Alberto Fernández niega evidencias y suma riesgos
El Presidente parece no necesitar realidades para ilusionarse con promesas y obrar como si fueran hechos consumados
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Si fueran tiempos de brújula y sextante sería más sencillo comprender la zigzagueante derrota de un capitán en problemas. En época de radares y GPS, resulta más complejo comprender la navegación de Alberto Fernández hacia dónde dice querer llegar.
Como si se salteara etapas, virara en redondo, omitiera riesgos y desestimara consecuencias, las acciones y expresiones del Presidente en los últimos diez días no han dejado de sorprender y confundir. A los (más o menos) propios y a casi todos los ajenos. En el frente interno y en el externo.
Fernández parece no necesitar realidades para ilusionarse con promesas y obrar como si fueran hechos consumados. Apenas tuvo el visto bueno de un preacuerdo con el FMI, que le evitó entrar en default o entregar divisas que ya no eran del erario, el Presidente corrió hacia Oriente, impulsado por la ilusión de una flamante y no comprobada autonomía funcional. Como si quedaran atrás todos los abismos a los que se había asomado y ya se le hubiera franqueado el paso hacia la cumbre de la dicha. Pronto le recordaron que iba demasiado rápido, que falta mucho para llegar y que queda poco para lograrlo. El stock de tiempo y recursos (materiales e intangibles) con el que cuenta no le asegura el éxito.
El gobierno estadounidense y la oposición argentina (interna y externa) se ocuparon de hacerle saber que nada está terminado y que queda demasiado por hacer. También con ellos. Sin embargo, envalentonado por lisonjas de protocolo y promesas de beneficios a futuro, Fernández había hecho en su viaje y siguió haciendo a su regreso mucho de lo que previsiblemente no convenía hacer.
Dos veces consecutivas habló mal de Estados Unidos ante rivales al borde de volver a ser enemigos, con los que actuó con innecesaria obsecuencia y lastimera permisividad. Apenas después de haber fatigado con sus ruegos a la administración Biden para que el ala económica de ese gobierno y sus representantes ante el FMI le aflojaran “la soga al cuello”.
Aunque el Presidente y su portavoz (que parece haber olvidado su pasado de periodista) lo nieguen, el Departamento de Estado se ocupó de remarcar el malestar con lo hecho y dicho por Fernández en Rusia y China, como lo reflejó ayer la esclarecedora nota de Jorge Liotti en LA NACION. Imposibilitados de admitir (menos de agradecer) las advertencias, niegan lo que saben o deberían saber para reafirmar lo que eligen creer. Como que Xi Jinping sería peronista y el peronismo, maoísta. Arriesgadas licencias políticas sin belleza poética.
La confianza ciega en la firma inexorable del acuerdo con el FMI (aún en fase de boceto) obnubila también ante otras evidencias. La decisión norteamericana de no obstaculizar en esta instancia un entendimiento sesga la acción con un exceso de optimismo sin reparar en consecuencias a mediano y largo plazo. No se trataría solo de empezar a poner fin a la dependencia de los Estados Unidos y el FMI, como le explicó Fernández a Vladimir Putin, al que ni la adulación le saca un gesto cálido.
“Resulta necesario tener una hoja de ruta, un consenso ampliado en política (interna) y una modestia razonable en nuestro comportamiento en las relaciones exteriores. Si no se comprende bien cómo está cambiando el mundo no solo se pueden perder las reales oportunidades que abre el contexto de declive occidental, sino que se corre el riesgo de mudar de dependencia”, advierte un experto en relaciones internacionales al que alguna vez Fernández supo leer y escuchar. Variaciones de aquella célebre sentencia de Mariano Moreno: “Si los pueblos no se ilustran […] nuevas ilusiones sucederán a las antiguas, y […] será tal vez nuestra suerte mudar de tiranos sin destruir la tiranía”.
Palos sin zanahorias
Algo equivalente parece acontecer en el plano local. Sin los votos propios asegurados para homologar en el Congreso el acuerdo ni la aquiescencia opositora para sumar o el rechazo unánime para cargarle las culpas, el Gobierno vuelve al conflicto y el hostigamiento de los adversarios cambiemitas para congraciarse con los críticos cristicamporistas. Palos sin zanahorias. Tácticas desde la debilidad antes que desde la fortaleza. Mejor no olvidar que las fisuras del rival suelen soldarse rápido frente a los ataques externos.
Antes de tener resuelto el sustento político necesario no solo para avalar un acuerdo con el FMI sino para poder aplicar lo que se termine acordando (o aceptando), el Gobierno ya empezó a tratar de transferir el costo de ese probable entendimiento. A la dirigencia opositora y, también, a sus votantes.
