Alberto Fernández le prende velas al Indec y le reza a su ministro
El Gobierno se parece a un hospital de campaña en el que cualquier síntoma de mejoría en los casos más graves entusiasma como si pudiera desatarse un efecto contagio en sentido virtuoso. También, como si tuviera la capacidad de atenuar las muchas diferencias existentes y crecientes en el equipo de conducción. Entre lo urgente y lo desesperante, el albertismo celebró en la previa del fin de semana las señales que le llegaron desde el Indec respecto de la inflación de enero.
Mientras las consultoras privadas anticipan que el índice estará en un piso del 3 por ciento, en la Casa Rosada y en el gabinete económico se ilusionan con que se ubicará varias décimas por debajo de ese porcentaje, más cerca del 2,5. Lo dejan trascender, pero prefieren no dar precisiones. Por las dudas. Podría ser un búmeran.
La ausencia de soluciones inmediatas a la vista para el problema de fondo que es la deuda pública, cuyos plazos de resolución entran en la cuenta regresiva, hace que el efecto de una declinación en el índice de precios opere como poderoso estimulante para el equipo económico y político.
Sin respuestas ni certezas respecto de la fecha de vencimiento de los refrigeradores con los que congelaron tarifas y enfriaron remarcaciones de bienes, los funcionarios albertistas prefieren destacar los efectos benéficos, tanto directos como secundarios, de una tendencia a la baja de los precios producto de las medidas adoptadas.
Frente a la percepción generalizada de que el Gobierno aún no arrancó, el ministro de Economía, Martín Guzmán, tendría así un primer resultado para mostrar en su objetivo de tranquilizar la economía, aunque pudiera ser provisional y algo forzado por los controles y la emergencia. Para la Casa Rosada, una noticia de impacto masivo, como una desaceleración de la inflación, serviría también a otros propósitos, nada menores.
La semana que pasó cerró con un dejo agridulce para el Gobierno. Los ruidos provocados por Axel Kicillof con su show por entregas del vencimiento de una pequeña porción de la deuda bonaerense y las disputas puertas adentro del oficialismo entre albertistas y cristinistas sobre la existencia o no de presos políticos en la Argentina no fueron inocuos. Arrojaron algunas sombras sobre la celebrada gira europea que hizo Alberto Fernández en busca de apoyos políticos y simbólicos para reestructurar la abultada deuda de la Nación, que amenaza como una guillotina.
Para el Presidente, este era un viaje multipropósito en el que había depositado elevadas expectativas. Lo más obvio y prioritario estaba relacionado con la crítica situación financiera argentina, pero también tenía un fin político y práctico para nada desvinculado de los apoyos que buscaba para emprender una urgente y difícil negociación con los acreedores.
Generar confianza y disipar los recelos que despiertan los recuerdos de su vicepresidenta en los tomadores de decisiones de los países desarrollados de Occidente estaba entre las premisas de Alberto Fernández. Así se lo admitió a algunos allegados en privado y casi lo explicitó en la entrevista que concedió a Le Monde. "Fue a mostrarles a los líderes europeos que su gobierno no es el de Cristina, sino el suyo. O, en todo caso, el de los dos, pero diferente de lo que conocieron", revelaron fuentes oficiales.
El objetivo se cumplió parcialmente. A aquellos episodios disruptivos antes mencionados se sumaron las más que desafortunadas reacciones de algunos colaboradores de Cristina frente a la noticia de la muerte del polémico juez Claudio Bonadio y la disertación político-económica-autobiográfica de la expresidenta ante las principales autoridades del régimen cubano.
Efectos de la bicefalía
El fantasma de un poder bifronte volvió a cobrar entidad. La originalidad o el grotesco de denunciar en Cuba atentados recientes a las libertades políticas en la Argentina no atempera las prevenciones. Las exacerba.
La vicepresidenta no se limitó a una presentación literaria ni a otra función autorreivindicatoria de su persona, de su familia, de su gestión y de sus allegados. También se permitió hablar de cuestiones altamente sensibles para la actual administración, como es la deuda, incluidas algunas admoniciones al Fondo Monetario Internacional. Justo cuando el Presidente intenta encontrar puntos de acuerdo y apoyo con el organismo para resolver la asfixia financiera que lo atenaza.
