Alberto Fernández, obligado a la moderación y la flexibilidad
Alberto Fernández se preocupó por mostrar en los últimos días que para lograr sus objetivos no está en su naturaleza chocar paredes sin saber si las puede atravesar. En materia sanitaria, en el terreno económico-financiero y en el campo político. Testea y busca quebrar algunos límites, pero no saca el pie del freno. Por lo menos, hasta ahora.
La semana que pasó fue una larga sucesión de exhibiciones de moderación, flexibilidad y prudencia (también de gestos reparadores) que, muy probablemente, tendrá que ratificar en los próximos días.
Después de casi un mes en el que su capital político sufrió cierta devaluación, su liderazgo fue cuestionado y su autoridad resultó desafiada, Fernández se empeñó por recuperar la centralidad y retomar el control de la agenda pública. Por eso, se vio obligado, al mismo tiempo, a mostrar firmeza, aun a riesgo de exponer cierto desprecio por opiniones ajenas que cuestionan sus decisiones. No hay respiros para el equilibrista.
En ese marco conceptual se inscriben tres escenas recientes. La difusión hecha por el equipo presidencial de la noticia de la charla con Cristina Kirchner, sin ninguna filtración fidedigna de su contenido. La módica flexibilización de la cuarentena en el AMBA, ocupando el centro (físico y político) de la escena entre los jefes distritales de la región. Y la decisión de aceptar contrapropuestas para la reestructuración de la deuda.
Pero no debería comprarse ninguna imagen congelada en blanco y negro. Todas las escenas están repletas de matices y la mayoría son fotogramas de películas en proceso, nunca estáticas. Fuera de cuadro se mueven personajes y avanzan proyectos que pueden provocar sorpresas. Nada está bajo control asegurado y ningún desafío perdió su potencia.
La renegociación de la deuda puede ser un caso ejemplificador de la esencia albertista. De aquel desafiante "tómenlo o déjenlo" con el que se presentó la propuesta inicial se pasó a un pragmático "tómenlo o lo revisamos". Ganar tiempo y corregir sobre la marcha son las premisas dominantes. Tanto en lo financiero como en lo sanitario.
Si la muy temprana cuarentena puede explicarse en gran medida por la necesidad de disponer de un colchón temporal que permitiera hacerse de los soportes imprescindibles para enfrentar la epidemia con alguna solvencia, un patrón similar aparece en la cuestión de la deuda.
La solución de históricos problemas de infraestructura y la provisión de insumos (faltantes por errores de cálculo del gobierno actual) son en el plano sanitario equivalentes a la construcción de una amplia red de apoyos para la discusión con los acreedores.
No es igual que el pico de contagios y muertes por el coronavirus llegue después de la adopción de ciertas medidas preventivas que el hecho de que se produzca sin poder mostrar que se han tomado los recaudos mínimos necesarios. No es lo mismo, tampoco, caer en un default o que se flexibilicen posiciones y se hagan concesiones a los acreedores con un amplio soporte que hacerlo sin ningún consenso. Interno y externo. Incluidos los propios socios políticos y los votantes de Fernández.
La suma de expresiones de apoyo de amplio espectro logradas por el Gobierno es el resultado de un intenso lobby en muy diversos frentes y también de algunas concesiones. Así logró incluirse en los distintos pronunciamientos favorables publicitados a actores con intereses generalmente contrapuestos. Entre ellos se inscriben el FMI; economistas y académicos de prestigio internacional y nacional de orientaciones diversas; empresarios y sindicalistas, y gobernadores y dirigentes políticos oficialistas y opositores. Tiempo ganado no para asegurarse el éxito. Sí para contener eventuales daños y afrontar probables cuestionamientos por lo que se consiga.
El camino transitado ya mostró su eficacia parcial. El paupérrimo nivel de aceptación de la oferta inicial del Gobierno logró un grado de comprensión inédito, hasta de muchos de los que lo habían vaticinado. También permitió que se dejara trascender la posibilidad de rever algunos pilares que parecían inmodificables. Desde el reconocimiento de intereses durante el plazo de gracia hasta una revisión en la quita de capital. Diferencias entre la capacidad de imponer y la obligación de negociar.
La flexibilización también se puso en evidencia en la búsqueda de los apoyos a la negociación oficial. El documento de respaldo de los gobernadores debió ser retocado a último momento. Faltaba la firma de Horacio Rodríguez Larreta, el nuevo amigo y aliado indispensable de Fernández en sus medidas contra la peste (sanitaria). La esperada adhesión se logró tras suavizar los párrafos más duros contra la herencia macrista recibida. Fueron horas tensas en las que el Presidente y el gobernante porteño pusieron a prueba su temple. Al final, cedió el Gobierno, ante la intransigencia del otro lado, menos del consensual Rodríguez Larreta que de otros dirigentes de su espacio a los que él escucha. Necesidades contrapuestas.