Otra vez, Horacio Rodríguez Larreta y su distrito serían los destinatarios de las primeras consecuencias del ajuste “que no había que hacer”, según el relato de las iniciales horas felices del preacuerdo. Siempre hay un policía malo que justifica el daño. Antes fue la fuerza de seguridad bonaerense con su motín salarial la que llevó a recortar la coparticipación a la ciudad. Ahora es el Fondo el que obliga a aumentar el boleto del transporte público porteño a más del doble o a hacer que el erario porteño lo vuelva a subsidiar. Axel Kicillof y el bastión cristicamporista no se tocan. Tampoco se revisan las cajas que manejan a discreción.
Si lo que parece ser una tosca táctica fuera parte de una sofisticada estrategia destinada a profundizar las inocultables fisuras de Juntos por el Cambio y, al mismo tiempo, agujerar su base política, el Gobierno debería contar con más recursos y algunos logros que hoy no se vislumbran.
Es un hecho que en la cúpula cambiemita existen cinco posiciones con matices diferentes respecto de qué hacer ante un arreglo con el FMI. Una es la encarnada por los radicales que lidera Gerardo Morales, dispuestos en principio a facilitar el tratamiento y a no dificultar su aprobación. Otra es la de los que responden a Martín Lousteau y Rodrigo de Loredo, reticentes a darle viabilidad por anticipado y sujeta a condicionalidades técnicas y políticas. La Coalición Cívica, de Lilita Carrió, anticipó su posición facilitadora por “responsabilidad institucional”. Mientras que Pro se divide entre quienes se referencian en Mauricio Macri, Patricia Bullrich y Miguel Pichetto, que no quieren aliviarle ningún peso al oficialismo, y, por otro lado, el larretismo, más cercana originalmente a la mirada de Lousteau, aunque en tren de endurecerse en defensa propia.
Sin embargo, eso no impide que la coalición continúe navegando con la tripulación completa y sin riesgos ciertos de motines o deserciones en lo inmediato, gracias a los errores, las discusiones y la inconsistencia del oficialismo en esta materia. Y en otras. Tampoco nadie en Juntos por el Cambio debería confiarse cuando sobran en su interior desconfianzas y proyectos contrapuestos.
Uno de sus dirigentes más incisivos planteó en la cima de la coalición un dilema que hoy les resulta demasiado difícil de resolver. Y que podría encauzar la discusión. Si no se imponen los egos. El interrogante radica en cómo abordar el conflicto entre la conveniencia política y la responsabilidad ante la sociedad de avalar o no avalar el entendimiento con el Fondo. Un arreglo en abstracto tiene un apoyo social que supera el 70%, pero en lo concreto abre infinitos interrogantes tanto como reparos y temores respecto de sus efectos políticos y económicos. Un pariente pedestre de la disyuntiva entre la ética de la responsabilidad y la ética de las convicciones, que, como se sabe, para Weber son complementarias y no excluyentes. Demasiado complejo.
Por eso, más allá de apresurados posicionamientos públicos, empieza a ganar terreno la postura de exigir la exhibición no solo del texto final y su letra chica, sino de cuáles serán las políticas para concretar su cumplimiento. La primera reacción de derivar el costo sobre las espaldas porteñas les hizo un favor a los reticentes. Aunque muchos (en Pro y en la UCR) se alegren de ver en una encerrona al presidencialista Horacio Rodríguez Larreta justo cuando empieza a elevar su perfil nacional. Dilemas y miserias de corto y largo plazo.
Un argumento de peso está calando en el seno de Juntos por el Cambio: “Cada vez queda más claro que el acuerdo implica ajustes y ya el Gobierno no puede disimularlo. Por eso, si todo sigue como está hoy, solo hay dos opciones: se terminará incumpliendo lo acordado o se trasladará la responsabilidad y el costo a la oposición. Porque si las principales cajas donde se puede y se debe revisar en qué y cómo se gasta siguen estando en manos de los que ya le rechazaron el preacuerdo, con Máximo Kirchner al frente, Alberto Fernández no tiene ninguna otra chance”, explica un cambiemita que, por ahora, prefiere seguir convenciendo en privado antes que argumentar en público. Que el problema sea de ellos.
Hasta ahora los conatos de independencia albertista tienen límites muy concretos. La Anses, el PAMI, el control de subsidios y tarifas, YPF y Aerolíneas siguen siendo activos inembargables de La Cámpora y el Instituto Patria. Y muy caros, en todo sentido. Hay que bajarles el precio y el valor a otros. No es tan fácil.
Más temprano que tarde el Gobierno podrá descubrir que la negación de las evidencias y la ensoñación con realidades paralelas implica asumir nuevos riesgos sin haber conjurado viejos peligros ni resuelto antiguos problemas.
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