Alberto Fernández se abraza a Mauricio Macri para zafar de la interna oficialista
El Presidente y su antecesor aprovechan la recreación del circulo vicioso de los miedos y la confrontación para ocupar el centro de la política argentina
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Impedido de romper y demasiado condicionado para unir el fisurado frente interno, Alberto Fernández cree haber encontrado un atajo para sostenerse sin rendirse definitivamente a las presiones cristicamporistas que lo asedian. Con ese fin intenta utilizar en su beneficio la reinstalación y nueva centralidad adquirida por su predecesor, Mauricio Macri.
El remanido “¡ah, pero Macri!” esgrimido en los últimos dos años por el oficialismo, sin distinciones, para justificar todo error y fracaso propios acaba de ser cambiado por el presuntamente atemorizante “¡ojo, que vuelve Macri!”. Con ese argumento/eslogan, el albertismo en pleno trata de reunificar su base de sustentación y enfriar una interna que sigue al rojo vivo y sin que los intentos de tregua logren algún cometido.
El anatema fue explicitado en forma de alerta lanzada por el ministro de Obras Públicas, Gabriel Katopodis, que rompió su reconocido tono moderado y misional para descerrajar: “Cuando se cuente que estuvimos casi al borde de una guerra mundial, si se escribe que la dirigencia del FDT estuvo disputándose en cuestiones internas (…,) nos van a cagar a palos todos los argentinos”.
Para que no quedaran dudas del propósito y el apego al guion que se escribió en la Casa Rosada, concluyó: “No es una hipótesis que Macri quiera volver. Está ahí. El macrismo ve la oportunidad de volver porque ve que el Frente de Todos se puede romper”.
El fantasma macrista es también el escudo que esgrimen desde la Presidencia para no entregar a algunos de los colaboradores principales de Fernández, empezando por Martín Guzmán, como le exigen Cristina Kirchner y La Cámpora. En la lista negra del cristicamporismo siempre acompañan al ministro de Economía sus pares de Relaciones Exteriores, Santiago Cafiero; de Desarrollo Productivo, Matías Kulfas, y de Desarrollo Social, Juan Zabaleta. Albertistas sin otra terminal. Está claro que lo que buscan no son tanto sus puestos sino terminar de sitiar al Presidente. Nunca es suficiente.
Por eso, Fernández no quiere bajar otra vez, como ya lo hizo tantas, esa barrera, aunque es lo que aleja a la vicepresidenta de los intentos de mediación y reconciliación. Con ellos adentro, nada, advierten desde el Instituto Patria. Una condición que, al menos, opera como una gran excusa en el objetivo de mantenerse todo lo lejos que pueden de los fracasos por venir del Gobierno que ella y los propios vaticinan.
“Si es para volver a hablar de lo que ya pasó y para probar las mismas recetas que nada curaron, como cambiar medio gabinete, Alberto no se va a sentar con Cristina ni con ninguno de los que lo cuestionan. No, al menos, con esa condición”, afirma uno de los funcionarios que más conocen y mejor interpretan al Presidente.
Ya lo saben en el cristicamporismo. Por eso ayer el nuevo vocero de ese sector, Andrés “Cuervo” Larroque, dijo lo que dijo. “Nos quieren poner el mote de sectarios, cuando el sectarismo está en quienes quieren gobernar con cinco amigos”, el ministro de Axel Kicillof suele usar los números como armas contra el Presidente y siempre los recorta para que sean más hirientes.
El jueves pasado en la Plaza de Mayo el ladero de Máximo Kirchner dijo que Fernández fue en 2017 el jefe de campaña de un espacio que sacó el 4% de votos, cuando había obtenido 5,2%. Ayer se ocupó de reducir la mesa chica albertista. Podrán responderle que, en rigor, no son cinco sino siete sus integrantes. Pero la diferencia no cambia el fondo. Por lo que con la cuota de deliberada de malicia que le agrega Larroque pretende caricaturizar la delgadez albertista.
Así lo decodifican en la Casa Rosada, donde leen cada embate camporista como una provocación para que el Presidente reaccione y sea él quien se haga cargo de la ruptura de la (ex)coalición gobernante. Así está la relación. Nadie quiere estar en estas condiciones, pero nadie quiere pagar el costo de la salida. Relaciones tóxicas y disfuncionales.
¿Cambio de personalidad?
La firmeza sin precedente que por estos días proclaman y actúan en el albertismo es motivo tanto de sorpresa como de dudas sobre su sustentabilidad. Los colaboradores presidenciales pretenden explicar la novedad por la fuerza de lo inevitable. Aunque la presunta transformación de Fernández implicaría mucho más que una adecuación de conductas. Se trataría casi de un cambio radical de personalidad. Un trasplante actitudinal.
“Nadie mide mejor que Alberto dentro del FDT y desde ahí está dispuesto a construir. Además, no le queda otra cosa por hacer. Hasta acá la premisa que guio su toma de decisiones fue la búsqueda del consenso interno, pero no sirvió para nada. Ahora el eje será la gestión y adopción de políticas. Tiene que tomar decisiones y lo va a hacer, aunque no les guste a algunos”, explica uno de los integrantes del quinteto que tanto molesta a Larroque, y con el que coinciden todos los demás.
