Alberto Fernández imita a Néstor Kirchner, pero le sale Mauricio Macri
El kirchnerismo elaboró un retrato de sí mismo asociado a un momento histórico cuyas condiciones económicas son de dificilísima reproducción. Recibió de Eduardo Duhalde un país en el que el ajuste estaba hecho. La megadevaluación había licuado el gasto público y dotado a las empresas de una competitividad extraordinaria. El contexto internacional era prodigioso: comenzaba el gran ciclo de demanda asiática, que declinó una década después. En estas coordenadas se desarrolló una experiencia difícil de olvidar. Y difícil de repetir. En un excelente trabajo sobre el significado que tuvo para América Latina el ascenso y la caída del comercio de materias primas, Pablo Gerchunoff consigna que entre 2003 y 2013 los precios de las exportaciones argentinas aumentaron 120%. Y entre 2013 y 2018 cayeron 16%. El producto por habitante anual creció en el primer período 3,8% y se retrajo en el segundo 1,4%.
Para comprender la proyección de esa aritmética sobre la actualidad, hay que relacionarla con las cuentas públicas. Los recursos fiscales generados por la producción de materias primas fueron, entre 2005 y 2008, 4% del PBI. El gasto público, que en 2000 era de 26% del PBI, fue llevado en 2015 a 41%. Y el gasto social pasó en esos 15 años de 15 a 27% del PBI.
Fue la época en que las empresas internacionales festejaban la emergencia de una nueva clase media en toda América Latina. Sobre la plataforma que ofrecía esa coyuntura excepcional, Néstor Kirchner ofreció a la sociedad argentina una fiesta distributiva tan gratificante como efímera. Pero que le permitió a él ser el presidente de la democracia refundada en 1983, cuya imagen positiva perforó más veces el techo del 80% en las encuestas. Sobre aquella bonanza transitoria se construyó una imagen a la que es difícil renunciar. Pero que es demasiado trabajoso sostener. A la esposa y sucesora le tocó gobernar en circunstancias muy distintas. El conflicto con el campo y la estatización de los fondos de pensión fueron la respuesta a ese deterioro. Cristina Kirchner fue consumiendo las ventajas de aquel momento único en el intento de disimular que el truco ya no funcionaba. Una simplificación brutal plantearía lo siguiente: crearon un Estado a la medida de la soja de 600 dólares. Ese precio desapareció. Las expectativas de consumo debieron ajustarse. Y el Estado comenzó a quedar cada vez más grande. Cada vez más insostenible.
Desde hace una década la economía está estancada. En 2018, se desató una crisis que desembocó en una nueva recesión. La pandemia, y la pésima estrategia con que el Gobierno la abordó, son una estribación dramática de esa caída. En este marco le toca gobernar de nuevo al mismo grupo. Es un kirchnerismo ajustador. Un pez fuera del agua. Como Felipe González, como Menem, como Lula, Alberto Fernández y su vicepresidenta podrían percibir que los vientos han rotado. Interpretar el nuevo desafío. Reinventarse y sorprender. Pero eligen otro camino. Reemplazar aquel paraíso perdido con otro de utilería. La ficción es cada vez menos consentida.
Martín Guzmán negocia un acuerdo con el Fondo. Necesita que le faciliten un préstamo para saldar los vencimientos del generosísimo crédito que consiguió Mauricio Macri. Tiene que ofrecer un programa que responda, sobre todo, una pregunta: ¿cómo va a financiar el déficit público? Como no hay muchas más salidas que la emisión monetaria, Guzmán deberá reducir ese desbalance. Pretende llevarlo de alrededor de 9% a 4,5%, aunque a los empresarios de AEA les dijo que aspira a que sea menor a 4%. Es lo que el Poder Ejecutivo está anunciando. Eliminación del IFE, suspensión del auxilio a las empresas que no pueden pagar sueldos, aumento de tarifas, recorte en la obra pública y licuación de las jubilaciones. Una racionalización ortodoxa, en medio de una mortificante recesión y en vísperas de un año electoral.
