, la democracia republicana extraña cada vez más a Raúl Alfonsín. Esta democracia quebrada por la cleptocracia, el autoritarismo y los fracasos sanitarios y económicos, necesita con urgencia un líder de la dimensión ética y de un estadista como el expresidente radical.
Ya pasaron 12 años y su partido todavía padece esa orfandad. Es que su figura se transformó en prócer con el tiempo. Creció y se agigantó porque supo honrar la política y porque hizo de la honradez y la ética de la responsabilidad sus principales banderas. Su gestión tuvo ataques de todo tipo, pero Alfonsín respondió sin una gota de autoritarismo ni violencia y cero corrupción. Era un gallego calentón, como él decía de sí mismo, que se enojaba cuando elogiaban su honradez. No concebía otro tipo de comportamiento.
En 2007 durante un largo reportaje, dijo que Cristina Kirchner: “Tiene un déficit muy grande, que es su iracundia”. Y del populismo, agregó: “Es una plaga en cualquier parte, es algo sin doctrina, puja de poder, no respeta, crea su propia institucionalidad”.
La tolerancia de Alfonsín no era tibieza. No rehuía el debate. Con sus argumentos, se plantaba ante cualquiera.
Me pregunto y les pregunto: ¿Volverá Alfonsín? ¿Cuándo? Porque él también habita en el corazón de su pueblo. ¿Tendremos los argentinos la posibilidad de comprobar en la práctica la verdad y la justicia de su prédica?
Con todos sus errores, con todas sus equivocaciones, a 12 años de su muerte, creo que Alfonsín es mejor que la media de los presidentes que tuvimos y –si me apura- creo que es mejor que la media de la sociedad que tenemos.
No quiero decir que el doctor Raúl Alfonsín haya sido un presidente perfecto. De ninguna manera. Fue tan imperfecto y tan lleno de contradicciones como todos nosotros. La democracia es imperfecta. Pero nadie puede desmentir que Alfonsín fue un demócrata cabal. Nunca ocupó ningún cargo durante ninguna dictadura. Y eso que muchos de sus correligionarios si lo hicieron. Estuvo detenido por ponerle el pecho a sus ideas. Fue un auténtico defensor de los derechos humanos de la primera hora y en el momento en que las balas picaban cerca. Fue su bandera permanente. Se jugó la vida por eso. No fue por una cuestión de oportunismo ni para cazar dinosaurios en el zoológico.
Fue defensor de presos políticos durante la dictadura, reclamó por los desaparecidos y fue co-fundador de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos. Vale la pena recordar que Alfonsín hizo todo eso. Como para respetar la sagrada verdad de los hechos. Por eso, con toda autoridad, después parió el Nunca Más y la Conadep y el histórico Juicio a las Juntas Militares que ningún otro país del mundo se atrevió a hacer con la dictadura en retirada pero todavía desafiante, poderosa y armada hasta los dientes.
Tuvo sublevaciones militares carapintadas, paros salvajes de la CGT de Ubaldini y golpes de mercado que intentaron derrocarlo. Es verdad que también existieron los errores y los horrores propios. Sobre todo, el desmadre inflacionario. Y el derrumbe de la confianza en la capacidad para gobernar y ese descontrol que terminó con la entrega anticipada del poder.
Si tratamos de ser lo más ecuánimes y rigurosos posibles aparecen las luces y las sombras de una gestión. Pero el paso del tiempo y la comparación con lo que vino después, lo deja a Raúl Ricardo Alfonsín del lado bueno de la historia. En la vereda del sol. Entrando a los libros como un héroe que se definió como el más humilde de todos los servidores del pueblo. Nadie puede negar que fue un patriota. Cada día la democracia republicana lo extraña más. En estos tiempos de cólera su sabiduría nos podría iluminar el camino. Aquellas frases dichas casi como testamento: “Si la política no es diálogo, es violencia” y “gobernar no es solo conflicto, básicamente es construcción”. Algo así como decir que la palabra enemigo hay que extirparla del diccionario político. Que solo hay que marginar a los golpistas y los corruptos. Cada día es más necesaria su apuesta a la coexistencia pacífica de los diferentes, a una república igualitaria y a la libertad. Raúl Alfonsín fue el partero del período democrático más prolongado de toda la historia. Siempre será como un símbolo de la luz de las ideas que salieron del túnel de la muerte y el terrorismo de estado.
Mientras más corrupción y autoritarismo se instalan en esta sociedad, más necesitamos a Raúl Alfonsín. Pero su legado, su coraje sigue en el corazón y en las neuronas de los argentinos. Nos queda grabado en la memoria colectiva, con su chaleco impecable, su austeridad franciscana y esa cara de bueno capaz de seducir hasta al más acérrimo de los enemigos.
El día que los pueblos sean libres, el día que Argentina sea un país sin pobreza ni desocupación y con igualdad de oportunidades y sin ladrones ni golpistas, ese día, Alfonsín volverá y será millones.
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