Alberto Fernández lanza medidas e intenta cambios, al borde del precipicio
El Presidente está obligado a esta altura avanzada de su mandato a dejar de ser una máquina de generar y defraudar expectativas a repetición
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El gran desafío conceptual que afronta hoy el Presidente es demasiado profundo. Mucho más grande que definir un cambio de gabinete. Debe revertir el patrón que lo ha caracterizado desde hace ya casi tres años, cuando hasta para su sorpresa fue ungido precandidato presidencial por Cristina Kirchner.
Alberto Fernández está obligado a esta altura avanzada de su mandato y casi al borde del precipicio a dejar de ser una máquina de generar y defraudar expectativas a repetición. Es el destino inevitable del dirigente que alimentó esperanzas disímiles, de mandantes y audiencias diferentes, a veces hasta antagónicas, y que en algún momento hizo confluir semejantes ilusiones (aún incumplidas). En lo político, en lo económico y en lo social.
Esa parece ser la razón que demora, más de lo habitual en él y al margen de la flamante paternidad, las definiciones que debe adoptar para reencauzar su gobierno, a juicio de algunos de sus colaboradores y funcionarios más fieles.
No obstante, se esperan para esta semana algunas resoluciones en forma de medidas concretas (casi en dosis homeopáticas) antes que en cambios de nombres del equipo ministerial.
“Alberto sabe que probablemente este puede ser el primer y último cambio de gabinete que él esté en condiciones de hacer por decisión propia hasta el final de su mandato. Si después tiene que hacer más modificaciones, será por imperio de las urgencias, antes que por su voluntad. Y después de las PASO ya experimentó (y sufrió) lo que eso significa”, afirma uno de sus colaboradores más leales, que no ha roto el diálogo con el cristicamporismo.
El funcionario albertista admite así el escaso margen de maniobra (aún más limitado que en los orígenes) que tiene y, sobre todo, tendrá el Presidente si no reencauza su gestión y obtiene logros concretos a la brevedad. La fe es un atributo que no abunda ni siquiera entre los fieles albertistas. Los fanáticos recalan en otros templos del culto oficial.
Por eso, en lo inmediato, gran parte de esa tarea refundacional fue delegada en sus ministros, a quienes les ordenó “alinear” (verbo dominante en el Gobierno) a los integrantes de sus respectivos equipos u obligar a irse a los que no se alineen. Menuda tarea cuando desde arriba no bajan muchos ejemplos para imitar,
El primero que quedó obligado a mostrar acciones y resultados concretos, por demasiadas obvias razones, es el ministro de Economía, Martín Guzmán, primero en la línea de fuego tanto del cristicamporismo como de los gremios y la sociedad, en general.
Un primer test por afrontar será lo que haga con sus díscolos dependientes cristinistas Roberto Feletti y Federico Basualdo. No les queda más que mostrar su encuadramiento incondicional o su salida.
En la Casa Rosada son optimistas (también) sobre este espinoso tema: “A Feletti le gusta demasiado el poder y por eso pidió disculpas por algunos de sus excesos. Basualdo, en cambio, es un soldado y, como no vemos decisión de vaciar el Gobierno por parte de Cristina, creemos que, en lo inmediato, no va a obstaculizar las cosas importantes. El llamado a audiencias públicas que hizo Guzmán la semana pasada para avanzar con la suba segmentada de tarifas es un ejemplo”. Solo es cuestión de tiempo.
Medidas, a prueba en EE.UU.
Por otro lado, están las decisiones económicas que urge tomar. Eso explica la concentración (más que un retiro espiritual de Semana Santa) que mantuvo el gabinete económico en Chapadmalal, antes de que Guzmán emprenda viaje a Washington para participar de la reunión de primavera del FMI y el Banco Mundial.
El ministro evaluará en la capital estadounidense el clima que reina en el FMI para las medidas que analizó con sus colaboradores frente al mar y que pretende lanzar en los próximos días. Se entiende la cautela. En su propio equipo hay dudas sobre cómo hacer que esas políticas se ensamblen con las exigencias que emanan del entendimiento cerrado con el Fondo hace menos de un mes.