Para disimular la aridez de esas medidas, que están en las antípodas del luminoso bienestar asociado a Néstor Kirchner, sus atribulados legatarios están montando una escenografía de cartón. Máximo Kirchner rescató el Día del Militante para aprobar el impuesto a la riqueza inspirado en su gurú presupuestario, Carlos Heller. Lo maquillaron como "aporte solidario". La medida promete una litigiosidad que hace las delicias de contadores y abogados. Sin embargo, las primeras opiniones de especialistas insospechados de simpatizar con la iniciativa es que va a ser difícil demostrar su inconstitucionalidad. La Corte, muy restrictiva, ha exigido demostrar el afán confiscatorio en cada caso. Aunque ellos quieran hacer creer lo contrario, el estatismo no fue inventado por los Kirchner.
El impuesto está plagado de incógnitas. La más obvia: ¿será por única vez? Hay derecho a preguntarlo porque la recaudación está destinada a proyectos que requieren financiación de largo plazo, como la explotación de hidrocarburos. Los antecedentes también son inquietantes. El impuesto a las ganancias fue establecido en 1932, con la excusa de una crisis y la promesa de que sería eliminado en 1934. En 1974, Juan Perón, cuyo regreso al país se conmemora el Día del Militante, lo extendió a los trabajadores. Y todavía está vigente.
El avance del sector público sobre la propiedad privada tiene un objetivo principal: permitir que los principales dirigentes kirchneristas se envuelvan en la bandera de una justicia social robinhoodiana. Esa aspiración supone un daño bastante previsible: una mayor carga tributaria en medio de un colapso productivo asegura la persistencia de la recesión. Ese aspecto no desvela al diputado Kirchner. Una coincidencia inesperada con los economistas hiperortodoxos, para quienes el equilibrio de las cuentas públicas no debe jamás ceder al temor de una caída en el nivel de actividad. Los técnicos del Fondo se están perdiendo conocer a un peronista con el que podrían compartir un mismo enfoque.
La elección del Día del Militante para aprobar la ley entristeció a otras fracciones del oficialismo. Los líderes del Movimiento Evita, rivales de La Cámpora, habían organizado su propia movilización a la Plaza de Mayo. Son amigos del Presidente. Querían indicar que ahí está el poder. Kirchner, diputado e hijo de la presidenta del Senado, eligió la Plaza del Congreso. Hugo Moyano quedó como un cabo suelto: hizo su propia caravana, para agraviar a la conducción de la CGT, que se queja, en voz baja, por el ajuste. Moyano es agradecido: Alberto Fernández organizó el salvataje de su querida OCA, que pasará a manos del padre fundador del albertismo: Cristóbal López se quedará con la compañía a través de un allegado. Ya tiene asegurado un plan de pagos en la AFIP y que el Gobierno lo contrate como si fuera un correo oficial. Un premio al militante.
Un poco de Fútbol para Todos
El joven Kirchner y la familia Moyano están diseñando en estas horas otro sector de su edén de plastilina. El regreso de Fútbol para Todos. La excusa es el acercamiento de YPF, donde La Cámpora controla áreas estratégicas, como son las cuentas de publicidad, con la AFA, que conduce Claudio "Chiqui" Tapia, el yerno del camionero. La boda entre esas entidades se coronó con la contratación de Lionel Messi como imagen del patrocinio petrolero. Las conversaciones avanzaron en otra dirección. Santiago Carreras, que es el hombre de Kirchner en el fútbol, persuadió, por decirlo de algún modo, a la AFA a que resigne parte de sus derechos de televisación a la TV Pública. Por supuesto, hay que convencer a otros actores: Time Warner y Fox-Disney, que son los concesionarios de esos derechos. La idea de rescindir el contrato con Disney chocó contra una dificultad bastante obvia: se trata de un gigante que administra buena parte de los contenidos deportivos del sistema mediático global. Un conflicto en esa escala puede significar un black out para las pantallas argentinas en infinidad de torneos. Entre ellos, el Mundial de fútbol. Resignado, el kirchnerismo confía ahora en una palanca regulatoria: la Comisión de Defensa de la Competencia debe aprobar la fusión de Fox con Disney en el mercado local. La meta es estatizar una serie de partidos para ofrecerlos gratis. El avance es insondable: la ley de medios establece que la TV Pública puede capturar cualquier contenido "relevante". Kirchner y el intrépido Carreras se conforman con un simulacro del viejo y escandaloso Fútbol para Todos. Por ahora.
