Alberto Fernández ensaya un acercamiento a los Estados Unidos
Aspira a una cita con Biden en la Casa Blanca este año; el rol de Jake Sullivan, hombre clave hoy visita el país
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Alberto Fernández podría, antes de fin de año, ser recibido por Joe Biden en la Casa Blanca. Sobre el telón de fondo de esa posibilidad se recortarán las conversaciones que mantendrán este viernes el Presidente y sus funcionarios con Jake Sullivan, el Consejero de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, que visita Buenos Aires.
La de Sullivan es una visita de principal importancia para las relaciones exteriores argentinas: es un funcionario del más alto nivel, que cruza en sus competencias la seguridad interna con la política exterior. Para calibrar su relevancia: fue el papel en el que descolló Henry Kissinger en las administraciones de Richard Nixon y Gerald Ford. Aunque Kissinger fue, además, secretario de Estado, es decir, canciller. Sullivan ejerce hoy en la presidencia el rol que desempeñó en la vicepresidencia de Biden, durante el gobierno de Barack Obama. Es un cuadro relevante del partido demócrata, como lo demuestra el que haya sido asesor principal de Hillary Clinton en la campaña de 2016, contra Donald Trump.
Hasta ahora Sullivan es la máxima autoridad de los Estados Unidos con la que entrará en contacto el gobierno argentino. Hasta ahora el vínculo bilateral se gestionó en el área latinoamericana del Consejo de Seguridad Nacional, a cargo de Juan González, quien estará en la comitiva, y en la misma sección del Departamento de Estado, donde se desempeñaba Julie Chung, ahora embajadora en Colombia. El visitante de hoy es una figura global. Por lo tanto, las conversaciones incluirán esa dimensión.
En el primer renglón de la agenda estará el cambio climático. Es una cuestión que Biden ubicó en el centro de su política internacional, por razones que van mucho más allá de la preservación del planeta. La preocupación ambiental es también una coartada para administrar tensiones geopolíticas. Privilegiar esas inquietudes significa, por ejemplo, poner a China en el banquillo de los acusados: es el país que emite más gases de efecto invernadero en el mundo, en especial por su producción eléctrica a carbón, y por la fabricación de hierro y acero utilizando ese combustible. El cuidado del ecosistema supone el impulso de una nueva economía que desafía a los grandes productores de hidrocarburos, entre ellos a los de Medio Oriente, del mismo modo que privilegia a los países avanzados de Occidente. Por supuesto, agrede muchísimo a Rusia que, para Biden, “solo tiene misiles y petróleo”.
Fernández se está sirviendo de los asuntos ambientales para relacionarse con esas naciones. No solo con los Estados Unidos. En sus conversaciones con Angela Merkel y con Emmanuel Macron también aparecieron esas inquietudes, que le ofrecen dos ventajas. Evita pronunciarse sobre derechos humanos, una bandera que el kirchnerismo debe arriar, en la medida en que las violaciones más escandalosas son cometidas por gobiernos con afinidades populistas: Cuba, Nicaragua, Venezuela. Además, el Presidente aprovecha la comparación con el Brasil de Jair Bolsonaro, convertido en una especie de adalid de la depredación. En Washington comparten este juego. El viernes pasado, el enviado especial para el Clima, John Kerry, mantuvo una entrevista virtual con siete gobernadores brasileños, todos rivales de Bolsonaro, para evaluar la asistencia económica de los Estados Unidos para proyectos ambientales. El gobierno federal de Brasil se abstuvo de hacer comentarios. Bolsonaro, por su parte, no se cansa de producir gestos que benefician a su odiado colega argentino. En el caso de Francia, ofendió a la primera dama. Y a Biden le hizo algo mucho peor que ignorar sus desvelos ecológicos: lo acusó de haber derrotado a Trump haciendo fraude.
Abrazado a la estrategia climática, Fernández formalizará delante de Sullivan un anuncio: la Argentina invitará a una cumbre regional de medio ambiente para antes de fin de año. Sería una reunión similar a la que, a escala global, encabezó Biden el último 22 de abril. No debería sorprender que Kerry, que es uno de los funcionarios de mayor volumen político del gabinete demócrata, visite Buenos Aires por ese motivo.
Esta aproximación de Fernández con el gobierno de los Estados Unidos desmiente la imagen convencional, alimentada por el sector más cerril de la oposición, de una gestión cuyas relaciones se limitan a autocracias opacas, como la china o la rusa. El Presidente se beneficia, es cierto, de varias circunstancias. Está al frente de una escena social pacífica, que contrasta con la atmósfera regional. Colombia, el principal aliado de Washington en la región, sigue convulsionado y con un futuro electoral muy enigmático. Bolsonaro, en Brasil, se derrumba en las encuestas y soporta manifestaciones de protesta todos los fines de semana. Perú ha consagrado un gobierno cuya debilidad institucional supera su excentricidad. Hasta en Cuba la gente sale a la calle a reclamar por su libertad. Es decir, hasta en Cuba pasan cosas raras. En ese marco, la Argentina es un remanso para quien mira el área pensando, más que en alineamientos ideológicos, en la seguridad continental.