“Mientras ellos [por los cristicamporistas] siguen hablando de la interna, nosotros hacemos cosas. Rosca versus gestión. La gente quiere soluciones, no que discutamos”, dice otro albertista sin mancha de cristinismo.
Es lo mismo que de otra manera también hizo público Katopodis. Llegado el caso de que ocurra la reacción social que él advirtió, tratarán de poner en la primera fila para que reciban los castigos a los que ahora tiran piedras. El que avisa no traiciona.
Los recortes estadísticos son otra de las herramientas con que sus laderos envalentonan a Fernández para que no afloje ahora. Argumentan que si el Gobierno logra sostener algunos resultados económicos favorables, los críticos internos terminarán por encuadrarse ante la fuerza de los hechos. La recuperación de la economía y de los puestos de trabajo son los dos rubros que blanden como conquistas casi definitivas, a pesar de la fragilidad que expresa la continuidad de la doble indemnización y la prohibición de despidos.
Un relato para la inflación
La gran amenaza sigue siendo la inflación, para la cual no tienen recetas ni certezas. La guerra no empezó bien. Asumen en el primer piso de la Casa Rosada los malos indicadores que arrojará marzo, con una suba general en torno del 6 por ciento. Prefieren tomarlo como un punto de inflexión de un presunto cambio de tendencia.
Es la preparación del terreno para celebrar si el índice de abril arroja, como prevén, una caída, por más módica que sea y aunque en ella el componente estacional sea decisivo. Partes oficiales de guerra. Hay que retemplar el ánimo de la población. Mientras tanto celebran en absoluto silencio los beneficios de la suba de precios, que licúa gastos estatales, como salarios y jubilaciones. El acuerdo con el FMI puede cerrar solo con inflación.
Lo mismo ya han decidido hacer con las homeopáticas inversiones que pueden anunciar. Relato. Aunque está claro que nada cambiará la ecuación definitiva ni permitirá revertir el sendero de la agonía administrada que pronostica la mayoría de los analistas.
Las prevenciones que incluyó el FMI en el documento de aprobación del acuerdo con la Argentina están en línea con lo que prevén la mayoría de los inversores, los empresarios y los economistas. El riesgo país se mantiene en torno de los 1800 puntos.
Las buenas intenciones está claro que resultan insuficientes y la inestabilidad que aporta la interna política atenta contra cualquier relato motivacional. Ninguna de las expresiones pretendidamente tranquilizadoras del Presidente y sus ministros más leales cambió la dinámica del comportamiento de los precios, bajó el estado de alerta de los productores agropecuarios ni modificó la indiferencia o el rechazo de los inversores. Ni siquiera ocurre en los sectores como el energético, que atraviesan un momento excepcional por la guerra que desató Rusia y cuyo auge que perduraría bastante más allá del fin de esa conflagración, según pronostica la mayoría de los analistas.
El meneo de aumento o reinstalación de retenciones a las exportaciones primarias, las propuestas para prohibir o restringir las exportaciones de combustibles (todas ideas del cristicamporismo que permanece en el Gobierno) o los impedimentos para la remisión de utilidades a casas matrices extranjeras son, como el cepo cambiario, una palo en la puerta giratoria de la economía y las finanzas.
“Hay demasiados ejemplos en el mundo de países ricos en materias primas y recursos naturales hiperdemandados que son extremadamente pobres y en los que nadie quiere invertir si no cambian las condiciones económicas, jurídicas y políticas”, advierte un argentino a cargo de un fondo de inversión internacional, cuyos activos en el país solo se han ido reduciendo en los últimos años y que no ve motivos para cambiar la composición de su cartera. Al menos no para incrementar el portfolio con bandera nacional.
Macri está
Sobre esas realidades y pronósticos socioeconómicos poco alentadores se para Macri para reinstalarse, en busca de reivindicación y futuro. El expresidente (y jugador mundial de bridge) considera que el oficialismo y sus competidores internos, como Horacio Rodríguez Larreta y el radical Gerardo Morales, le están facilitando la tarea.
Tan propicio interpreta el contexto como para avanzar reponiendo viejas antinomias, como menemismo-kirchnerismo, en una pretensión omnívora de cazar peronistas capitalistas y libertarios antisistema. No carece de audacia.
Se trata, en definitiva, de una recreación del circulo vicioso de los miedos y la confrontación para ocupar el centro de la política argentina. Que se vayan unos o que no vuelvan los otros. La dinámica polarizadora de la negación y la descalificación del adversario. Sin embargo, los polos se siguen adelgazando. Y crecen, peligrosamente, los que no quieren a ninguno. Cambios climáticos en proceso de aceleración.
Así, también, la capacidad obstructiva (y destructiva) del cristicamporismo compite con el fracaso económico de la gestión macrista en el relato con el que busca reposicionarse Alberto Fernández para llegar al final de su mandato y alimentar ilusiones reeleccionistas.
“Cuidado con Cristina y La Cámpora”. “Ojo, que vuelve Macri”. Sábanas fantasmales para tratar de tapar problemas irresueltos. Pero sin logros cualquier manta siempre resultará corta. Ya está probado.
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