No parecen muy oportunos ni estratégicos esos planteos lanzados desde La Habana. El peso de los Estados Unidos de Donald Trump en el FMI es decisivo. Tal vez nada debería sorprender. Penélope destejía por las noches lo que tejía durante el día. Efectos de la bicefalía.
La urgencia por encauzar las negociaciones de la deuda y porque empiecen a despejarse los serios riesgos que enfrenta la economía, tanto en su dimensión macro como micro, se acrecienta en los sectores moderados del Gobierno, encabezados por el propio Alberto Fernández. Cualquier traspié será alimento para los extremos. Lo saben también en la oposición.
Horacio Rodríguez Larreta, los radicales con responsabilidades de gobierno y los cambiemitas no macristas tienden puentes para atenuar la grieta, ayudar en la búsqueda de soluciones y neutralizar a los militantes del exceso. Ninguno se considera beneficiado por una recuperación del cristinismo y el macrismo extremos.
No deben sorprender a nadie las ayudas otorgadas por los opositores cambiemitas en la aprobación de las leyes que necesitaba el Gobierno. Tampoco que para llegar a ese fin se hayan sentado a una mesa larretistas, albertistas, camporistas y massistas. Incluidos en algunos casos los propios jefes de esos espacios, como el jefe de gobierno porteño, Máximo Kirchner y Sergio Massa.
El resultado provisional arroja beneficios para todos, aunque aún tienen mucho para discutir. En el caso de Rodríguez Larreta, el regreso de Alberto Fernández implicará la reanudación de la discusión por la coparticipación. Una elevada influencia de Cristina en ese debate podría ser muy gravosa para la administración porteña y abrir un conflicto que termine en la Corte Suprema. El macrismo radicalizado no lo vería tan mal. No es una opción que atraiga al Presidente ni que le aconsejen sus más cercanos colaboradores.
"Construir a Macri como opositor fue un error que pagamos carísimo, con su llegada a la presidencia, los cuatro años fuera del poder y la pérdida durante, como mínimo, 15 años de la Capital", admiten en el entorno albertista.
Como Néstor Kirchner, pero sin sus fulgores, Fernández busca sumar, dividir y multiplicar, y nunca restar. También para eso se ilusiona con poder aprovechar un mejor índice inflacionario del que auguran las consultoras privadas. Sincronía política y económica.
En los ministerios de Economía y de Producción buscan extender el veranito. Sueñan con mantener el aplanamiento de las tarifas con el argumento de que el desfase de los precios del mercado internacional se desaceleró. La caída internacional del precio del petróleo por la crisis sanitaria china les juega a favor. No importa que sea temporaria. Todo sirve.
En el área de energía también ya están revisando la composición de los costos y la rentabilidad de las empresas transportadoras. Tocar los precios sin afectar la producción es una lección aprendida de los desastres producidos en la década kirchnerista. El sector empresario es agnóstico. Quiere ver para creer.
Una desaceleración en el alza de precios también tendría un efecto benéfico en la renegociación salarial que se avecina para el sector público y el privado. La zanahoria de la inflación futura podría no saber tan amarga, en tal caso. Sin embargo, los gremialistas, por más adhesión que sigan teniendo al Gobierno, desconfían de la solidez del descenso inflacionario. Ninguno archivó de su léxico la expresión cláusula gatillo. Detalles. Paso a paso es la consigna de todos.
En definitiva, más allá de algún primer y provisional indicador positivo, el problema de fondo sigue en terapia intensiva, ya lo dijo Fernández. Para que lo escuchen afuera y adentro. Resolver la cuestión de la deuda es todo. Ni hablar por ahora de poner en marcha la economía.
En la Casa Rosada ya hicieron propia y reeditaron con una cuota de dramatismo la ingeniosa definición de un intendente peronista del conurbano. "Más vale que el pibito Guzmán acierte y la clave en un ángulo, porque si no...", es el ruego que más se escucha en las cercanías del Presidente.
Al margen de las medidas en busca de resultados políticos y económicos, en el albertismo gana adherentes el ritual de prenderle velas al Indec y rezarle a Guzmán.
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