Además de presentarse como el antagonista de Bolsonaro, Fernández se ofrece, en un plano muchísimo más subliminal, como la alternativa a Cristina Kirchner. La hipótesis de que su sucesora sería una amiga de Putin, Maduro o Díaz-Canel es, para los norteamericanos, una invitación a apuntalarlo. No hay que olvidar que, en ocho años de gestión, y a diferencia de su esposo, la expresidenta nunca fue invitada a una cita bilateral en la Casa Blanca. Estuvo allí para una comida que ofreció George Bush Jr a los miembros del G20. Con Obama se entrevistaron cinco veces, siempre en el marco de cumbres colectivas: fue en Inglaterra, Corea, Francia, Colombia y Panamá.
Hay una ventaja adicional para el Presidente: la capacidad del embajador en Washington, Jorge Argüello, para extraer agua de las piedras, a partir de un inventario de afinidades muy estrecho, es, hay que reconocer, cercana a la magia.
En las conversaciones con Sullivan se hablará de la posibilidad de que, durante este año, Fernández realice una visita oficial a Washington. ¿Antes o después del 14 de noviembre? Es decir: ¿antes o después de las elecciones? Es el detalle principal que debe definirse.
Habrá otros temas de discusión, que no figuran en el menú que se negoció con la Casa Blanca. Es obvio que Sullivan hablará de la defensa de los derechos humanos en Nicaragua. Y Fernández deberá bajar la mirada. Hasta ahora ha sido muy anodino frente a la prepotencia tiránica de Daniel Ortega. No cuenta con la coartada con que justifica su timidez ante los atropellos de Nicolás Maduro: “Seguimos lo que dice Michelle Bachelet”. La alta comisionada para los Derechos Humanos de la ONU condenó la salvaje persecución de Ortega a sus rivales electorales. En este caso, Brasil no ayuda: Lula da Silva advirtió sobre el peligro de un colapso democrático en Nicaragua. Al Presidente le bastó con un retuit. A Sullivan le harán notar que eso es mucho más que un like. Lo de Cuba es menos enojoso: Washington ha condenado las violaciones del régimen a cualquier garantía ciudadana durante las protestas pero, aun así, la posición de Biden no es tan definida. Desde su ala izquierda, la representante Alexandria Ocasio-Cortez le exigió que levante el embargo contra el régimen. Varios de sus funcionarios, como Ricardo Zúñiga, que acompaña a Sullivan como nuevo subsecretario para América latina del Departamento de Estado, gestionaron la reanudación de relaciones con la isla durante la gestión Obama. Un proceso que Trump revirtió y sobre el que Biden aun no se pronuncia. Un tercer actor son los demócratas de Florida, que el año que viene competirán por la representación en el Senado. Es una elección clave para el control de esa cámara: cualquier aproximación hacia el castrismo podría conducir a una derrota.
En relación con Venezuela, Fernández podrá presentar su último traspié como si fuera un éxito. El jueves próximo, en México, se iniciarán negociaciones entre el régimen y la dirigencia opositora. La Argentina aspiraba a estar en esa mesa, acompañando a los representantes de Maduro. Pero los chavistas prefirieron a los rusos: abandonar el Grupo de Lima, retirar la acusación penal en La Haya e invitar a la vicepresidenta de Maduro a celebrar el 25 de mayo, sirvió de poco. Del mismo modo, la oposición eligió a los Países Bajos antes que a España. Más allá de estos pormenores, los funcionarios norteamericanos escucharán de los argentinos la justificación de siempre: “A Ustedes les conviene que nosotros hablemos con todos”. Un diplomático de la Cancillería explicó, misterioso: “En Washington ya verificaron que, si necesitan hacer alguna gestión en Venezuela, cuentan con nosotros”. Un razonamiento similar, aunque menos culposo, servirá para presentar a Fernández como presidente de la Celac, el año próximo. “¿Qué mejor que esté un amigo?”, le dirán a Sullivan. Aún cuando el intento de realzar ese club es, como explicitó muy bien Andrés Manuel López Obrador, una jugada contra la OEA, acusada de ser un instrumento del “imperio”.