“Es evidente que nuestro acuerdo ya debe ser revisado. En este contexto hay que compatibilizar nuevos recursos y gastos con el resultado primario. Pero no va a ser fácil recuperar un sendero que asegure el crecimiento previsto. Y, por lo tanto, el financiamiento va a estar complicado”, reconoce con preocupación uno de los asistentes a la reunión de Chapadmalal.
Las consecuencias de la invasión rusa a Ucrania están en el subtexto del análisis del colaborador de Guzmán, pero no solamente. A nadie del Palacio de Hacienda se le escapa que al impacto de la guerra en la economía mundial se le suman los desequilibrios argentinos. Aunque prefieran disimularlos detrás del estruendo bélico.
Así es como adquiere relevancia la creación del impuesto a la “renta inesperada” para los productores y exportadores de commoditties que se propone impulsar el Poder Ejecutivo. La iniciativa tiene un indisimulable doble propósito, fiscal y político.
Por un lado, el Gobierno procura hacerse de recursos que necesita desesperadamente y, de paso, emitir un guiño al hostil cristicamporismo con un remedo del impuesto a las grandes fortunas con el que Máximo Kirchner llevó alivio al erario el año pasado y, por sobre todas las cosas, procuró contentar a sus seguidores y votantes más ideologizados. El beneficio fiscal fue muy superior a la ganancia electoral, en cuyo plano obtuvo una “pérdida inesperada”. La política suele estar repleta de casos de soluciones de suma cero. No fue la excepción.
En el rubro de las finanzas públicas, los márgenes de maniobra ahora no son más holgados, a pesar (o a raíz) de haberse pactado con el FMI. La recomposición de las reservas que logró reducir la tensión cambiaria e hizo que se acortara la brecha entre el dólar oficial y las restantes cotizaciones es solo una manifestación benévola de ese acuerdo. Quedan muchas materias pendientes.
La inflación sigue sumando demasiada presión económica, social y política. Ni hablar después de romper en marzo un récord de dos décadas, con el 6,7%. Peor aún si se tiene en cuenta que alimentos y bebidas se encarecieron casi el 21% durante el primer trimestre. Por algo, las principales productores de estos productos registraron el mes pasado un “frenazo” (así lo califican).
Por eso, las demás medidas que el equipo económico acordó en la playa están escritas sobre arena seca (siempre volátil) y deben encontrar material que las consolide. Por un lado, tienen costo fiscal y, por otro, suman combustible a la desbocada carrera de los precios.
Los dilemas no son solo para Guzmán, a quien en su equipo ven “más agobiado que preocupado”, aunque para nadie es sencillo saber qué siente el hiperautocontrolado ministro, que nadie sabe nunca si alguna vez tiene frío o calor.
Fernández, en pañales
El principal demandado para dar respuestas es el propio Fernández, aunque en estos días dijera que prefiere abocarse al cambio de pañales.
Las exigencias de soluciones no se limitan al plano económico, aunque allí necesita encontrar algún sustento (más o menos firme) en este terreno para estabilizar las demás variables que lo complican. También en el ámbito político como en el social se mueve con mucha dificultad sobre terrenos cenagosos. Y hasta ahora no ha demostrado que le sobre pericia ni que le falten amenazas internas y externas.
Los indicadores económicos positivos que le acerca el equipo económico y las perspectivas favorables que le gusta publicitar al Presidente no encuentran correlato en el ánimo colectivo, como muestran todas las encuestas. Es otro caso evidente en el que la máquina de generar expectativas choca con la dinámica de defraudarlas. El Presidente está cada vez más apremiado para acertar.
Ilusiones no concretadas
Un repaso de los últimos 30 meses muestra cómo las ilusiones que Fernández despertaba se fueron estrellando contra la dura realidad, y no necesariamente porque “pasaron cosas” inesperadas, como podría decir el Presidente si no fuera porque el original pertenece a su odiado predecesor.