El ministro negociador Martín Guzmán esperaba esa señal para poder decir (y tuitear) que contaba con el apoyo de toda la Argentina. No logró torcer, al menos hasta ahora, la voluntad de los acreedores mayoritarios. Pero le sirvió para poder seguir negociando. Sin pagar costos y hasta con algunos aplausos.
En la economía, como en la política, todo depende de las expectativas. Y de los temores. Eso es lo que procura administrar Fernández. Aunque con suerte diversa. La ilusión de llegar a una solución y el miedo a un desastre son las fuerzas que operan sobre la negociación financiera, al igual que sobre la gestión de gobierno de cara al futuro inmediato y mediato.
En medio de los rumores (y expresiones de deseos) crecientes surgidos de las distintas facciones oficialistas sobre cambios en la composición del gabinete, avanza la elaboración de proyectos de diversa índole y de singular impacto. Desde lo económico hasta lo político y lo institucional se estudian cambios relevantes para un futuro próximo. Harían honor al neologismo (o eufemismo) de la hora: la nueva normalidad. Y confirmarían que poco será igual a lo que era antes del coronavirus.
El cristinismo más duro sigue empujando límites para reafirmar su identidad. La reparación de la grieta no es un negocio para este sector, como tampoco lo es para el macrismo cerril. Ya lo demostraron los seguidores de la vicepresidenta al instalar discusiones referidas a la Justicia (con las liberaciones de presos), a la cuestión tributaria (con el proyecto para imponer un gravamen excepcional a los más ricos) y al control del comercio exterior. Son buenos casos testigo.
Fernández padece algunos de esos impulsos tanto como los aprovecha cuando los corrige. El absoluto silencio que siguió a la difusión de la noticia del encuentro con Cristina Kirchner resalta esa pragmática ambivalencia. Todo suma a su propósito de que se lo vea y se lo aprecie como flexible, prudente y reparador. A veces, también como moderado. Aunque las cosas nunca vuelvan al estado inicial. Cualquier distracción puede ser fatal. Todos hacen su juego.
Proyectos en ciernes
Entre los colaboradores del Presidente, uno de los más activos y menos visibles es Gustavo Beliz, encerrado en un mutismo que parece haberlo devuelto a los tiempos en los que acompañaba a su entonces jefe Carlos Menem a los retiros silenciosos en un monasterio trapense. Pese a su hermetismo, se sabe que la reforma judicial, en la que sí tiene voz (y voto), sigue adelante. Pero su jurisdicción excede esos terrenos.
En el oficialismo dicen que el secretario de Asuntos Estratégicos no es ajeno a algunas iniciativas políticas en evaluación ni a los proyectos de reforma tributaria y fiscal que elaboran Guzmán y su equipo en el tiempo que les deja libre la deuda. Ambos comparten la visión del mundo del papa Bergoglio. Lo mismo el secular Fernández. No es un detalle menor.
Las sesiones parlamentarias por venir (pese a los tropiezos en los ensayos iniciales) empezarán a dar algunas pistas sobre lo que se ha estado pergeñando en estos tiempos de privacidad.
La flexibilización de la cuarentena sanitaria tendrá su correlato político. El oficialismo será más explícito en sus objetivos, acuerdos y disidencias. Así como las voces en el vacío que ha lanzado la oposición tendrán otro impacto, gracias al eco que brindan las cámaras del Congreso. También se pondrá en juego su cohesión interna.
La imagen de aparente unanimidad que ofreció la pandemia está a punto de desdibujarse. Solo falta que se resuelva el gran desafío en el que el Gobierno es actor decisivo: la reestructuración de la deuda, que hoy tendrá otro capítulo importante, aunque seguramente no decisivo.
La definición alterará los equilibrios políticos existentes. Pero sobre todo delineará la nueva topografía de la economía nacional. Cualquiera sea el resultado, la abundancia de recursos no está dentro de lo proyectado. Ganar tiempo no podrá seguir siendo la gran meta.
La moderación, la flexibilidad y la aptitud reparadora que el Presidente se afana por exhibir se pondrán a prueba. Tanto como su capacidad de gestión o la curiosa afirmación, hecha el viernes, de que se sentía "feliz" del tiempo que le había tocado gobernar. La deuda y la peste solo postergaron los exámenes.
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