A falta de recursos, el paraíso de juguete está también hecho de palabras. Los senadores peronistas enviaron su carta a Kristalina Georgieva, sin consultar al ministro de Economía. Desaires habituales. Tampoco le avisaron, hace una semana, que prescinda de concurrir a la Cámara a celebrar la sanción del presupuesto, porque no se aprobaría. El texto para Georgieva fue también una desconsideración a la misión del Fondo que estaba en Buenos Aires. Ellos podrían haberlo evitado con solo visitar a los padres de la Patria, como lo hicieron con Sergio Massa.
La misiva tiene varias peculiaridades. La más llamativa es que, al condenar que a Macri le otorgaron un crédito en medio de una corrida contra el peso y cuando no tenía acceso al crédito, subrayaron condiciones que Guzmán tampoco está en condiciones de cumplir.
Hubo también un detalle significativo: los senadores cerraron su epístola, ardientes de fervor católico, citando al papa Bergoglio. Seguro pensaron en que Georgieva, a pesar de su fe ortodoxa, también simpatiza con el Pontífice, a quien suele visitar en Roma. Será interesante ver la cara de la celestísima Georgieva cuando lea que sus píos senadores aprobaron la despenalización del aborto.
El envío al Congreso de la ley que legaliza la interrupción del embarazo es una conquista personal del Presidente. Se la adelantó a la conducción de la Asamblea Episcopal durante la primera reunión que mantuvo con los prelados, siendo candidato. La defensora más activa del proyecto ha sido Vilma Ibarra. Es curioso: en este caso el kirchnerismo no imita, sino que corrige, sus antecedentes. Entre 2003 y 2015, la legislación sobre el aborto estuvo vetada para los legisladores del sector. ¿Es una casualidad que la dificultad se encuentre en el Senado? Va a ser interesante observar con qué grado de compromiso Cristina Kirchner defiende este proyecto de Fernández y de Ibarra. La secretaria de Legal y Técnica es tenaz. Cuando era diputada logró que se sancione la ley del matrimonio igualitario, a pesar de dificultades similares. La retórica todo lo transforma. Ahora esa reforma es "la ley que aprobó Néstor". ¿A quién le tocará ser el autor de la despenalización del aborto? Un pormenor para obsesivos: el Presidente envió el texto el Día del Militante. La simbología del impuesto a la riqueza se volvió coparticipable.
El ejercicio de supervivencia que realiza el kirchnerismo en medio del ajuste alienta jugadas en el otro campo: hubo un cuarto festejo del retorno de Perón. Fue el que organizaron Miguel Pichetto, Joaquín de la Torre, Jorge Triaca y Emilio Monzó en San Miguel. Estos dirigentes de Juntos por el Cambio perciben, con sensibilidad peronista, la dificultad de sus rivales. No se trata solo de angustias materiales. En el conurbano se libra una batalla de representación. Cristina Kirchner decidió que su reino electoral pase a ser su territorio. Por eso Axel Kicillof es gobernador. Por eso Máximo Kirchner construye, con todas las habilidades del oficio, una estructura para competir por los distritos. Los intendentes se sienten amenazados. Pero, más que ellos, los que aspiraban a reemplazarlos advierten que se les cuelan en la fila. El desasosiego político y el descontento económico relampaguean una diáspora. Desde Pro crearon un vehículo para capturarla. Desde la consola electoral observan María Eugenia Vidal, misteriosa como una esfinge, y Diego Santilli, que trabaja la provincia a través de Néstor Grindetti. Santilli y Grindetti, aunque parezcan dos epígonos de la baja Italia, son Larreta.
Esta militancia debe superar un inconveniente bastante comprensible. Los eventuales aliados bonaerenses tienen reparos frente al liderazgo de Macri. Es un aspecto interesante de esta historia. Por debajo de la polarización discursiva, transcurre una turbulenta continuidad económica. La recesión que corroe al peronismo se inició durante el gobierno de Cambiemos. Es un drama para la oposición. Y un drama para el oficialismo. Fernández sube impuestos, recorta gastos, ajusta. Y se endeuda: en lo que lleva del mandato ya pidió 20.000 millones de dólares prestados. Levanta con retórica un paraíso mal armado, en el que las paredes tambalean, como en las escenografías de Olmedo. Quiere imitar a Néstor. Pero le sale Macri.
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