Para el Presidente la reunión recién habrá comenzado cuando se toque el tema que, en realidad, más le preocupa: el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional. En este frente, su gobierno es beneficiario de Biden. La aprobación de 4400 millones de dólares en Derechos Especiales de Giro (DEG) que enviará el Fondo fue posible una vez que Janet Yellen, la secretaria del Tesoro, levantó el veto que había ejercido su antecesor republicano, Steven Mnuchin, a la capitalización de ese organismo multilateral. Fernández hará notar que utilizará esos recursos para pagar los vencimientos con el Fondo, previstos para septiembre y diciembre. Cristina Kirchner anunció esa señal de buena conducta hace dos sábados, al hablar en Escobar. Dicho por ella, el giro vale doble: antes había impulsado a los senadores de su partido a exigir que esos DEGs se apliquen a reanimar la economía. Aún así, la vicepresidenta sigue siendo un problema para Martín Guzmán: ella insiste en que el Fondo tiene que flagelarse por haber otorgado un crédito destinado a favorecer la reelección de Macri. Por lo tanto, la renegociación debe llevar de 10 a 20 años el período de gracia previsto para la devolución de los fondos. A Guzmán ya le dijeron que eso es imposible. El insiste, de cualquier modo, con dos solicitudes. Una es que se deje por escrito que la Argentina se beneficiará de cualquier flexibilización que el Fondo realice en el futuro para sus deudores. La otra: establecer cronogramas más laxos para los pagos a cambio de alcanzar algunos objetivos prestablecidos. ¿Por ejemplo? Mejoras en la calidad ambiental. Otra vez la misma bala.
De la comitiva de Sullivan participan dos funcionarios cruciales del Consejo Nacional de Seguridad. El director de Tecnología y Seguridad Nacional, Tarun Chhabra, y el director de Cibernética, Amit Mital. Ambos están obligados a acompañar al consejero en todos sus viajes. Esa presencia estimulará algunos diálogos que no figuran en el temario oficial. Biden acaba de formular una declaración dramática, aludiendo a Rusia: “Si no cesan los ataques cibernéticos habrá una guerra con balas”. La enemistad con Rusia es la verdadera novedad diplomática de la gestión demócrata. No sería raro que los visitantes realicen alguna referencia al accidentado idilio de Fernández con Putin, que se inspiró en el comercio de vacunas y quedó al desnudo por las manifestaciones de Cecilia Nicolini acerca del empeño que puso el oficialismo en el éxito del “proyecto” de Moscú. Esto podría ocurrir cuando Fernández agradezca la donación de más de tres millones de dosis de Moderna que efectuó Biden.
La presencia de los tecno-funcionarios va a conducir hacia otro tema: la selección que haga Argentina para sus telecomunicaciones de quinta generación. Estados Unidos está frente a un inconveniente: los chinos, con Huawei, van adelante en la carrera por el sistema 5G. Para Washington es, antes que nada, un problema de Defensa. Es la tecnología que utilizan las fuerzas armadas para comunicar a sus efectivos, o para dirigir misiles, entre otras numerosas aplicaciones.
La preocupación por este asunto aparece en un contexto muy curioso. Un detalle es que Fernández está todavía sin ministro de Defensa. Agustín Rossi dejó el cargo para competir como senador en Santa Fe, acaso sin saber que Cristina Kirchner lo tenía in pectore como eventual reemplazante de Santiago Cafiero. Es cierto: la vicepresidenta es todopoderosa, salvo para sacar a Cafiero de su cargo. En estas horas suenan muchos nombres de reemplazos para Rossi. Van desde Gustavo Beliz, de quien Fernández tal vez no quiera separarse, hasta Rosana Bertone, exgobernadora de Tierra del Fuego y, por lo tanto, muy apegada al reclamo de Malvinas. Entre todos los candidatos prevalece, sin embargo, Julián Domínguez. Occidental y cristiano.
El otro pormenor del entorno tecnológico oficial tiene que ver con un asunto que fue tomado, en un principio, con frivolidad. Las visitas de la modelo Sofía Pacchi a Olivos. Y, con ella, los ingresos de su (¿ex) novio Chien Chia Hong. Un proveedor de servicios cibernéticos, con contrataciones con el Estado. Entre otras áreas, con las Fuerzas Armadas. A pesar de ser descendiente de taiwaneses, el contertulio de Olivos provee tecnología de la China comunista. Es muy improbable que los norteamericanos hayan estado vigilando estas minucias. Pero hay alguien que sí puso a Chien bajo la lupa: el “experto en mercados regulados” y proveedor casi monopólico de chucherías electrónicas, Mario Montoto. Es el padre de Fernanda Raverta, titular de la Ansés y prominente figura de La Cámpora. A pesar de la tregua electoral, la interna kirchnerista sigue abierta.
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