Desde Cristina Kirchner, que lo ungió y lo llevó a la presidencia, junto con La Cámpora y Sergio Massa, hasta sus propios electores y simpatizantes han acumulado en este tiempo facturas por sobreventas no concretadas.
La vicepresidenta, a quien le gusta recordarle que el bastón y la banda “no te dan el poder”, ve con espanto la merma de su capital político inicial (lo comprobó en las elecciones de medio término) y se lo imputa a Fernández. Aunque en los últimos días algunos de los colaboradores vicepresidenciales hayan enviado a la Casa Rosada señales conciliadoras, que incluyen la desmentida hasta de lo aparentemente indesmentible, como que Cristina Kirchner no quiso (volver a) descalificar al Presidente en su bochornosa presentación ante los legisladores de Europa y América Latina.
También la vicepresidente constata en estos días que su fragilidad en el plano judicial sigue siendo elevada, más allá de haberse visto beneficiada en algunas causas de menor relevancia y a pesar del descomunal embate que han ejercido en estos 30 meses sobre la Justicia los funcionarios de su confianza ubicados en puestos claves de la administración. Imperdonable.
La Corte Suprema es su supremo desvelo. Sin haber digerido aún que Horacio Rosatti haya llegado a la presidencia del máximo tribunal, la inminencia de su asunción como titular del Consejo de la Magistratura (salvo alguna nueva chicana de último momento) es para ella una prueba tan irrefutable como inaceptable del fracaso que resultó el experimento que hizo cuando lo ungió a Fernández. No tanto por la responsabilidad directa que el Presidente pueda tener, sino por la falta de éxitos políticos que pudieran generar un clima más benévolo hacia ella y sus causas en un ámbito en el que la sensibilidad meteorológica es altísima, como es el del Poder Judicial. Expectativas defraudadas por triplicado.
Otro tanto significó para el cristicamporismo el acuerdo final que se acordó con el FMI. Sus principales dirigentes, como los Kirchner madre e hijo, se habían esperanzado (y así se lo vendieron a sus seguidores) con que el entendimiento significaría un antes y un después en las renegociaciones de la deuda con el organismo.
Plazos, rebajas de tasas y del capital adeudado, condiciones laxas (más aún de las que se acordaron) integraban el menú que promocionaban Cristina y Máximo Kirchner, según ellos convencidos de eso por el propio Guzmán con la anuencia y conocimiento presidencial. La sucesión de promesas incumplidas en materia inflacionaria y de poder adquisitivo de los salarios suman combustión al escenario inflamable.
En la vereda opuesta, también se sienten frustrados quienes se ilusionaron con que Fernández fuera la etapa definitivamente superadora de un cristinismo en decadencia, al que el fracaso del macrismo le había prolongado la vida poítico-electoral.
Hasta ahora lejos ha estado el Presidente de ser el jefe del Estado que llegaba para “volver a unir la mesa familiar”, fracturada por la grieta política que el kirchnerismo construyó desde sus inicios y que Cristina Kirchner había llevado al paroxismo.
Tampoco logró ser Fernández el que venía a crear riqueza y a terminar con la antinomia distribucionismo o productivismo. Espejismos rubricados en el mensaje fundacional que pronunció el día de su asunción ante la Asamblea Legislativa y que reafirmó tres meses después en la apertura del período de sesiones ordinarias del Congreso.
Cuando le quedan apenas nueve meses de gestión antes de sumergirse en la vorágine de un nuevo año electoral, que, además, será el último de su mandato, Fernández está obligado dejar de ser un significante lleno de promesas y vacío de logros.
Aunque le guste tomarse sus tiempos y postergar definiciones, el Presidente sabe que urge dar respuestas. La máquina de generar y defraudar expectativas ya muestra demasiados signos de fatiga.
Esta semana empezarían a verse algunos atisbos concretos. Medidas y cambios, al borde del precipicio.
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