Alberto Fernández ya está reunido con Vladimir Putin en Moscú
El Presidente mantiene un encuentro con su par de Rusia en el que se espera que chalen sobre nuevos acuerdos comerciales, científicos y técnicos con la mirada puesta en reforzar la relación bilateral
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MOSCU.- En otra jornada gélida -nevisca y el termómetro marca 4 grados bajo cero-, el presidente Alberto Fernández ya se encuentra reunido con su par ruso, Vladimir Putin. Comparten un almuerzo de trabajo a solas, en el que el objetivo argentino es reforzar la ya buena relación bilateral, impulsando acuerdos comerciales, científicos y técnicos y, sobre todo, conseguir ayuda financiera extra, después del principio de acuerdo con el FMI.
El objetivo de Putin, que se encuentra en un momento de extrema tensión con Washington y la Unión Europea por Ucrania, en tanto, es demostrarle al mundo que no está aislado. Y qué, bien o mal, más allá de sus amenazas de invasión en la vecina exrepública soviética, sigue teniendo países amigos. Se cree que fue justamente por esta situación internacional fluida y trepidante que Putin hizo esperar a Fernández. La cita estaba prevista a las 13 locales (las 7 argentinas), pero el Presidente debió quedarse en el hotel hasta las 13.45, aguardando desde el Kremlin luz verde (telefónica) para ir hasta el Palacio Presidencial.
Los dos mandatarios, que hasta ahora se vieron sólo en videoconferencia y afianzaron su relación gracias a la vacuna Sputnik V, al final de su almuerzo de trabajo darán una declaración ante los periodistas acreditados, entre los que se encuentran LA NACION y la agencia oficial Télam, únicos medios argentinos. Aunque en un principio habían dicho que cada uno iba a tener derechos a una pregunta, finalmente descartaron esa posibilidad.
Fernández llegó al imponente Kremlin -que significa fortaleza- en una limusina negra con la bandera argentina y después de hacerse un enésimo test de hisopado para detectar Covid-19. Pese a que la mayoría de los miembros de la comitiva protestaron porque querían acompañarlo, no hubo caso. El formato conseguido después de arduas tratativas por el embajador argentino en Moscú, Eduardo Zuaín, preveía sólo una persona: el Presidente, acompañado de un intérprete y ningún miembro de delegación.
Perdón la filmación desordenada: aquí saludo y pequeño intercambio con @alferdez, recién llegado al hotel en #Moscu Rusia 🇷🇺 El Presidente contó que en las 16 horas de vuelo “durmió un poquito” - @LANACION único medio presente pic.twitter.com/NxaNFmaL78
— Elisabetta Piqué (@bettapique) February 2, 2022
“Fue un trabajo de seis meses, muy difícil, porque desde que estalló la pandemia Putin no ve prácticamente a nadie y las entrevistas personales de él son excepcionales. Ellos me dijeron que si era a solas, era posible, sin tráfico de gente y yo acepté inmediatamente”, contó el diplomático a LA NACION. “El premier indio, Narendra Modi, por ejemplo, se bajó del avión, lo vio a Putin y se volvió a subir al avión. Y yo dije: ‘Quiero lo mismo’ y sólo así aceptaron”, precisó el diplomático, en un breve diálogo en el lobby del Hotel Metropol, cuartel general de la comitiva argentina, que esta misma tarde partirá con rumbo a Pekín.
En uno de los bellísimos salones de este refinado cinco estrellas con mucha historia, después de dormir apenas cuatro horas debido al jet-lag, según contaron, y antes de partir para su gran cita Fernández “conversó con quienes lo acompañan durante el desayuno y se informó permanentemente de todo lo que deviene en la Argentina”.
Recibido con todos los honores, el trayecto desde el hotel en una Moscú nevada fue breve e impactante. El Presidente pudo ver la inmensa estatua de San Vladimir, así como la Torre Kutafya, ingreso principal, destinado a la prensa, de un lugar imponente, centro del poder político del país y, al mismo tiempo, el corazón de Moscú y de toda Rusia. Lleno de historia, en el pasado el Kremlin fue sede de la Iglesia ruso-ortodoxa y residencia del príncipe, luego de los autocráticos zares, de los dictadores del régimen comunista y ahora de los presidentes de la era moderna, que gobernaron y siguen gobernando desde allí.
La sede del gobierno ruso
El Kremlin está rodeado por una muralla de ladrillos rojos de más de 2000 metros marcada por 20 torres defensivas. Las más importantes son la Torre Puerta del Salvador, que ostenta un reloj y que se asoma a la adyacente Plaza Roja y la Torre del Zar, agregada en 1680. Según la leyenda, Iván el Terrible asistía a las ejecuciones y a las manifestaciones que había en la Plaza Roja desde una torre de madera que se levantaba antes justo ahí.
Fue Iván el Tercero (el Grande) quien quiso que allí se levantara una capital a la altura de Constantinopla en cuanto a grandeza, poder, conquistas y arquitectura. En su esfuerzo por construir una “Tercera Roma”, mandó a llamar a arquitectos italianos que, hace más de 500 años, proyectaron nuevos muros, torres y tres catedrales. Más tarde, Pedro el Grande transfirió la capital a San Petersburgo, pero los zares siguieron celebrando aquí coronaciones y otras ceremonias. En el siglo XIX Napoleón ocupó la fortaleza, incluso dañó algunas partes antes de retirarse en 1812, pero el antiguo símbolo de Rusia resistió.
Fue más de un siglo más tarde, en 1917, con la revolución de octubre, que volvió a ser expugnada la ciudadela.
Rodeado por el río Moscova y otro canal ahora helado, el Kremlin está abierto a los visitantes desde 1955. Pueden visitarse sus tres catedrales de cúpulas doradas -hoy en parte recubiertas de nieve-, el campanario de Iván el Grande, que tiene un museo, pero no el Gran Palacio del Kremlin, al que ingresó el Presidente.
Se trata de un edificio de color amarillo y techo verde y dorado, construido entre 1838 y 1849 por el arquitecto Konstantin Thon como residencia imperial para Nicolás I y cuenta con 700 habitaciones. Hoy es una de las residencias oficiales del presidente ruso y es utilizado para visitas de Estado y recepciones. El inmenso palacio incluye edificios más antiguos, como el Palacio de los Diamantes y el Palacio Terem, y diversas capillas. Pese a las dimensiones nunca fue muy apreciado, sino que fue comparado con un cuartel y definido “pretencioso”.
No hace falta decir que para ingresar hasta allí como periodista, al margen de la acreditación oficial correspondiente, hizo falta sortear varios controles de seguridad, detector de metales, de explosivos, e incluso realizar un nuevo test de hisopado (el cuarto en pocos días), para evitar que el virus ingrese al Palacio. Aunque más peligroso parece ser resbalarse en el suelo helado de Moscú.
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