Alberto Fernández y las verdades incómodas de un gobierno de científicos
Como corresponde a un gobierno de científicos, Alberto Fernández experimenta antes de hablar. El domingo pasado, contó en televisión, salió a la calle manejando su auto y comprobó que la gente "sale, camina, circula". La evidencia salta a la vista: "La cuarentena no existe".
Es fácil imaginarlo. El Presidente que mira a través de los vidrios polarizados de su Toyota gris, azorado ante las multitudes que pueblan las veredas y conteniendo las ganas de bajarse a arengarlos para la batalla, como Churchill en el metro de Londres en La hora más oscura. Si no fuera por el virus...
El mismo rigor lo llevó a indignarse con la oposición por impedir la sesión del martes en la Cámara de Diputados. Hubo cierto desliz porque el Frente de Todos había dado por válido un debate tormentoso. Pero la afirmación presidencial descansaba en un dato preciso. Bastaba con mirar el tablero del recinto: los diputados de Juntos por el Cambio, sentados en las bancas, figuraban como ausentes, mientras que los oficialistas retratados en el LED de Sergio Massa peleaban por llegar al quorum.
Fue tal vez un desvío en el camino prometido de terminar con la grieta, a la espera del día en que pase la pandemia y se pueda organizar la fiesta de la unidad nacional. Con un "banderazo de argentinos de bien", como auguró el jueves el Presidente en un Zoom con militantes.
Un día antes, frente a industriales, Fernández explicó algo que habrá enorgullecido a Axel Kicillof, sentado delante de él, y a Cristina Kirchner, que lo ronda siempre como un espíritu santo. Dijo que por efecto del coronavirus "el capitalismo se destruyó a una velocidad que asombra".
Al Presidente le fastidia la "Buenos Aires opulenta", que sufrió en carne propia durante años viviendo en una torre en Puerto Madero con vista a Uruguay
En este nuevo mundo, debe concluirse, la Argentina tendrá más fácil la negociación con el FMI por los US$44.000 millones que le prestó a Mauricio Macri cuando era un instrumento del orden mundial que se hizo añicos. Lo ilusiona la empatía que percibe en la búlgara (él dijo "húngara", pero quién no se confunde con esos países) Kristalina Georgieva, a quien le presentará una "receta hecha en la Argentina" para postergar los pagos.
Complejo de culpa
Al Presidente le fastidia la "Buenos Aires opulenta", que sufrió en carne propia durante años viviendo en una torre en Puerto Madero con vista a Uruguay. La mudanza a Olivos le habrá dado la perspectiva que le faltaba para exponer su culpa. "Tiene un ingreso per cápita parecido al de las grandes capitales europeas", añadió. Los datos que sostienen esa comparación podrían estar afectados por los distintos valores que tiene el dólar en el país. Madrid, por poner una ciudad de las características aludidas, tiene un salario promedio de 1961 euros y un PBI per cápita (2019) de 35.000 euros. Habría que hacer la cuenta.
Acaso por falta de experiencia en el terreno no afloró la culpa presidencial cuando visitó Formosa, la tierra de Gildo Insfrán, gobernador desde hace 25 años de una provincia que tiene el menor número de empleados en el sector privado y que vive en un 95% de recursos del Tesoro Nacional. A Insfrán lo consideró Fernández "uno de los mejores políticos y seres humanos".
El Presidente ansía que la Argentina sea algún día como Finlandia, por mucho que los nórdicos se empeñen en puntualizar las diferencias. ¿Se lo habrá anticipado la carta astral de Vilma Ibarra?
Palabras similares dedicó alguna vez a Hugo Moyano, su invitado reciente a una comida familiar. Porque el Presidente almuerza con la gente que quiere, como regañó a quienes se indignaron con la foto de aquel encuentro sin barbijos ni distancia. Lógica pura. Si nadie cumple la cuarentena, por qué habría de cumplirla él.
Moyano hizo silencio al irse. Se desconoce si hablaron de las reformas que demandará el FMI (como buen empresario el camionero sospecha que el capitalismo no estaría muriendo). Los sindicatos mantienen el "no pasarán" en defensa de las leyes laborales con el mismo énfasis que consienten la monumental devaluación salarial en curso.
Pero conviene mirar el vaso medio lleno. El Presidente ansía que la Argentina sea algún día como Finlandia, por mucho que los nórdicos se empeñen en puntualizar las diferencias. ¿Se lo habrá anticipado la carta astral de Vilma Ibarra?
Sigue una huella. Antes de su primer mandato, Cristina Kirchner se ponía como norte Alemania. La ciencia de Guillermo Moreno le permitió superar a los germanos en la lucha contra la pobreza.
La vicepresidente fue pionera en la estrategia de crear realidad a partir de su propia percepción, sin atender la mirada ajena. Esa fórmula, está probadísimo, resulta infalible: haciendo lo mismo una y otra vez se llega irremediablemente al mismo lugar.
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